CONTRATAPA

Homo Ciencia-Ficción

Por Rodrigo Fresán Desde Barcelona

UNO Hubo un tiempo –Rodríguez se acuerda como si fuese ayer– en que el futuro estaba y quedaba en el futuro. Lejos, inalcanzable, tan pero tan futurístico. Perfecto o imperfecto. Utópico o distópico. Pero siempre por delante. ¿Computadoras en casa? ¿Códigos de barras? ¿Multitudes tras el nuevo gadget informático –¡un reloj!– fabricado por una empresa todopoderosa? ¿Pantallas de plasma? ¿Clonaciones varias? Imposible, pensaba Rodriguezito. Todo eso pertenecía o pertenecería a un muy demasiado tarde que a él no le tocaría experimentar. Ciencia-Ficción, sí. A lo sumo, el fin de sus días lo alcanzaría, con suerte, a mitad de camino en ese puente breve pero casi infinito que es el guión que separa uniendo a la palabra ciencia de la palabra ficción.

DOS Pero está claro que en el núcleo de todo gesto anticipatorio está una de las taras más encantadoras del género: equivocarse. Y así Rodríguez se equivocó como solía equivocarse Arthur C. Clarke. Y ahora habita un mundo que parece diseñado por Philip K. Dick. A finales de los años ’60, el adicto a lo que vendrá Clarke estaba convencido de que para el 2001 viviríamos en la Luna y ya contactado con monolítica inteligencia extraterrestre y superior. Para un nada oracular Dick, a finales de los años ’70, el futuro no tenía sentido como materia a describir más allá de unos años ’80 donde –como siempre y para siempre– nada funcionaba demasiado bien.

Para Rodríguez el 2015 es un año en el que puede/podría pasar cualquier cosa. Ya pasa. Un año electoral en el que por primera vez en las encuestas cuatro partidos (PP, PSOE, Podemos y Ciutadans) aspiran a lo más alto para, una vez allí, empezar con sus bajezas. Antes de eso, aquí y ahora, todos se estremecen como en acelerador de partículas. Especialmente en el Partido Popular, desde donde lanzan advertencias ominosas y profecías agoreras. De ahí que la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal (retro-fantasy y acaso influida por la nueva temporada de Juego de tronos), se pusiese en plan pitonisa e invocara a “los antiguos griegos que decían aquello de que cuando los dioses quieren castigar a los hombres les envían reyes jóvenes”. A la fecha, ningún buscador ha podido encontrar la fuente de la cita a ciegas de Cospedal quien, claro, advertía de las “inexpertas” nuevas formaciones políticas pero, obnubilada como estaba por sus visiones, no se dio cuenta de que todos se reían en su cara porque sus palabras podían referirse también a Felipe VI. Rajoy, por su parte, prefiere apoyarse en el subgénero paranoide del asunto –The Thing, Invasion of the Body-Snatchers, The Village of the Damned, The Invaders– y afirmar que para ellos gobierna y, sí, necesita sus votos y mucho le preocupan “los seres humanos normales”. Una cosa está clara. Están todos –¡Fla$h Rato convertido en antimateria y enviado a la Twilight Zone!– como dando vueltas a un agujero negro sin saber qué les espera al otro lado del gusano espacio-temporal. Una cosa es más o menos segura: gane quien gane, se acabó la era de La Singularidad y de La Alternancia; de los autoaplausos al votar leyes por mayoría absoluta; de erigir esos santuarios corruptos diseñados por el arquitecto ballardiano-entropista Santiago Calavatrava como la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia, viniéndose abajo y alquilada por la Disney para la Tomorrowland de George Clooney.

Sí, se vienen tiempos de pactos pesados y de mucha Gravity para quienes ahora gobiernan o alguna vez gobernaron.

Y Mariano Rajoy es la versión gallega y fundida de C3PO/R2D2. Y el redimido Adolfo Suárez es el espectro de Obi-Wan Kenobi. Y Felipe González es Hans Solo. Y José Luis Rodríguez Zapatero es –depende de quién lo mire– Luke Skywalker o Jar Jar Binks.

Para todos ellos, Albert “Ciutadans” Rivera es un replicante Nexus-6.

Y Pablo “Podemos” Iglesias es, por supuesto, Alien.

Y todos los españoles –cada vez más expertos perdiendo en los juegos del hambre– han visto tantas cosas que ustedes no creerían...

TRES Así que mejor no pensar mucho en eso y Rodríguez lee que “Tu mano comandará hordas de robots araña” y que “días atrás se celebró al este de Tokio el entierro zen-budista de perros robots modelo Aibo de Sony cuyo mantenimiento técnico ya estaba fuera del alcance económico de sus dueños cansados de buscar repuestos descontinuados y muy caros y...”. Y no: lo que leyó Rodríguez no eran novelas sci-fi. No eran maquinaciones del techno-thrillerista Daniel Suárez o alucinaciones del cyber-punkista William Gibson, sino noticias de El País. Y eso no es todo; no hay mañana en la que no lleguen nuevos despachos desde el frente invisible de la guerra informática y delitos afines (eran pocos y se estrenó la serie CSI: Cyber), que no se anticipen postales con los cielos invadidos de drones comerciales (y terroristas), que no se formulen nuevos algoritmos listos para suplantar al hombre aquí y allá. Pero acaso lo más trascendente/inquietante de todo fue y es lo sucedido la semana pasada en Ginebra, cerca de donde nació Frankenstein y donde crece y se multiplica tanto dinero evadido. Allí, expertos en armamento se reunieron para debatir –tal vez como parte de los festejos por la inminente puesta en marcha del Ultrón de The Avengers y del regreso al futuro de la nueva de Terminator– sobre los riesgos de diseñar robots con capacidad de decisión. Especialmente los de uso militar. Y uno de los lugares comunes de la cuestión –desde tiempos de Asimov– puesto sobre la mesa de diseño: ¿puede una máquina creada por un hombre decidir sobre el destino de ese hombre? Ya saben: HAL 9000, Skynet, los Cylons, Matrix, OCP, Gort, Westworld, Bender... Mejor, por las dudas, no, ¿no?, piensa Rodríguez enarcando ceja de Spock. Así que cambia de canal y segunda temporada de la muy graciosa sitcom Silicon Valley; y allí alguien asegura que el 92 por ciento de la data de toda la historia humana ha sido generada en apenas los últimos dos años. ¿En serio? ¿O será un chiste? “Dataggedon”, aseguraba el nerd de Silicon Valley: el agotamiento del espacio donde almacenar demasiada nada. Y gran colapso informático. Y entonces racionamiento de data y mercado negro de data y tráfico de data y falsificación de data porque –con la nevada mortal de tanta basura y sms y tweets– habrá desaparecido o será inaccesible también la sabiduría de milenios. Sí, todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia.

Ahora, afuera, llueve.

Rodríguez querría salir al balcón y mojarse un poco. Pero mejor, por las dudas, no: miedo a cortocircuito en su body electric. Y sentir cómo se le escapa su memoria. Y ya no poder seguir cantando “Daisy... Daisy...”.

En diciembre, después de las elecciones generales, en cualquier caso, otra vez Star Wars.

En una galaxia muy pero muy lejana.

Y hace mucho tiempo.

Y tantos, demasiados marcianos desorbitados, volviendo a preguntarse eso de si todo futuro pasado fue mejor, y respondiéndose que con ellos se estaba mejor. Con ellos, con estos:

José María Aznar es Darth Vader.

Y Franco es Ming.

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