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Sobre la decadencia de la albañilería

 Por Juan Sasturain

“El mejor de los albañiles /
autor de paredes famosas.”

Gelman

Hacia la segunda mitad de la década del ‘60 floreció en el Sur del Gran Buenos Aires, más precisamente en Lanús, una escuela artesanal de constructores de buen fútbol que, a partir del longevo Nene Guidi como sostén del mediocampo, tuvo como referentes principales a dos notables jugadores/goleadores que con la nueve y la diez en la espalda llenaron el ojo de muchos lanuseros y neutrales amantes del buen juego: el diestro Manolo Silva y el paraguayo Bernardo Acosta, dúo conocido como “Los Albañiles”.

Cuando Lanús ascendió en el ’64, la delantera se completaba con Iglesias de wing derecho, Parenti de ocho –que después fue a Racing– y el habilidoso De Mario por izquierda. Después, ya en Primera, el ala derecha la formarían los pequeños Minitti y Martín Pando –alias “la Radio”, el notable armador de Argentinos y River–, mientras seguían fijos e inamovibles los últimos tres nombres de la formación: Silva, Acosta y De Mario. Elenco estable para un festival de buen juego.

El apodo que acuñó algún cronista o tribunero creativo para definir las cualidades de la dupla Acosta-Silva se sostenía, metafóricamente, en la capacidad de ambos para elaborar con velocidad y precisión un tipo de jugada que –siendo añeja– había vuelto a ponerse de moda, digamos, en los pies de Pelé-Coutinho, los “compadres” del Santos: la pared. ¿Y quiénes construyen paredes si no los albañiles?

Como todo el mundo sabe, la pared es un tipo de maniobra ofensiva de precisión a un toque –habitualmente en espacios reducidos– que se utiliza para pasar en velocidad entre varios rivales. Quien lleva la pelota, enfrentado a uno o más adversarios, la toca hacia adelante y al costado a un compañero y sigue en carrera en busca de la devolución. El receptor opera como simple pared (como en el fútbol callejero) y se la devuelve de primera al vacío donde el iniciador de la maniobra llega limpio y sin rivales, anulados por el toque veloz. La pared puede ser doble, cuando la maniobra se repite, encadenada, con los roles invertidos. “Los Albañiles” Silva y Acosta se cansaron, hace casi cuarenta años, de buscarse y encontrarse en esa sintonía fina que solía terminar poniendo a uno de ellos en posición de gol. Una maravilla. Hoy en día solemos ver muestras infinitamente sutiles de paredes múltiples en espacios mínimos, en las semanales clases de magia del Barcelona a cargo de Messi, Xavi, Cesc Fábregas, el Cerebro Iniesta y otros maestros mayores de obras.

En la Argentina, en cambio, la albañilería como arte aplicada en la construcción futbolera está (como nuestro fútbol en general) absolutamente en decadencia. Es muy difícil hoy en día registrar alguna de esas jugadas en las maniobras ofensivas de equipos incapaces de poner la pelota en el piso y de atacar de otra manera que no sea dividir la pelota por vía aérea o especular con alguna especulativa “pelota detenida”.

Tal vez por eso resulte por lo menos paradójico que uno de los equipos que practica el fútbol más feo de la actualidad nacional, el Boca de Falcioni, presente en su formación habitual de los últimos tiempos a una dupla ofensiva integrada por Silva y Acosta, y –al menos en teoría– sustente sus esperanzas futboleras en el joven y creativo Paredes.

No sé cuáles apodos podrán quedar en el futuro –si cabe– para los empeñosos Santiago Silva y Lautaro Acosta, delanteros tenaces, luchadores y ocasionalmente efectivos. La modalidad de juego del equipo –revoleo sistemático de la pelota, desprecio por la posesión y la busca ordenada de la progresión a través del pase– hace que los delanteros no suelan encontrarse sino para la foto inicial y el abrazo –como ayer– en el gol del Pelado. En cuanto al habilidoso Paredes, ayer no pudo tirar ni una. Por lo general vio pasar la pelota por encima de su cabecita (la tocó por primera vez a los quince minutos...) y trotó tapando la subida de alguien, hizo sombra, se supone que consiguió, quedándose ahí durante una hora, que otro tampoco jugara. De construir, nada.

Como en su momento lo hicieron Wilde o De Quincey respecto del arte de mentir o de asesinar, queremos advertir desde acá, modestamente, sobre la decadencia del arte de la albañilería, de la construcción futbolera en la Argentina. Proliferan los ladrillos, pero no se levantan paredes. Así se juega, así nos va.

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