CONTRATAPA

Somos todos capitalistas

 Por Osvaldo Bayer

Sí, nada de sorprenderse. Aquí en Alemania, en las tierras del papa Ratzinger, ya nadie se sorprende. El Obispado de Aquisgrán –una de las zonas más católicas de Alemania– ha decidido aplicar las costumbres del más despiadado capitalismo con sus propios empleados laicos. Como tiene un 17 por ciento de déficit en el presupuesto, nada mejor que despedir a 150 de sus empleados. Telegrama y ya está. Como una empresa capitalista modelo.
Los turistas que fueron a admirar ese portento de arquitectura histórica que es la Catedral de Aachen (Aquisgrán) se sorprendieron cuando vieron llegar una manifestación con pitos y tambores que protestaba ante las arcadas del templo de Dios. De los trescientos empleados, la mitad debe ser eliminada, se pronunció el vicariado general. Por ahora, porque en sí el plan es dejar 370 en la calle de un total de 1600 puestos distribuidos en todo el territorio del Obispado. ¿Cómo se soluciona el problema? Pues despidiendo. No rezando, como tal vez lo hubiera aconsejado Ratzinger, el papa.
Los demás empleados, a los cuales todavía no les ha llegado el telegrama maldito, demuestran su solidaridad con los condenados llevando en el ojal de la solapa, en señal de duelo, una plaqueta con el color negro.
¿Pero cómo, después de tanto discurso desde el púlpito y desde el Vaticano pidiendo a los gobiernos que se preocupen por la vida y trabajo de la gente, ahora ellos dan el mismo ejemplo? ¿No puede haber otras búsquedas, una cooperativa de empleados, una asamblea que encuentre justicia para todos y no simplemente la patada legal en el trasero y andá a arreglártelas como puedas en esta sociedad carnívora?
La iglesia oficial responde: tenemos que ahorrar el 17 por ciento del actual presupuesto. A la palabra ahorrar, la Iglesia Católica ha agregado la palabra “estrictamente”. Es que a pesar de que el concilio romano eligió a Ratzinger como papa, una ayuda para terminar con la huida de fieles de la iglesia alemana –que es la que más ayuda al mantenimiento del Vaticano–, la caída no tiene ningún atenuante. Los llamados fieles se van. Hace poco, el periodista Thomas Medicus expresaba en el Frankfurter Rudschau toda su indignación y dolor ante la aparición de equipos de demolición que comenzaron a tirar abajo la hermosa iglesia de San Rafael, en Berlín-Gatow. Una verdadera joya de la arquitectura, concebida por Rudolf Schwarz, uno de los más famosos arquitectos alemanes de la posguerra. Ni eso se tuvo en cuenta. Se tira abajo y ya está. La Iglesia Católica vendió a buen precio el terreno a un empresario de supermercado. Y chito. ¿Quién tiene la culpa?, se pregunta el periodista: ¿La Iglesia Católica que vendió esa reliquia bendita por dinero y que no demostró el menor interés por el valor arquitectónico? ¿O el vecindario que más allá de la piedad y del espiritualismo no fue capaz de reaccionar para proteger a un monumento cultural de ese calibre?
Uno escribe esto y sabe que es difícil de imaginar, hay que ir a ver y presenciarlo. El capitalismo compra hasta las iglesias. O el Vaticano permite la venta de las iglesias con tal de no caer en la pobreza. El periodista se conforma pensando que tal vez peor hubiera sido vaciar la iglesia y poner directamente en el interior de ella un supermercado. Una pregunta atormentada, tal vez. Para el caso es lo mismo, porque por más que la derriben, dicen los optimistas que queda siempre el espíritu presente. Un supermercado con aire a Cristo. El periodista termina con esta frase desesperada: “Primero en importancia está el supermercado, el auto, la casa propia y después se acaba todo, no viene nada más”.
Hace un tiempo escribí sobre la crisis general de la Iglesia Católica. Pero ahora me encuentro con los últimos números de la estadística oficial y el curso negativo aumenta en rapidez. Por ejemplo, en Bonn, donde hace once años la parte católica de la ciudad correspondía el 48,3 por ciento, ahora es del 41,7. En los últimos ochenta años, la población católica de esta ciudad se ha reducido a la mitad. Además, los que pertenecen al catolicismo –se comprueba por el impuesto que se paga a la iglesia y es descontado oficialmente de los sueldos– son cada vez más viejos. Mientras, el número de los bautismos se reduce en forma increíble. De todos los niños nacidos, apenas un veinticinco por ciento son bautizados. Los ancianos ya forman el 90 por ciento de esa iglesia. Además cada año el protestantismo saca más ventajas al catolicismo en el número de adeptos. El director de Estadísticas de la ciudad de Bonn señala que la causa de este estado de cosas es la falta de interés de la juventud por la religión.
Los católicos se precian de que fue el papa polaco Wojtyla quien provocó la caída del comunismo. Claro, sí, sus reiteradas visitas a Polonia y su apoyo a Walesa no dejaron de ser un factor importante. Pero bien, ¿con eso se solucionó el inmenso problema de la pobreza y la violencia en el mundo? ¿Qué es el mundo de hoy después del largo reinado de Juan Pablo II?
Así como hoy se venden iglesias, así el Vaticano dejó solos a los verdaderos mártires modernos del catolicismo. ¿Cómo es que todavía no se ha proclamado santo al mártir Angelelli, asesinado por la dictadura después de que desde el púlpito relatara la crueldad de los cristianos que permiten que los leñadores de su provincia no tengan dinero ni para comprar un ataúd de la madera más barata para enterrar a sus muertos? Eso bastó para matarlo porque lo dijo en una misa donde estaban los jefes de zona del ejército y de la aeronáutica. Se han iniciado ya las acciones para santificar al papa Wojtyla pero jamás se ha mencionado a Angelelli, ese obispo de los pequeños trabajadores de la tierra.
Por otra parte, el catolicismo debe terminar para siempre con la maldición del cuerpo. La televisión alemana acaba de pasar un largo reportaje a dos sacerdotes católicos que fueron eliminados de la iglesia porque tuvieron relaciones con mujeres con las cuales después se casaron. Uno de ellos tiene un hijo. Cuentan ellos lo contentos que están al compartir la vida con una mujer a la que aman. La felicidad de ser padre de un niño. Los dos ex sacerdotes no cobran el derecho al desocupado porque la iglesia se niega a reconocerlos como trabajadores, de manera que ahora sus hogares son mantenidos por las dos mujeres. Ante la pregunta de si les gustaría seguir siendo sacerdotes, respondieron: ahora más que nunca, porque hemos aprendido a amar la vida, la belleza del amor, el compartir todo con otro ser, en este caso la mujer, ser que hay que amar con toda la fuerza y no calificar de pecado todo lo que ella representa con su cuerpo. Hoy más que nunca –dice uno de ellos– siento como un insulto la llamada virginidad de la virgen María. ¿Por qué Cristo no puede ser hijo del amor entre dos seres? Sería aún más profundamente humana su figura.
Pero no es ése el futuro. Se sostiene que Ratzinger ha sido llamado para que, con su energía, vuelva a armar lo anterior que hoy se está cayendo a pedazos. Una iglesia estricta, disciplinada, con jerarquías bien definidas, los que mandan y los que obedecen rezando.
Cuando la única forma de transformar al mundo para que siga viviendo no es apoyando a Baseotto –el de la piedra al cuello y el método de la ESMA– sino convertir en la figura a imitar a un obispo De Nevares, que ya con la muerte en el cuerpo acompañaba en primera fila a los trabajadores huelguistas neuquinos y marchaba con las Madres en los tiempos de la bala en la nuca. O acompañar a curitas como Morlachetti en su marcha de los niños por los paisajes argentinos del hambre, o al pastor evangélico Arturo Blatetzki y su comedor con su pan y su sopa para nuestros pequeños y nobles hijos de la tierra.
No vender iglesias para supermercados. Abrirlas a los jóvenes para que allí jueguen sus ilusiones en el arte dramático o se levanten bibliotecas de la más hermosa literatura, o se aconseje y ayude a las adolescentes a enfrentar los golpes arteros y a autoayudarse, o se den clases a los desocupados y se les enseñe nuevos oficios. No un supermercado sino una Universidad de la Vida, para ir ejercitando la palabra solidaridad.
No a la venta de iglesias, no a la piedra al cuello, no a Baseotto y a Franchiotto. Ratzinger, compórtese, Ratzinger.
Se juzga en Alemania a tres turcos que mataron a su hermana porque mantuvo relaciones con un no musulmán. A cuchilladas, los bestias. Pero ya está también la respuesta: dos jóvenes turcas que fueron enviadas de Alemania a Turquía para casarlas con dos musulmanes que ellas no conocían, dijeron basta. En Turquía organizaron su propia huida de la cárcel del machismo musulmán y con papeles falsos huyeron y pidieron refugio en Alemania. Pese a todos los peligros que las amenazaban y las van a amenazar en el futuro. Los débiles, en la injusticia, son los más fuertes. Aunque la Biblia o el Corán digan lo contrario.

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