PLáSTICA › LA HISTORIA DE “BONIFACIO”, UNA LEYENDA PATAGONICA

Al sur del realismo mágico

Se trata del primer film realizado íntegramente por santacruceños. Página/12 presenció la última parte del rodaje en Río Gallegos, donde mitos y realidades se confundieron para rescatar un viejo caso policial.

 Por Mariano Blejman

Desde Río Gallegos

Los cuatro trailers se hunden lentamente en el lodo. Llevan tres días de lluvia ininterrumpida. Desde la ventana se observa el Lago Argentino en medio de la niebla. Los actores están varados sin poder filmar Bonifacio, la historia de un asesinato entre dos adolescentes en una estancia cercana a El Calafate. La historia ficticia es una sola, pero los relatos paralelos construidos con la película son, al menos, tres. Lo primero que se descubre es la leyenda: una uña de león olvidada hace las veces de amuleto para quien la posea. El diablo aparece disfrazado de “El grandote” e induce, esta vez a Bonifacio, a asesinar a su amigo. Se trata de la primera película realizada íntegramente por santacruceños. “Estamos todos muy unidos”, dice Paula Basaure, productora, ante el arribo de Página/12 al set de filmación, cerca de la finalización del rodaje. Hay que atravesar un barroso camino de tierra a 78 kilómetros del Glaciar Perito Moreno. Bonifacio se realiza con la cuota que el Incaa (Instituto Nacional de Cine) gira anualmente a las provincias. El resto, con la producción de la Subsecretaría de Cultura de Santa Cruz, es a pulmón.
Veinte personas aguardan, ahora, en los trailers. La lluvia está dispuesta a terminar, con ellos. Nadie sale de los trailers, sobre todo de noche. No se animan a ir sólo al baño preocupados por “El grandote”. Rodrigo Magallanes, el director, fue “poseído” por esta historia que había escuchado en la estancia La Porfía. Se hablaba de Bonifacio, un joven gaucho patagónico, que mató a su amigo adolescente. Fue, dicen, poseído por las ánimas del primer dueño de la estancia apodado “El Grandote” que aparecía por aquí cada tanto. Lo que Magallanes no sabía era que –además de conocer la historia verdadera en el rodaje– iba a desatar un puñado de películas paralelas signadas por un mismo destino: el contratiempo.
Magallanes es de Santa Fe, pero se convirtió en santacruceño por azarosas coincidencias premeditadas. Su intención era estudiar cine en Cuba y viajó a Río Gallegos por un trabajo temporario en TV, mientras esperaba la beca. Pero se enamoró y ya fue tarde para volver o para irse. Ahora está al frente de esas 20 personas encerradas en los trailers por una lluvia que suspendió dos veces un desfile de Roberto Giordano. Ahora, el equipo rueda sobre la memoria de la tragedia en una estancia oscurecida por la muerte. Hubo allí siete asesinatos: todos reales. Magallanes, alma mater, se encontró con un libro de cuentos escrito por el último dueño de la estancia, un doctor. La única historia de suspenso era la de Bonifacio. Y quiso filmarla.
Pero la historia real es otra. La conoció Magallanes rodando: dos personas conocieron a “El Grandote”. Uno de ellos es Juan Ruiz, antiguo capataz devenido en actor. Apareció en un espejo mientras lo alumbraba, cuenta. El otro fue el doctor, quien se lo confesó al propio Ruiz antes de morir. La anécdota real de la muerte, que cuenta Juan Ruiz, difiere de la ficción. Bonifacio tenía problemas psicológicos. Fue burlado y agredido por su amigo durante años. Un día, en una habitación saturada de grietas de adobe, le clavó seis puñaladas en el cuerpo. Bonifacio (es un apodo del doctor) terminó preso. Luego fue liberado y nadie pudo encontrarlo.
El tercer relato paralelo comenzó la primera noche de rodaje: sobre la tarde, la producción había cavado una tumba para filmar una escena en el cementerio de El Calafate. “¿Quiere que la tapemos?” preguntaron al terminar. “No, siempre hay alguien que la usa”, contestó el sepulturero. Horas después, el grupo iba hacia la estancia La Porfía para rodar. En medio de la ruta una mujer los detuvo. Un conductor estaba atrapado debajo de un volante por culpa de un choque y justo llegó un colectivo cargado de extranjeros que bajaron a tomar fotos. El conductor murió días después y fue enterrado en la tumba que la producción había hecho abrir horas antes. En el film no trabajan actores, a excepción de “la china”, Cristina Carrasco Catalán. Los demás fueron elegidos por el director en un casting realizado en Río Gallegos. Ramón Romero, el personaje de “El Grandote”, pidió licencia para participar: dejó su habitual destacamento militar. Juan Antonio Zapicco, retirado del correo después de 32 años, está satisfecho. “Está bien probar cine una vez”, asegura. La china no está tan conforme. Hizo un desnudo que la dejó sin novio. El mal de amores ronda la filmación. “La maquilladora va a tener que trabajar bastante”, comentó Alfredo Steinberg, en el papel de doctor, una noche antes de partir. Tenía huellas femeninas en el cuello. Se había peleado con su mujer y lo habían echado de casa. Pero el doctor (vendedor de libros en la vida real) está decidido: no piensa volver a Río Gallegos hasta terminar. Existe una tercera historia: en un ida y vuelta por los 300 kilómetros de Río Gallegos a El Calafate, otro productor de ascendencia escocesa se enteró de que su actual novia estaba embarazada de seis meses. Pero de un novio anterior. “Esto es obra de El Grandote”, pensó. Y también siguió rodando.
Ahora, en presencia de este diario Juan Ruiz, capataz, espera rodar una escena dentro de una cocina campestre. Y cada tanto interroga “¿Puedo ir a ver si está listo el cordero?”. Ruiz es multitarea. Y también Hugo Giménez Agüero, conocido cantante sureño que hace de cocinero. Cuando comenzó a pensar la película, Magallanes decidió convocar caras y no actores. Pero llamó a Andrés Fernández –profesor de teatro ex combatiente de Malvinas que “debutó” con una chica kelper en plena guerra– para dirigir la actuación. Durante el casting, Magallanes descubrió a su personaje más logrado. “El chileno” es Quintero, el padre de Bonifacio que conoce la historia de “El grandote”. El padre de Bonifacio es Carlos Pedraza, un militante de izquierda que participó del Puntarenazo contra Pinochet en 1984. Fue torturado y se exilió en la Argentina. Y cuando escuchó el proyecto no dudó en acercarse. “Era mi asunto pendiente”. Ahora actúa junto al militar. La historia de Bonifacio merece ser atrapada en un negativo. Antes que esas caras tan ciertas se evaporen de la Patagonia.

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“Bonifacio”, una historia de la Patagonia profunda, signada por el contratiempo.
 
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