CONTRATAPA

Jóvenes al toque

 Por Eva Giberti

Según el mito bíblico, en el Paraíso original no había niños ni adolescentes.

Según las iconografías de diversas épocas, Adán y Eva aparecen dibujados y pintados como adultos. Por otra parte así lo dice el texto: fueron creados como hombre y mujer, ya crecidos. No había jóvenes en el Edén.

Si Adán y Eva lo hubiesen sido, después de la maldición bíblica y de la expulsión del Paraíso –primer antecedente de violencia familiar, un Padre que expulsa a sus hijos–, en lugar de irse los dos, sumisos y resignados, hubieran tomado el Edén.

Probablemente Yahveh (nombre bíblico con el que se menciona a aquel Dios Creador) se palpitó que algo así podría suceder, porque mandó a uno de sus arcángeles a custodiar las puertas de ese Paraíso, blandiendo una espada flamígera. Por si se les ocurría regresar.

Ya habían desobedecido una vez y merecieron la maldición, que con nula sensibilidad ecológica también recayó sobre la serpiente, animal sagrado para todas las culturas míticas de los tiempos pretéritos.

En realidad, la que asumió la actitud juvenil en el Paraíso fue Eva, porque Ella decidió servirse la fruta del árbol que le aportaría los conocimientos referidos a lo que está bien y lo que está mal. Porque recordemos que había dos árboles fundamentales, y ése del que Ella se sirvió era aquel cuyo fruto garantizaba libertad de pensamiento, formas nuevas de conocer, en lugar de limitarse a obedecer el mandato patriarcal. Como sabemos, Adán –a quien sólo le faltaba una costilla– no pudo sostener su responsabilidad y la acusó a Ella. Mal, muy mal.

El hecho es que, por la pretensión de intervenir en la compilación de sus propios conocimientos, negarse a mantener lo que se les daba como suficientes saberes para su vida y arriesgarse a desobedecer, quedaron marcados como adultos resignados, digiriendo el mandato y desterrados sobre la Tierra, que fue el planeta donde se afincaron. Eran solamente dos, pero “del brazo y por la calle fueron mucho más que dos”, creando la sinfonía del Nuevo Mundo que habría de preceder a la musicalización de Dvorak.

La vida continuó de ese modo hasta nuestros días, con algunos avatares intermedios protagonizados por jóvenes y adolescentes que por algún motivo no fueron creados dentro del Paraíso, ni tenían lugar en El. Las explicaciones y justificativos de los eruditos son múltiples y provienen de distintas interpretaciones.

Pero leyendo el artículo de Osvaldo Bayer en la contratapa de Página/12 del sábado 13 de octubre se verifica que las apuestas a la juventud que han sido históricas (así como la denigración permanente de esa etapa de la vida) responden a una lógica capaz de sostenerse por sí misma y por sus contenidos.

Así como la lectura política del mito bíblico permite pensar en la obediente sumisión de quienes –adultos– se sintieron culpables y no pudieron ni ensayar un reclamo, leyéndolo a Bayer –que celebra y agradece el rescate de la historia merced a los jóvenes que no se resignan a los mandatos del poder instituido– se comprende de otro modo esta ausencia de adolescentes y jóvenes en los lugares donde se funda el ejercicio del poder. Para entender cómo ellos pueden revisarlo y refundarlo, incluyéndose.

“Tarde, pero se logra”, dice Bayer mientras describe dos hechos de la historia argentina acaecidos en la Patagonia: cuando en los finales de la década del ’60 pretendió, como capítulo de sus investigaciones referidas a los fusilamientos por parte del Ejército Argentino de peones rurales huelguistas durante los años 1921-22, llegar hasta aquellas tumbas masivas, que formaban parte del territorio de la estancia La Anita. Concurría con antropólogos de la UBA para realizar una excavación, pero el administrador de la estancia les negó el permiso. Al retornar de su exilio, Bayer insistió y también le fue negada la autorización para conocer la evidencia de aquella matanza. Añade: “Ahora acabo de recibir la noticia, que me dan jóvenes estudiosos y miembros de organizaciones de derechos humanos del sur santacruceño, de que podrán realizar la investigación, ya que los responsables de la estancia no sólo donarán a la provincia o a la Nación la fracción de terreno donde están esas tumbas sino que, también, permitirán la investigación del lugar donde yacen los peones fusilados por los militares argentinos ante la orden del presidente Yrigoyen”. Afirma que los crímenes no se pueden tapar para siempre y retoma el otro ejemplo: cuando fue periodista en la Patagonia, a cargo del diario Esquel (1958), defendió desde sus páginas los derechos de los pueblos originarios, y puso al descubierto “un infame procedimiento policial contra un joven plantador de nogales, pleno de ideales en defensa de la naturaleza”. Como lo dejaron cesante, fundó un semanario que llamó La Chispa: “Primer periódico independiente de la Patagonia”. Resultado: estuvo preso en un calabozo de la policía local y luego fue expulsado de Esquel por la Gendarmería. Una experiencia en la propia piel, dice, de lo que era entonces el dominio de los poderosos de la tierra.

Y actualmente, “con alegría juvenil”, recibe la noticia. “Esta semana, una agrupación juvenil de Esquel me llamó por teléfono para decirme que van a volver a publicar todos aquellos números de La Chispa como homenaje a la lucha por la verdad a través del periodismo.” Agradecido, pondrá a disposición de los muchachos los ejemplares que salvó en 1959. Su frase posterior desató el comienzo de este artículo: “Sí, en el paraíso hubo infiernos en muchas épocas”, refiriéndose al paisaje paradisíaco de los lagos patagónicos. “Ojalá sus lagos reflejen cada vez más cielos profundamente azules con nubes pasajeras tan curiosas.”

En dos oportunidades, Bayer deja constancia de la presencia juvenil en el rito de las memorias vivas. Los muchachos que, sensibilizados por su necesidad de conocer más allá de lo autorizado, momificado y neutralizado, se niegan a obedecer los mandatos instituidos. Sin capricho, con argumentos y reclamo persistente. Hasta conseguir aquello que les corresponde ver, entender y revisar, en tanto y en cuanto no han sido testigos ni partícipes en los hechos acuñados por otros, y que no les son ajenos.

Hoy, las remeras inscriben en sus texturas las historias que se incluirán en los documentos históricos. Insolencia juvenil que se ejercita desde antaño, como una toma simbólica de lo que no se vivió. Pero es espíritu (el alma es otro significante que remite a los creyentes).

Quizá por eso, cuando leemos en las remeras juveniles la frase que ellos mismos transformaron en histórica (“Yo lo vi bajar los cuadros”), es más sencillo comprender por qué no había jóvenes en el Paraíso cuando se instituyó la obediencia como condición fundacional de la vida humana. El orden para convivir no necesariamente queda atrapado por ella, y cabe cuestionarla cuando se acerca al abuso de poder.

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