CONTRATAPA

Seres queridos

 Por Antonio Dal Masetto

El mostrador del bar está cubierto de recortes de diarios y hojas escritas a mano con listas de nombres. Los parroquianos, con rigor científico, están dedicados a evaluar las posibilidades de las figuras políticas para el cargo de presidente.
–Para mí la cosa está más que clara –afirma el parroquiano Bernardo.– Mis cálculos me dicen que, cuando llegue el momento, el corazón del electorado va a pedir a gritos que nuestro querido Fernando de la Rúa se presente y en cuanto acepte no habrá candidato que le haga sombra.
En ese momento se abre la puerta del bar e irrumpe el parroquiano Eliseo:
–Señores, noticias de último momento, Fernando de la Rúa ya no se encuentra entre nosotros. Estaba en el jardín regando las calas cuando se abrieron las nubes y bajó una bandada de ángeles, lo tomaron suavemente de las axilas y al son de trompetas y violines lo transportaron al cielo.
–Si esta es la situación, no hay duda de que el reemplazo natural es el vigoroso luchador del mismo partido, Raúl Alfonsín.
En ese momento se abre la puerta e irrumpe el parroquiano Ernesto:
–Señores, traigo novedades. Raúl Alfonsín estaba pescando en la laguna de Chascomús, mateando como le corresponde a un paisano, y de pronto al sonido de trompetas celestiales bajó un ejército de ángeles, lo levantaron con caña, mate y todo, y se lo llevaron al cielo. Cuentan los lugareños que fue un momento de gran esplendor místico. Una hilera de patos salvajes acompañó la imagen durante un trecho.
–Entonces, señores, acá queda claro que, voluntad celeste o no, el candidato a quedarse con el voto popular para la próxima presidencia es Eduardo Duhalde.
En ese momento se abre la puerta, entra el parroquiano Demetrio:
–Noticia bomba, el compañero Duhalde acaba de ser llevado al cielo. Estaba en la inmobiliaria de Lomas, compartiendo un asadito y haciendo esa rutina que tan bien le sale de bailar con una damajuana de cinco litros de tinto en la cabeza, y pasó raudo un coro de ángeles y entre cánticos, alabanzas y aleluyas, se lo llevaron a las alturas.
–¿Entonces qué nos queda?
–Nos queda Carlos Saúl Menem, dos veces presidente, gran lector de Maquiavelo, eximio bailarín y excelente volante.
Se abre la puerta y entra el parroquiano Rigoberto:
–Noticia de último momento, Carlos Saúl Menem ya no está entre nosotros. Se encontraba reunido en Anillaco con su equipo de trabajo, incluyendo a Domingo Cavallo, en gran romance de reconciliación, y por los ventanales abiertos entró un ejército de ángeles, comandados por el propio arcángel San Gabriel, los levantaron y se fueron carreteando por la pista de aterrizaje y ya estaban por elevarse cuando los leales Kohan y Corach, corriendo desesperadamente detrás, alcanzaron a asirse de los tobillitos de dos angelotes y allá se fueron todos (inclusive una odalisca que estaba amenizando el almuerzo de trabajo).
–¿Y ahora qué hacemos? Tragedia nacional. Perdimos la crema de la dirigencia política.
–No desesperemos, por suerte nos quedan las reservas.
–En cuanto a las reservas pierdan toda ilusión –interviene el parroquiano Ignacio–. Yo soy teólogo, aunque nunca quise alardear de eso, y conozco la cosa desde el riñón. El de arriba está renovando su equipo de administradores, ¿y dónde iba a tirar las redes?, las tiró donde estaba el mejor cardumen. Se llevó la crema y se va a llevar también las reservas. Me imagino que no querrán discutir desde el mostrador de este barcito las necesidades celestiales.
–Al final tiene razón el dicho: a los mejores, el Señor siempre se los lleva jóvenes.

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