EL MUNDO › OPINION

Reprimenda al árbitro arbitrario

 Por Eric Nepomuceno

Algunos defensores de Lula da Silva, con precipitado entusiasmo, celebraron la decisión del Supremo Tribunal Federal, que decidió mantener en sus manos las investigaciones en curso sobre el ex presidente y todavía principal figura del escenario político brasileño. El resultado fue alcanzado por sonora mayoría de ocho votos favorables y dos contrarios.

El entusiasmo es un tanto precipitado porque, en realidad, el caso Lula da Silva sigue en la corte suprema mientras se estudian las denuncias. No está definitivamente descartado que sea devuelto, al menos en parte, al juez de primera instancia Sergio Moro. Acorde a la Constitución, tienen derecho al llamado ‘foro privilegiado’, o sea, solo pueden ser investigados y juzgados por el Supremo Tribunal Federal ministros de Estado, parlamentares y, claro, quien ocupe la Presidencia de la República.

Lula no está en ninguna de esas categorías, al menos hasta que la corte suprema decida si puede o no asumir el puesto de Jefe de Gabinete, para el cual oficialmente nombrado por la presidenta. Uno de los integrantes del Supremo Tribunal Federal, Gilmar Mendes, que se destaca por, en lugar de proferir votos y sentencias, emitir virulentos discursos contra el gobierno, el PT y en especial contra el ex presidente, determinó, en decisión personal, la suspensión del nombramiento. El Pleno de la corte todavía no se pronunció.

Así, la victoria de Lula da Silva ha sido apenas parcial y, por ahora, temporaria.

Ya el juez Sergio Moro, que actúa en la primera instancia de una provincia, Paraná, conservadora al extremo, fue objeto de reprimendas vehementes en el pleno del Supremo Tribunal Federal reunido ayer. Por primera vez de manera tan explícita y conjunta los magistrados máximos del país condenaron la manera arbitraria con que el juez de provincias actuó, teniendo como blanco preferencial de sus actos frontalmente ilegales a Lula y, en último caso, a la misma Justicia.

Al condenar la injustificable decisión del juez que se cree justiciero de divulgar todas las transcripciones de las llamadas interceptadas del ex presidente, violando el foro de varios ministros de Estado y de la misma presidenta, y al mismo tiempo determinar sigilo absoluto sobre el contenido de tales grabaciones, los magistrados de la corte suprema reconocieron que se trata de una medida sin efecto alguno, ya que la violación ocurrió y el daño, irreparable, fue plenamente cometido.

En todo caso, el efecto de semejante contundencia en la recriminación de los magistrados puede traducirse en un aviso claro al mediático juez, en el sentido de que pare la mano de aquí en adelante. Como si alguien de mayor envergadura, de envergadura máxima, le dijese: ‘Oye, muchacho, la vanidad tiene límites. Y politizar a la justicia es la mejor manera de cometer injusticias. La hipertrofia aguda del ego puede ser una enfermedad terminal para el respeto que un magistrado merece y la decencia con que debe actuar’.

Ojalá el muchachón que se imagina paladín de la Verdad Absoluta, un emisario de los dioses de la Justicia a esta tierra sufrida, el ídolo de las clases medias envenenadas por los medios golpistas, entienda el clarísimo mensaje.

Y ojalá alguna vez ese mensaje sea transformado en las sanciones previstas por las leyes, las mismas leyes y reglas que Sergio Moro insistió en atropellar al sabor de su provinciana prepotencia.

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