EL MUNDO
Detuvieron al etnocacerista Humala mientras negociaba
La rebelión etnocacerista en Perú llegó a su fin pocas horas después, cuando los reservistas que se mantenían atrincherados en la comisaría decidieron entregar las armas, a pesar de la traición que había sufrido su jefe.
Por Carlos Noriega
Desde Lima
La rebelión armada de Antauro Humala, un mayor en retiro del ejército peruano que propugna un gobierno ultranacionalista e indigenista, llegó a su fin al tercer día de iniciada con la rendición ayer a la mañana de los reservistas del ejército, que habían tomado por asalto un puesto policial de Andahuaylas en la madrugada del primero de enero. Horas antes de esa rendición, Humala había sido detenido mientras negociaba con los jefes de la policía y del ejército las condiciones de su entrega, que el propio jefe de los etnocaceristas había anunciado para las 7.30 de la mañana del martes. “Hemos venido a conversar, pero no han cumplido su palabra y nos han detenido”, le dijo Humala al congresista Michael Martínez, quien participó como mediador de las negociaciones, cuando se cruzó con él al momento que era sacado por sus captores de la municipalidad.
La detención del jefe de los rebeldes se produjo a las 10.30 de la noche del lunes, pero recién fue dada a conocer a las 1.30 de la madrugada por el primer ministro Carlos Ferrero, quien señaló que el gobierno esperaba que Humala sea juzgado por el delito de terrorismo, lo que podría significarle una condena a cadena perpetua. En declaraciones a Página/12, el jurista Javier Valle Riestra, quien rechazó un pedido del padre de Antauro Humala para defender a su hijo, señaló que “es un absurdo acusar a Humala de terrorismo, aquí no hubo ningún acto terrorista, que implica atacar a la población civil para crear zozobra, estamos ante una rebelión de carácter político y debe juzgarse como un delito político, aunque al gobierno no le guste”. Si es procesado por rebelión, secuestro y asesinato, Humala podría ser condenado a 20 años de prisión. Valle Riestra ha pedido amnistía para los etnocaceristas “que actuaron por idealismo”, pero no para Humala “que como jefe debe asumir su responsabilidad, aunque estoy seguro de que en algún momento también se le otorgará una amnistía, seguramente después de las elecciones del 2006”.
Al momento de anunciar la detención de Humala, Ferrero le exigió al centenar de humalistas que permanecían atrincherados en la comisaría de Andahuaylas con 17 rehenes que depongan las armas. Pero esto recién se produciría pasadas las diez de la mañana, luego de varias horas de incertidumbre y tensión. En un principio, los humalistas se negaron a rendirse y amenazaron con radicalizar su postura luego de enterarse que su jefe había sido detenido. El propio Humala debió enviar una carta a sus hombres pidiéndoles que depongan las armas, lo que finalmente aceptaron.
Buena parte de los empobrecidos pobladores de Andahuaylas, que en su casi totalidad son de origen indígena, se manifestaron en las calles contra la detención de Humala y apedrearon algunos locales públicos en señal de protesta. Más de un millar de personas se volcaron a las enlodadas calles de Andahuaylas durante los tres días que la comisaría estuvo tomada por los humalistas para expresar su apoyo a los rebeldes. En otras ciudades andinas del país también hubo marchas de apoyo a Humala.
Pasada las siete de la noche (nueve hora argentina) del lunes, cuando las fuerzas de seguridad ya habían despejado las calles de simpatizantes humalistas y habían tomado posiciones para un ataque militar a la comisaría capturada, se reanudó el diálogo entre Antauro Humala y los generales Féliz Murazzo, de la policía, y José Williams, del ejército, quienes estaban a cargo del operativo. Como la catedral había sido cerrada, el diálogo se realizó en el local de la municipalidad. Humala y algunos de sus hombres llegaron acompañados del congresista Michael Martínez y de los representantes de la defensoría del pueblo y de la fiscalía, que hacían las veces de intermediarios. En las conversaciones no había ninguna autoridad civil en representación del gobierno, que dejó el manejo de la crisis en manos de la policía y del ejército.
Humala inició el diálogo anunciando a los generales que al día siguiente a las 7.30 de la mañana se rendiría y entregaría sus armas en el atrio de la catedral. Pidió que se respetara la integridad y dignidad de sus hombres. “Fue un diálogo muy respetuoso. Humala estaba muy tranquilo”, le reveló a Página/12 el congresista Martínez, presente en esas negociaciones. Aunque todo parecía definido desde un comienzo, las conversaciones se prolongaron cerca de tres horas. “Los militares hacían observaciones por algunos detalles de la entrega y eso alargaba el debate”, señaló Martínez. A las diez de la noche, los militares le pidieron a Martínez y a los representantes de la defensoría del pueblo y de la fiscalía que pasen a un salón contiguo porque, señalaron, debían hablar en privado con Humala. Y una vez que estuvieron solos detuvieron a Humala y a los dos reservistas etnocaceristas que lo acompañaban.
“Eso no fue una detención sino un secuestro, una traición cobarde por parte de estos generales que no respetaron su palabra empeñada”, señaló indignado Martínez a Página/12. El congresista recuerda lo ocurrido y concluye que “ahora estoy convencido que lo del diálogo fue una trampa planificada para capturar a Humala en la que todos caímos ingenuamente, por eso los militares alargaban el debate, para esperar el momento oportuno”. Martínez criticó duramente al gobierno por la forma como detuvo a Humala, lo que, dijo, “pudo haber tenido consecuencias fatales por la reacción que eso pudo despertar entre sus seguidores que tenían 17 rehenes, pero felizmente los etnocaceristas actuaron con prudencia y no pasó nada”.
Al mediodía de ayer Humala fue trasladado a Lima en un avión militar. Al bajar de la aeronave vestía ropa civil. Intentó lanzar algunas arengas y hacer la V de la victoria, pero los policías que lo custodiaban se lo impidieron. Humala fue llevado a la Dirección contra el terrorismo (Dircote) de la policía, donde quedó detenido. Le espera la cárcel, pero confía que su aventura le dé la popularidad suficiente para relanzar su movimiento ultranacionalista.