EL MUNDO › COMO ESPERAN LOS IRAQUIES LAS ELECCIONES ORQUESTADAS POR EE.UU.

Rumbo al día D de la “democracia”

Dieciocho personas murieron ayer en diversos ataques en Irak en una violencia creciente destinada a impedir la votación del 30 de este mes. Bagdad, la capital de Irak, es un hervidero de miedos, policías y tanquetas y se espera que gran parte del país no vaya a votar.

Por Robert Fisk*
Desde Bagdad

El periodismo da lugar a un mundo de clichés pero aquí, por una vez, el primer cliché que viene a la cabeza es cierto. Bagdad es la ciudad del miedo. Iraquíes temerosos, milicianos temerosos, soldados norteamericanos temerosos, periodistas temerosos. El 30 de enero, ese día en el que las bendiciones de la democracia lloverán sobre nosotros, se está acercando con toda la certeza y la rapidez del Día D. El último video de Zarqawi muestra la ejecución de seis policías iraquíes. Cada uno es disparado en la cabeza, uno por uno. Un sobreviviente hace de cuenta que está muerto. Un hombre armado camina hacia él y le hace explotar la cabeza a balazos.
Estas imágenes embrujan a todos. En la intersección Al Hurriya, ayer por la mañana, cuatro camiones cargados con guardias nacionales iraquíes –los futuros salvadores de Irak, según George W. Bush– pasaron al lado de mi auto. Su rifles son púas de puercoespín apuntándole a cada automovilista, a cada iraquí que pasa por la vereda: el ejército iraquí apuntando sus armas a su propia gente. Y todos estaban encapuchados: con capuchas negras o máscaras de esquiar o kuffiyas con hendiduras que solamente dejan entrever ojos asustados. Justo antes de que finalmente colapsara en manos de rebeldes el verano pasado, vi exactamente la misma escena en las calles de Mahmoudiya, al sur de Bagdad. Ahora los veo en la capital.
En la plaza Kamal Jumblatt junto al Tigris, dos camionetas blindadas norteamericanas se acercan a la rotonda. Sus hombres armados con ametralladores les gritan a los conductores que se mantengan alejados de ellos. Un cartel grande en la parte trasera del vehículo dice en árabe: “Prohibido. No adelantarse a este convoy. Mantenerse a 50 metros”. Los conductores atrás obedecen; conocen el significado de “fuerza mortal” que los norteamericanos han escrito en los carteles de sus puestos de control. Pero las dos camionetas blindadas se meten en un enorme caos de tránsito, y los hombres armados ahora nos gritan para que nos mantengamos lejos de ellos. Un taxi, que no ve a las tropas norteamericanas, bloquea sin quererlo su camino, el norteamericano en el primer vehículo le arroja una botella plástica llena de agua al techo de su auto y el conductor se sube al césped de la rotonda. Un camión recibe el mismo tratamiento de la primera camioneta. “Vayan para atrás”, grita uno de los soldados, que nos miraba por detrás de sus anteojos de sol. Desesperadamente intentamos meternos entre el atascamiento.
Sí, los rusos probablemente hubieran arrojado granadas de mano en Kabul. Pero aquí estaban los “liberadores” aterrorizados de Bagdad arrojando botellas de agua hacia los iraquíes que deberán disfrutar de una democracia impuesta por los norteamericanos a partir del 30 de enero. Por si acaso alguien duda de esta escena extraordinaria, la camioneta blindada tenía escrito “Especialista Carrol” en su luneta trasera. El Especialista Carrol, estoy seguro, ve a cada uno de nosotros como un atacante suicida en potencia –un matón sobre ruedas– y no puedo culparlo. Uno de estos suicidas recientemente condujo su automotor hacia la comisaría de Tikrit al norte de Bagdad y se quitó la vida y la de al menos seis policías. Dando vuelta la esquina descubro la razón del caos de tránsito: policías iraquíes están luchando contra cientos de automovilistas desesperados por conseguir petróleo; los automovilistas se niegan a seguir haciendo cola por lo único que Irak tiene en cantidades: petróleo.
Paso por el restaurante Ramaya para almorzar. Cerrado. Están construyendo un paredón de seguridad alrededor del edificio. Así que manejo hacia el Rif para comer una pizza, ocasionalmente jugando con el piano del restaurante. Mientras tanto, observo la entrada buscando gente que no quiero ver. Los mozos están nerviosos. Están felices de traerme la pizza en 10 minutos. No hay nadie más en el restaurante y miran hacia afuera como conejos amistosos. Están esperando al auto.
Paso a visitar a un viejo amigo iraquí que solía publicar una revista literaria durante el reinado de Saddam. “Ellos quieren que vote, pero no me pueden proteger”, dice. “Es posible que no haya un suicida en la mesa electoral. Pero me van a estar observando. ¿Y qué pasa si recibo una granada de mano en mi casa tres días después? Los norteamericanos dirán que hicieron lo mejor que pudieron, la gente de Allawi dirá que soy un “mártir de la democracia”. Así, ¿pensás que voy a votar?”
En la Universidad Moustansariya –una de las mejores de Irak– estudiantes de literatura inglesa se están por enfrentar a su último examen del semestre. Enero marca el final del semestre iraquí. Pero uno de los estudiantes me dice que sus compañeros le han dicho al profesor –tan pesados son estos tiempos– que todavía no han estudiado para el examen. En vez de ponerles a todos un cero, el profesor tímidamente pospone el examen.
Conduzco por la intersección Al Hurriya al lado de la “Zona Verde” y repentinamente hay una enorme cuatro por cuatro negra, llena de hombres armados con máscaras de esquí. “¡Atrás!”, le gritan a cualquier automovilista que se cruza en su camino. Bajo la ventanilla. La puerta trasera de la cuatro por cuatro se abre bruscamente. Un occidental con máscara de esquí –rubio de ojos azules– está apuntando una Kalashnikov hacia mi auto. “¡Atrás!”, me grita en un árabe calamitoso. Después despeja el camino, seguido por tres pick ups blindadas, con ventanillas polarizadas, y sus gomas resbalándose sobre la superficie de la calle, llevando a los sagrados occidentales hacia la dudosa seguridad de la “Zona Verde”, el conjunto de edificios herméticamente cerrado desde el cual supuestamente se gobierna a Irak.
Miro rápidamente los diarios iraquíes. Colin Powell otra vez advierte acerca de una “guerra civil” en Irak. ¿Por qué los occidentales amenazamos con una guerra civil en un país cuya sociedad es tribal y no sectaria? De todos los diarios, el diario kurdo Al Takhri, fiel a Mustafá Barzani, es el único que se hace la misma pregunta. “Nunca ha habido una guerra civil en Irak”, vocifera el titular de la editorial. Y tiene razón. Así que adelante con las temidas elecciones del 30 de enero y la democracia. Los generales norteamericanos –con una mezcla de mendacidad y esperanza entre la insurgencia– ahora están diciendo que solamente cuatro de las 18 provincias iraquíes probablemente no puedan participar “completamente” de las elecciones. Buenas noticias. Hasta que uno se sienta a mirar las estadísticas de la población y se da cuenta –como ya lo saben los generales– de que esas cuatro provincias contienen más de la mitad de la población de Irak.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Ximena Federman.

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Policías iraquíes lloran mientras acompañan el cuerpo de un colega a un hospital.
 
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