ECONOMíA › PANORAMA ECONóMICO

Pequeño paroductor

 Por Alfredo Zaiat

Gran parte de los pequeños productores del núcleo rico de la pampa húmeda tiene comportamientos similares a los de la clase media urbana. Aspira a poseer el status de vida de hacendados y a la vez trata de imitar pautas de consumo de la clase acomodada. Expresa terror de retroceder en esa escalera de ascenso social y por eso a veces reacciona con virulencia hacia los integrantes del escalón inferior y también hacia el Estado. Pero igualmente quiere y exige que ese Estado lo proteja. Con sus contradicciones a cuesta, se siente acechado y defiende su porción del capital frente a los enemigos que supone que lo rodean. Tiene lo mejor y lo peor de la clase media emprendedora y quejosa. En general, el problema es que por la forma en que ha construido su conciencia de clase y la consiguiente ubicación en el mundo económico confunde muchas veces la trinchera. En esas oportunidades se vuelven reaccionarios y conservadores, instancia que los grandes aprovechan para ponerlos al frente de sus propios reclamos que, por esa peculiar alianza, pasan a ser compartidos, aunque los ganadores terminarán siendo los mismos de siempre.

Es cierto que no ha habido interlocutores del Gobierno sagaces de interpretar las necesidades de esos pequeños productores de la pampa húmeda, que son privilegiados en relación con sus pares de otras áreas agrícolas y de otras producciones no tan rentables. Pero tampoco es sencillo construir esos puentes cuando los intereses de los grandes jugadores del negocio agropecuario pasan a estar representados por los pequeños. La soja ha sido el poroto aglutinador de realidades económicas distintas. El extraordinario aumento del precio internacional de esa oleaginosa junto a la aplicación de un paquete tecnológico sencillo (siembra directa y glifosato) provocaron el nacimiento de varios barones de la soja, que desplazaron del trabajo de la tierra a pequeños productores mediante el arrendamiento. Esos chacareros se transformaron en rentistas. Los que no alquilaron el campo se volcaron por imitación a la soja, relegando otras producciones, como la lechería y la ganadería, entre las principales pero no únicas.

La reacción desproporcionada de un sector del campo estuvo en correlación con la desproporción de la renta que ofrece la soja respecto de otras producciones agropecuarias. El esquema de retenciones móviles apuntó al núcleo de mayor creación y concentración de riquezas de los últimos años, lo que expone la dificultad existente para avanzar sobre grupos de poder. Esta intervención del Estado para alertar sobre el proceso acelerado de sojización ha sido muy tarde, aunque de todos modos imprescindible por varias razones, siendo una de ellas la supervivencia de los pequeños productores. Esa injerencia vía retenciones móviles debería haberse realizado hace un par de años. Y apoyada por los pequeños productores, aunque parezca descabellado teniendo en cuenta las pasiones expresadas en las últimas tres semanas. El reclamo exitoso de recibir compensaciones por el aumento adicional de retenciones para recuperar la rentabilidad previa, aspecto destacado por el ministro Martín Lousteau y la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, ha sido un retroceso en el moroso tránsito de frenar la peligrosa tendencia al monocultivo. La historia ofrece muchos ejemplos de la extrema vulnerabilidad de países que depositaron su suerte a una sola ficha. Un gobierno tiene que tener la capacidad de comunicar e implementar esa estrategia de mediano y largo plazo frente a las ambiciones de corto del mundo agrario.

La necesaria política de promoción y protección para el pequeño productor no pasa por una serie de compensaciones para que siga en la soja, sino que debería haber una estrategia más elaborada que incluya apoyo para diversificar su producción, incrementar la productividad lechera y ganadera, acceder a financiamiento y a nuevas tecnologías. Las indispensables retenciones móviles son apenas un paso para frenar la sojización. Existen medidas aún más audaces en ese objetivo, como subsidios para que no se siembra soja, fijar límites de hectáreas de arrendamiento para cultivar soja por parte los grandes grupos económicos, inversores especulativos y pool de siembra, establecer impuestos específicos para los excedentes de soja a partir de determinar cuotas de producción, como hacen los países europeos y Estados Unidos, que piensan una política agropecuaria como parte de una de desarrollo global.

En estos días en los que la figura del pequeño productor ha pasado a ocupar el centro de la escena del conflicto, la definición de quienes integran esa categoría no es tan clara. Ni para los funcionarios que prometieron compensarlos ni para los propios dirigentes del sector. En un documento de trabajo del Proyecto de Desarrollo de Pequeños Productores Agropecuarios, Revisión del concepto de ruralidad en la Argentina y alternativas posibles para su redefinición, los investigadores Hortensia Castro y Carlos Reboratti señalan en sus conclusiones que “la problemática de la medición de la ruralidad es evidente en el contexto actual de los cambios y modificaciones que tienen lugar en el medio rural de la Argentina. Por un lado, contamos con una definición de lo rural que se remonta a los primeros censos de población del siglo XIX, levemente mejorada y actualizada en censos posteriores. Por el otro, una gran cantidad de usuarios interesados y/o partícipes de lo que sucede en el mundo rural no utilizan o directamente desconocen la definición de rural, utilizando criterios propios, definidos en función de situaciones particulares y obviamente diferentes entre sí”.

La complejidad de la definición de qué es ser pequeño productor queda reflejada en los debates de investigadores preocupados por el tema. Uno de los documentos más riguroso y amplio al respecto es Los pequeños productores en la República Argentina. Importancia en la producción agropecuaria y en el empleo en base al Censo Nacional Agropecuario 2002, realizado por Edith S. de Obschatko, María del Pilar Foti y Marcela E. Román. Esa investigación publicada a mediados de 2006 plantea dimensionar el peso económico y laboral de ese sector, con un alto nivel de desagregación por regiones agroeconómicas, por provincias y por departamentos, para el total de pequeños productores y para distintos “tipos” dentro de ese universo. “Es la primera vez que se realiza en el país un estudio sobre la pequeña producción con propósitos tan abarcadores. Una estimación sistemática y de cobertura total de la participación de los pequeños productores en la producción y empleo agropecuarios”, explican las autoras. Para evitar discusiones estériles definen que “las explotaciones agropecuarias de pequeños productores son aquellas en las que el productor o socio trabaja directamente en la explotación y no emplea trabajadores no familiares remunerados permanentes”.

A partir de esa definición, uno de los tantos datos relevantes que surgen de ese estudio es que en 2002 (año del último Censo Agropecuario) se registraban 218.868 pequeños productores en todo el país, que significan dos tercios del total de explotaciones agropecuarias. Estos están divididos entre los más capitalizados (el 21 por ciento del total), los que viven principalmente de su explotación pero no logran evolucionar (27 por ciento) y los de menores recursos productivos, que no pueden vivir exclusivamente de su explotación (52 por ciento). La troika de investigadores aclara que ese dato no puede compararse estrictamente con el Censo de 1988. De todas maneras, señalan que, según otro estudio (de los investigadores González y Pagliettini, Facultad de Agronomía –UBA—, de 1996), con una definición bastante similar, registraron 245 mil de esas explotaciones en 1988, un 10,9 por ciento más que en el 2002.

No son tan pocos ni tantos abandonaron sus campos en los últimos veinte años. El desafío para el Gobierno es reconocerlos como un sujeto importante del sector, que representa el 14 por ciento del área de explotaciones agropecuarias, con medidas específicas de promoción. Mientras, el pequeño productor debería reconocer cuáles son sus intereses, sin confundirse con los de otros que no dudarán a la hora de elegir el bocado para saciar el apetito de pez grande.

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Imagen: Bernardino Avila
 
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