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Ahora es verdad que la pelota

 Por Mario Wainfeld

Diego Maradona denunció a la aldea global que la pelota no dobla, una enorme verdad. Años ha, Daniel Passarella (a la sazón DT de la Selección) hizo la misma afirmación y macaneaba. Era la excusa de un lúser, la angurrienta coartada de un técnico de derechas que quería lavar sus responsabilidades. Ayer, en cambio, la acusación era veraz. Como cuadra a un fiscal del pueblo, Diego incriminó a responsables, hombres o instituciones poderosas: la FIFA, Pelé, Beckenbauer y hasta Platini, que había recibido una dispensa pocos días atrás.

Nadie debería sorprenderse, y menos indignarse, porque una falacia pronunciada por un emisor sin representatividad en un contexto histórico devenga una verdad de a puño cuando la divulga un protagonista legitimado, que tiene línea directa con la opinión pública. Las calidades del emisor, la aptitud del receptor para comprender que un mensaje es mucho más que las palabras que lo componen, son verdades consabidas de la comunicación de masas.

La tensa relación de Maradona con medios y periodistas tiene ese sustrato, poco usual. El técnico se vale de los medios, indispensables para comunicarse con la tribuna masiva, para refutarlos y ponerlos en entredicho. Arriesga mucho, más vale, pero cuenta con un patrimonio público envidiable. Los necesita, pero se vale de su fuerza como un yudoca, que a veces tira un golpecito bajo, una patadita ahí donde te dije.

La conferencia de prensa es un trance más del campeonato. Ayer valió para presionar a los árbitros, tras padecer el falso garantismo del referí que, a semejanza de tantas policías provinciales, amparó a los violentos, alegando honrar la ley.

Maradona arropó a sus jugadores también ahí, regándolos de elogios. Antes les había abierto a casi todos la oportunidad de jugar, algo que esos profesionales multimillonarios ansían como si fueran pibes. El mundo es así, dialéctico y refractario a los grises. La ternura de Martín Palermo celebrando su enésimo gol fue una prueba palmaria.

El Diez adunó en la queja al balón, al referato y a la mala fortuna que les bloquea el arco a las jugadas mágicas de Lionel Messi. Muchas escuelas filosóficas (las occidentales, de modo prominente), varias teologías y la ciencia moderna disciernen entre los hechos sociales y aquellos que derivan de la naturaleza o del azar. Para la cosmogonía de Maradona, que incluye momentos lindantes con el zen, esas divisiones son arbitrarias.

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El cronista fija su atención en Maradona (líder grupal, comunicador de masas y técnico, en orden descendente de cualidades), en Messi y en el equipo. En el modesto ver del escriba, los tres rindieron menos que en los partidos anteriores, sin traicionar los rumbos y la ideología básicos. El equipo se trabucó frente a un rival más francamente defensivo que los anteriores, que le pegó a Messi una marca personal (ejercida sin duda por un discípulo de los estoicos), redondeada por una nube de fastidiosos. Messi procuró jugar casi siempre, por algunos minutos se dejó enredar por la mala fe y las chicanas helénicas, enroladas en la peor tradición de los sofistas. Se enfurruñó, se quedó parado, hasta hizo amague de protestar o tirar una patada. Pronto se reencontró con su credo y terminó jugando a enorme nivel. Otra vez lo privaron del gol el poste, el arquero y seguramente una conjura de dioses del Olimpo que enrejaron el arco.

El equipo mantuvo sus apotegmas: protagonismo, pelota al piso, ataque constante pero sin renunciar al pase atrás o la pausa. La línea recta no es el camino más corto entre dos puntos, jugando a la pelota. Y avanzar es un objetivo denso, mucho más complejo que ir siempre para adelante, ese pecado venial de los equipos del entrañable Loco Bielsa. Claro que hubo ausencias que se hicieron sentir: Javier Mascherano y Carlos Tevez, supone el cronista. Junto a Messi, Juan Sebastián Verón y el arquero Romero son quizá los únicos cinco indispensables o, por la parte baja, inmejorables. Muchos debutantes de ayer demostraron ser potenciales titulares o relevos de nivel, acaso Clemente Rodríguez se haya ganado la titularidad.

Esas validaciones constituyen un nuevo logro del conductor del “grupo”, quien no debería rezongar tanto sobre la suerte, que también acompañó a la celeste y blanca. El empate pudo coronar el partido, una injusticia que estuvo cerca de concretarse. Y los autores de los dos goles, dos Martín, pueden haber estado en las utopías previas de Maradona: Demichelis, para compensar su torpeza contra Corea, y Palermo para confirmar su aura, tanto como una pegada del DT. Hubo buena onda de los hados ahí, una asistencia para confirmar la infalibilidad del líder.

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La Argentina ganó sus tres partidos, no ha sido su costumbre en los mundiales de la era moderna, desde 1958. Sólo lo consiguió en Francia 1998, un torneo poco feliz en su desenlace. En 1978 y 1986, cuando salió campeón, perdió y empató respectivamente con Italia en la ronda inicial. Los azzurri son mucho más duros de vencer que los adversarios que tocaron en Sudáfrica, dato insoslayable que no debe opacar otro: es bien difícil llevarse 9 puntos en los primeros cotejos, como se podrá corroborar cuando terminen todas las series de este campeonato.

México, un rival accesible pero superior a los que quedaron atrás, espera en la ronda eliminatoria, cuya crueldad es proverbial. Una derrota o un empate y un traspié en los penales son game over y pasto para las fieras.

La Selección, que hasta ahora no atravesó la prueba de remontar un marcador adverso, llega con virtudes y defectos expuestos, hasta extrovertidos. El talón de Aquiles es la descompensación defensiva: ayer un solo delantero griego (más solo que Sócrates ante sus jueces) creó demasiadas jugadas de peligro.

Las virtudes son futboleras y también emocionales. Habrá que ver cómo funcionan en el tramo más excluyente de la competencia. Ojalá que los muchachos sigan así, en todo sentido. Advertencia importante: la pelota no doblará. Y, como advirtió Maradona, aunque no dobla para todos, la aparente igualdad no es democrática: perjudica más a los virtuosos y beneficia a los especuladores. Como la lógica del mercado, parangona el cronista, terco para seguir escribiendo comparaciones con otras esferas de actividad, en estas horas de sana alienación.

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Imagen: AFP
 
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