CIENCIA

Yo, robot. Tú, robot. El, robot

Según la especialista en inteligencia artificial Marcela Riccillo, los robots de a poco abandonan los laboratorios y se instalan en las casas, despertando dilemas éticos.

 Por Federico Kukso

Además de su utilidad y sus promesas de confort, la tecnología destaca más que nada por su tendencia intrínseca a la invisibilidad. El reloj, el televisor, la computadora y el celular, para nombrar a los emisarios más imponentes de la aparatología cotidiana, atravesaron los mismos rituales de iniciación: primero fueron ficciones, luego novedades, después objetos deseados (y temidos), para finalmente aterrizar en la vida diaria y desaparecer de un plumazo, a tal punto que ya no resultan, cuando se mira de reojo una habitación, objetos muy extraños o desubicados. Todo indica que los robots tomaron también esa dirección: llenaron las páginas de libros de ficción de autores brillantes como Asimov y Lem, impactaron al principio con cada anuncio de una nueva variante japonesa y ahora paulatinamente se están camuflando. “Los robots de a poco dejan de ser vistos exclusivamente como herramientas. Hay quienes desarrollan cariño hacia un robot. Aibo, el perro robot de Sony, fue bien aceptado como compañero y hasta se le dio la condición de ser vivo. El lazo emocional comienza cuando uno le da un nombre”, explica Marcela Riccillo, licenciada en Ciencias de la Computación, consultora en una empresa de ingeniería de software y docente del Departamento de Computación de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales (UBA).

–A los licenciados en Ciencias de la Computación en general les dicen “computadores”, ¿verdad?

–Sí, pero yo prefiero decir “computaristas”.

–¿Y qué temas le interesan?

–La robótica y en particular todo lo que es inteligencia artificial. Actualmente estoy investigando cómo hacer para que una máquina aprenda a reconocer microorganismos de enfermedades. Yo le tiro imágenes y tiene que reconocer qué bicho es. Eso estaría dentro del área de reconocimiento de visión. También investigué sobre patrones de entonación y cómo hacer para que una máquina hable, o sea, lo que se llama síntesis de voz. Lo que me gusta de la robótica es justamente eso: que tiene distintas disciplinas que se van uniendo y así se pueden ver distintos aspectos desde distintos ámbitos. Está, como decía, el procesamiento de habla (síntesis o reconocimiento de voz), reconocimiento de imágenes (personas u objetos) y aprendizaje (redes neuronales o sistemas expertos).

–Lo curioso de la robótica es que desde siempre ha sido uno de los temas más frecuentados en la ficción.

–Es cierto. Siempre se la planteó como algo a futuro. Sin embargo, hoy hay una realidad: se puede decir sin exagerar que estamos viviendo en la actualidad el nacimiento de la robótica. En Japón están esperando para 2020 que los robots caminen entre las personas. Hay leyes que regulan cómo estos robots convivirán con los seres humanos. Incluso ya hay robots entre nosotros aunque no los advirtamos: si uno entra en una empresa y un sistema te reconoce, en general eso no se ve como un robot. En cambio, si viene un robotito humanoide y te abre la puerta, uno sí lo distingue. En ambos casos, la tecnología es la misma. En estos años lo que se está propagando es la tecnología robótica más que los robotitos en sí.

–Pero hay diferencias entre un brazo robótico y un robot humanoide.

–Los brazos-robot hace mucho tiempo que vienen desarrollándose más que nada gracias a las empresas automotrices.

–Y desempeñan funciones automáticas y repetitivas.

–Sí. Lo que está saliendo ahora es la robótica personal, como los robots aspiradoras. Es la microbótica y a eso están apuntando empresas como Microsoft, que está desarrollando software para esta especie de robots.

–¿Cree que la ficción sirve para preparar culturalmente a la gente ante un escenario que se avecina?

–Por supuesto. La ficción sirve para preparar un ambiente. De cualquier manera, hay muchas clases de robots: con ruedas, patas de araña, piernas, siempre dependiendo del objetivo. Lo que pasa es que hay varios paradigmas: está, por ejemplo, el paradigma japonés que, impulsado por el animé, postula que los robots son amigos y que podrían ayudar en tareas pesadas. Del otro lado hay otro paradigma, bastante difundido gracias a las películas, que muestra a los robots como los destructores de la humanidad.

–O sea, la postura tecnofílica versus la tecnofóbica. Cuénteme un poco más sobre su investigación.

–Muy bien: intento enseñarle a la máquina imágenes donde está una enfermedad y donde no está. El tema es que los expertos humanos ven las imágenes y las pueden identificar al toque. En este caso se trata de un aprendizaje y de imitar este reconocimiento. Todo esto está relacionado con lo que se llama “redes neuronales”, procesos matemáticos que simulan a grandes rasgos el pensamiento humano. Tuvieron su auge en los ’60 y ahora vuelven como también vuelve la robótica. En 1994 yo entrené una red neuronal; la dejaba todo el día y cuando volvía, veía los resultados. Una vez escuché una muy buena comparación que decía si uno le dice a un taxista a dónde va y no le dice cómo llegar, sería como una red neuronal. Si uno le dice por dónde ir, sería como un sistema experto.

–¿Y para qué puede servir que una máquina reconozca una enfermedad?

–Para ayudar a especialistas a acelerar la detección a partir de un proceso automático.

–En esto de la inteligencia artificial se recalca mucho lo del “comportamiento inteligente”. ¿Con que noción de inteligencia se manejan los investigadores?

–Hay muchas definiciones. La que más me gusta a mí es la que dice que inteligencia es poder moverse en un ambiente, reaccionar. Que el ente –una agente, un software– pueda adaptarse y reaccionar ante el medio. La inteligencia no es tanto la autonomía, pero sí que ante una situación pueda reaccionar y en cierto modo aprender frente a esa experiencia.

–Y en cuanto a robótica, ¿cuál es la tendencia a nivel mundial?

–Hay muchos laboratorios que se limitan a una porción del problema. Pero lo que se advierte es que en muchos institutos se intenta que los robots no sean humanos feos, sino seres simpáticos. Como el robot de Honda Asimo, el representante más famoso de los humanoides.

–Es decir, hay una tendencia a dotar a los robots de forma humana.

–Sí, pero con limitaciones. No se trata de hacer un humano perfecto, sino bichos simpáticos, como te decía. Asimo, justamente, no tiene cara, sino algo parecido a un casco de un astronauta. No se preocuparon por ponerle ojos o boca. En este aspecto, se está cuidando y estudiando mucho la reacción de las personas frente a estos seres artificiales.

–Al parecer, los robots no sólo tienen que adaptarse a las personas, sino que las personas deben adaptarse a los robots.

–Es interesante también que ya se estén pensando y redactando leyes para robots y que amparen problemas como: si un robot lastima a alguien, ¿de quién es la culpa: del que hizo el robot, del dueño del robot o del gobierno por permitir robots en la calle? Es todo un tema legal. Ahora bien, después está el tema de si los robots algún día tendrán emociones.

–Parece algo lejano...

–No tanto. Digamos, si yo quiero que un robot haga una tarea y si la hace mal de alguna manera lo castigo. Eso puede con el tiempo desarrollar en una especie de emoción muy a grandes rasgos. Después uno también puede hablar de motivación. Que el robot tome una decisión por sí mismo ya es otro tema. Porque si pudiera tomar decisiones podría hasta negarse a seguir trabajando. Hay muchos intentos por humanizar las acciones del robot.

–Uno de los miedos más fuertes que despiertan los robots es el miedo al reemplazo.

–Sí, pero eso también se dijo de las computadoras en su momento: que las computadoras iban a hacer todo y a sacarle el trabajo a miles de personas. Y lo que ocurrió fue que se abrió más el campo laboral. En el caso de la robótica, va a empezar a haber trabajo más especializado, va a haber otras necesidades en el mercado y se van a abrir nuevos oportunidades de trabajo. Todo lo que se hace en robótica necesita ser justificado. Los robots son objetos que sirven para algo. La mayoría de los casos son para ayudar al ser humano (el lema de Asimo es “ayudar a la humanidad”). La imagen amenazante se está disipando.

–En la Argentina lo más visible en robótica es el fútbol de robots, ¿no es así?

–Sí, el fútbol de robots es un área muy buena para la difusión, es una idea excelente. Ahora la robótica también está entrando en colegios secundarios como materia multidisciplinaria de tecnología –ya que combina electrónica y programación–, en donde se hacen trabajos con robots personales como robots con Lego. La robótica se está metiendo de a poco en la escuela, en las casas, en la vida en general. En la Argentina va a tardar un poco más que en Japón, Corea y Estados Unidos. Pero ya está, la robótica ya está, ya llegó.

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