EL MUNDO › ESCENARIO

Obama se la banca

 Por Santiago O’Donnell

Fue notable el contraste entre John McCain y Barack Obama esta semana ante el cambio de era que se vive en el mundo desde la caída del muro de Wall Street. Sus personajes se parecen demasiado al pasado y el futuro de los Estados Unidos.

Obama se la pasó golpeando puertas de votantes indecisos en suburbios de New Hampshire y Ohio, sin saco ni corbata y con las mangas de su camisa enrolladas, repartiendo copias de su propuesta para salir del atolladero. McCain nunca se sacó el traje y se la pasó hablando de cualquier cosa menos de la economía en distintos foros académicos y empresariales de grandes ciudades. Cuando no pudo evitar el tema se dedicó a demostrar que entendía el sufrimiento de la gente con lenguaje campechano de abuelito comprensivo, pero a la hora de ofrecer soluciones concretas sólo pudo esbozar algunas generalidades basadas en recetas probadas y fallidas.

El contraste se hizo más evidente en el debate del miércoles. Con sus 72 años a cuestas, McCain parecía un nostálgico de un tiempo que ya fue. Habló una y otra vez de liberar las fuerzas del mercado a través de la baja de impuestos, mostrando una fe pasada de moda en la capacidad de las empresas para generar empleo y motorizar la reactivación, si tan sólo reciben suficientes incentivos fiscales.

Obama, 47, contestó que él también quiere bajarle los impuestos al 95 por ciento de la población, pero piensa que los millonarios y las multinacionales pueden y deberían aportar más.

Entonces McCain insistió con los recortes de impuestos para los ricos. Dijo que si no las empresas se irían a otros países y que el norteamericano medio pagaría las consecuencias de la pérdida de empleos.

Entonces Obama le recordó que el sector privado no es el único actor económico.

Dijo que su país necesita que el Estado se ponga al frente de la reactivación y propuso un paquete de ayuda económica de 260.000 millones de dólares para los pobres, desarrollar un programa de energía alternativa y motorizar obra pública como en los tiempos del New Deal. Y le recordó que el país ya había probado la receta durante el gobierno de Bush y que lo único que se logró al bajarles los impuestos a los ricos fue triplicar el déficit.

De yapa, Obama podría haber agregado que durante el gobierno de Bush la clase media y los pobres perdieron seguridad y poder adquisitivo ante las políticas de flexibilización del libre mercado, y al final se generaron muchos menos empleos que durante el gobierno demócrata de Clinton. Pero no hizo falta.

McCain no tenía argumentos para disimular las evidentes similitudes entre su plan económico y el que fracasó con Bush, porque ambos dicen lo mismo, tienen los mismos asesores y comparten la misma plataforma partidaria. Entonces el candidato republicano se pasó el resto del debate tirando chicanas para desviar la atención.

Muy pronto los televidentes se dieron cuenta de que McCain no tomaba el toro por las astas. Podría haber dicho “miren, muchachos, yo sé que las cosas están mal por culpa de algunos descuidos con algunos tramposos. Pero yo sigo siendo capitalista porque es el mejor sistema del mundo, el que nos llevó a ser el país más rico y poderoso del mundo. Los ‘fundamentals’ funcionan y los ‘fundamentals’ nos van a salvar”. Pero ni siquiera hizo eso, y fue duramente castigado en las encuestas.

En medio de los dimes y diretes del último debate, uno de los proyectos más innovadores de Obama para reactivar la economía pasó inadvertido, tanto que el candidato demócrata ni lo mencionó.

Se trata de su propuesta de utilizar 60.000 millones de dólares, casi la tercera parte del paquete de rescate, para fondear un banco federal de desarrollo, el primero en la historia de los Estados Unidos.

Se llamaría Banco Nacional de Reinversión en Infraestructura y se dedicaría exclusivamente a financiar grandes proyectos de obra pública de infraestructura para el transporte, sobre todo autopistas y trenes rápidos. El candidato lo anunció el 15 de febrero y desde entonces figura en la propuesta económica que aparece en su página web.

Obama dijo que el banco creará empleo para dos millones de personas y que no va a reemplazar los mecanismos para financiar obra pública ya existentes, sino que va a complementarlos. Hasta ahora las obras públicas en Estados Unidos se pagaban con partidas de presupuestos estatales y municipales, o con fideicomisos como el Fondo para las Autopistas, o en el caso de los trenes, a través del Departamento de Transporte.

A primera vista el banco de Obama parece una propuesta desarrollista, a tono con los tiempos que corren, un antídoto contra el fracaso de las recetas neoliberales del pasado reciente. Los asesores del candidato lo comparan con el Bndes brasileño, el mismo que sirvió de inspiración para el proyecto del Banco de Sur que impulsan Chávez, Correa y los Kirchner.

Pero si se presta atención al origen del proyecto, las personas involucradas en su gestación y algunos detalles de letra chica, aparece el fantasma de una privatización encubierta.

La propuesta de Obama se basa en un proyecto de ley de 2007 para crear un banco con idéntico nombre al que adoptó el candidato demócrata. Su autoría corresponde a dos senadores del ala progresista del partido de Obama, Charles Rangel y Christopher Dodd. A su vez, Rangel y Dodd basaron su proyecto en un informe del reconocido think tank Center for International and Strategic Studies (CSIS) publicado en 2005.

El trabajo del CSIS sostenía que la infraestructura de obra pública se había vuelto obsoleta y necesitaba una inyección urgente de capital para acompañar el crecimiento de la economía. También recomendaba la creación de un mecanismo federal para canalizar inversiones en el sector.

Los dos senadores demócratas habían suscripto el trabajo del CSIS, y CSIS hizo público su apoyo al proyecto de ley de los demócratas, que luego adoptaría Obama.

Pero el informe del CSIS venía del riñón de Wall Street y del Partido Republicano.

Uno de sus autores es Warren Rudman, 78, un ex senador republicano que se hizo conocido durante el gobierno de Reagan por la Enmienda Gramm-Rudman, que obligaba al gobierno federal a equilibrar el presupuesto, so pena de perder partidas automáticamente si no se alcanzaba el objetivo pautado.

El otro tiene un pasado más frondoso. Se trata del financista Felix Rohatyn, 79, un ex director de la multinacional ITT, la misma que financió el golpe de Pinochet a través de la CIA. Un año antes del golpe Rohatyn se hizo conocido por haber canalizado una coima de 400.000 dólares al Partido Republicano para que el gobierno de Nixon aprobara la megafusión de ITT con Hartford Insurance a pesar de las objeciones del Departamento de Justicia porque violaría la ley antimonopolios.

En los ’70 fue llamado a encabezar el rescate de Nueva York cuando la ciudad cayó en bancarrota y se convirtió en el ídolo del establishment, aunque para hacerlo muchos dicen que destruyó los servicios públicos y sociales de la ciudad. En esos años Rohatyn se convirtió en un gurú de Wall Street y orquestó más de 80 fusiones y compras apalancadas de grandes empresas, según su propia cuenta. En los ’80 y ’90 cambió su discurso, se convirtió en un duro crítico de las prácticas financieras imperantes, empezando por los bonos basura y siguiendo con las hipotecas basura. Profetizó la debacle que se vendría. Bill Clinton lo tanteó para asumir la Secretaría del Tesoro durante su primera presidencia, y lo nombró embajador en Francia en la segunda. Cuando volvió, Rohatyn regresó a sus raíces. Asumió la presidencia del directorio internacional de Lehmann Brothers, el centenario banco de inversión cuya caída gatilló el efecto dominó.

Cuando Dodd y Rangel presentaron el proyecto de ley para la creación del Banco Nacional de Reinversión en Infraestructura en el Capitolio el año pasado, una de las primeras cartas de apoyo y felicitación que recibieron llevaba la firma de Tracey Wolstencroft, gerente general de Goldman, Sachs & Co., otra de las firmas emblemáticas de Wall Street, según consta en el sitio web de los legisladores.

¿Por qué tanto interés de Wall Street en la creación de un banco estatal?

La respuesta la dio el propio Obama el 15 de febrero pasado cuando hizo suyo el proyecto de Dodd y Rangel. “La inversión estatal se multiplicará por cinco”, dijo entonces. El proyecto de ley explica cómo: los 60.000 millones se invertirían en la emisión de bonos para apalancar inversiones del sector privado.

Los críticos por izquierda no tardaron en denunciar que el banco de Obama creará una burbuja especulativa similar a la que explotó con el mercado de hipotecas basura. Y que al abrir la obra pública al capital privado subirá el precio de los peajes y los pasajes de tren, mientras los obreros que trabajen en esos proyectos, al perder protección del Estado, verán afectadas sus condiciones laborales.

Puede ser. Puede ser que a través del banco de Obama los representantes del capital financiero terminen colonizando el mercado de la obra pública. O al revés: que la sociedad con el Estado en un mercado cerrado imponga controles que brillaron por su ausencia durante el auge de las hipotecas basura, los bonos basura y las punto com. Que la nueva institución sirva para transferir capitales especulativos a la economía real. Quién sabe.

El banco de Obama es una muestra de cómo han cambiado Estados Unidos y el mundo a partir de la debacle del neoliberalismo que hoy representan Bush y McCain. Pero también es un ejemplo de la capacidad de reciclaje que tiene el sistema financiero global. Algunas cosas no cambian aunque el mundo se caiga a pedazos.

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