EL MUNDO › COMO ES EL PROCESO QUE HA EMPEZADO A ENVOLVER A TODO MEDIO ORIENTE

Luces y sombras de la “primavera árabe"

Un huracán de elecciones parece soplar sobre Medio Oriente, desde los comicios en Irak y la Autoridad Palestina hasta reformas más parciales en Arabia Saudita y Egipto. La tendencia, de la que Bush se considera el autor, es aquí examinada por varios expertos en la región.

Por Eduardo Febbro
Desde París

Elecciones municipales en Arabia Saudita, movimiento popular contra el gobierno prosirio en el Líbano, elecciones en Irak y Afganistán, cambio de régimen electoral en Egipto con los comicios presidenciales multipartidistas anunciados para septiembre por el presidente Hosni Mubarak, proceso electoral en los territorios palestinos: como nunca antes, los países árabes protagonizan una serie de prácticas democráticas poco comunes en un mundo árabe marcado por las dictaduras, la represión feroz y la autocracia. ¿Azar, confluencia internacional, despertar de los pueblos y sus dirigentes, ruptura del orden instaurado por el colonialismo occidental, influencia de Osama bin Laden o consecuencia de la cruzada democrática lanzada por la administración de George W. Bush? Las respuestas varían de un país a otro. Los analistas europeos y regionales empiezan a calificar este movimiento como “la primavera árabe”, al tiempo que reconocen que la liberación de las sociedades y la democracia son extremadamente frágiles. Como señala el intelectual palestino Elias Sambar, director de la revista Estudios Palestinos, “el juego está abierto y, en contra de lo que se cree en Estados Unidos, no sabemos aún quién, entre la democracia o los islamistas, ganará la partida”.
El “viento de la libertad” que George Bush no cesa de evocar empezó a soplar de hecho con la tragedia del 11 de septiembre de 2001 y se materializó con un esquema geopolítico encarnado en la campaña por la “democratización del Gran Medio Oriente” lanzada por el mismo Bush a principios del año pasado. Vasto programa que comprende un territorio que va desde Pakistán hasta Marruecos, es decir desde Asia Central hasta los países del Magreb. El politólogo libanés Civil Mallat constata sin excesivo entusiasmo que “para la actual administración norteamericana la democracia se ha convertido en un argumento de seguridad nacional. Hace un cuarto de siglo que esperamos que esto ocurra y recién ahora empieza a aplicarse, incluso en países cuyos regímenes están considerados como aliados de Estados Unidos, por ejemplo Egipto o Arabia Saudita”. A su vez, los analistas europeos señalan que Washington y las potencias coloniales que apoyaron durante décadas a las dictaduras árabes en nombre de la “estabilidad política regional” y en contra de los mínimos valores democráticos con el único propósito de mantener a niveles convenientes los precios del petróleo tuvieron que revisar sus estrategias. El 11 de septiembre despertó el interés por la democracia del mundo occidental hacia una región donde el único valor que contaba era la cotización del oro negro. A su manera brutal e imprevisible, Bin Laden señaló los riesgos de la “realpolitik, los estragos del inmovilismo democrático y la gangrena incubada por regímenes corruptos y principescos cuyas políticas, los privilegios acumulados y las injusticias condujeron al islamismo más extremo a una porción de la sociedad, especialmente la juventud, para la cual el futuro era un sol sin esperanzas. La administración norteamericana asimiló una evidencia repetida por las fuerzas progresistas pero jamás tomada en cuenta: mientras el mundo árabe siguiera bajo la bota de dictaduras incapaces de ofrecer perspectivas políticas, económicas, educacionales y sociales, las frustraciones acumuladas harían de esos países una inagotable fuente de extremistas.
Sin llegar a aceptar por completo el bello concepto de “primavera árabe”, los intelectuales musulmanes reconocen que existe una dinamización de los procesos políticos cerrados. La ofensiva militar en Afganistán, la caída del régimen talibán, las elecciones del año pasado que consagraron a Hamid Karzai como presidente afgano esbozaron el inicio de lo que, más tarde, se completaría con la invasión norteamericana de Irak. Mustafá Kamel el Sayyid, profesor de ciencias políticas de la Universidad de El Cairo, acota no obstante que “resulta exagerado hablar de primavera árabe. Los regímenes árabes son bastante más duraderos de lo que se supone. Es cierto que en el curso de algunas semanas se produjeron acontecimientos nuevos: Egipto prometió una elección presidencial multipartidista y se produjeron varios comicios en Medio Oriente. Entre ellos se destacan, por primera vez, las elecciones locales celebradas en Arabia Saudita, así como la caída del gobierno libanés bajo la presión popular. Pero no hay que engañarse. Los dirigentes más autoritarios de la región siguen en el poder. Por consiguiente, los cambios intervenidos son cosméticos. No es posible hablar de democratización. La administración norteamericana desempeñó un papel en estos cambios. Sin embargo, Estados Unidos no transformó esos regímenes en poderes más democráticos”. La caída de Saddam Hussein impulsada por Washington trajo como consecuencia dos cambios contradictorios. Por un lado, facilitó la extensión del terrorismo dentro de Irak y en países como Arabia Saudita e Irak. Por el otro, aportó una leve brisa de cambio en el mismo Irak, Egipto, Arabia Saudita, Jordania y en el seno mismo de las instituciones palestinas.
Fuera del ensayo democrático iraquí con las elecciones del pasado 30 de enero, las transformaciones más emblemáticas se produjeron en Egipto, Arabia Saudita y en los territorios autónomos palestinos. Después de 24 años de un reino sin asociados, Egipto, que recibe una ayuda anual de 2000 millones de dólares por parte de los Estados Unidos, decidió aplicar, por primera vez en su historia, el sufragio universal directo. El presidente Hosni Mubarak abrió el juego hasta aceptar que la elección presidencial se celebre con candidaturas múltiples. Seguidamente, Arabia Saudita organizó unas inéditas elecciones municipales. Aunque las mujeres estaban excluidas, este hecho representa casi una novedad de ciencia ficción en un país dirigido por una misma familia. Heredero directo de la reorientación de la política norteamericana en Medio Oriente, el proceso electoral palestino es mostrado como un raro ejemplo. Luego de la muerte del líder histórico de la causa palestina, Yasser Arafat, las elecciones de enero pasado llevaron a Mahmud Abbas a la presidencia de la Autoridad Palestina. Imperfectos, incompletos, carentes de muchas de las garantías mínimas en materia electoral, los comicios marcaron, con todo, una inflexión histórica.
El ejemplo palestino es, en este contexto, el más sobresaliente. El nuevo rumbo no es ajeno al esquema de la segunda administración Bush. Durante la gira que efectuó por Europa el mes pasado, el presidente norteamericano integró en su discurso una de las demandas más antiguas de los palestinos y jamás tomadas en cuenta, ni por Israel, ni por la Casa Blanca. Bush pidió al gobierno israelí que “permitiera” la existencia de un Estado palestino “democrático” y basado en un territorio “contiguo”, es decir, no las parcelas de territorio propuestas hoy sino una extensión única. Según Elias Sambar, la “victoria pírrica obtenida por Estados Unidos en Irak los condujo a mostrarse un poco más activos en el escenario israelo-palestino. Desde luego, siguen siendo aliados irrenunciables del primer ministro Ariel Sharon, pero ahora se han convertido en actores que se mueven. Se muestran más objetivos y ya no se conforman con ser la palanca sobre la cual Sharon se apoya a fin de imponer su política”.
Lo ocurrido en Irak ha tenido un gran impacto en las opiniones públicas árabes al tiempo que muestra los riesgos de la democratización fast-food. Las elecciones iraquíes, por ejemplo, fueron ganadas por los chiítas. Amordazados por Saddam Hussein, reprimidos hasta el horror, los chiítas llegan al poder por medio de las urnas, pero divididos en dos ramas convergentes: una es la que anhela hacer de Irak un Estado “islamista”, la otra es la que busca una vía menos radical, proponiendo que se declare que la religión esencial del Estado es el Islam. “Hemos visto a la población iraquí acudir a las urnas a pesar de los atentados. La gente quedó muy marcada por eso, incluso aquellos que tienen serias dudas respecto del doble lenguaje de la administración Bush”, dice el profesor Civil Mallat. A su vez, Elias Sambar agrega que “la política orientada hacia la guerra adoptada por Estados Unidos no es la correcta. Sin embargo, resulta innegable que esa política desestabilizó la región. Hubo fallas que aparecieron en el sistema regional y las fuerzas democráticas se aprovecharon del movimiento. Pero también lo hicieron los islamistas. Los norteamericanos tienen una visión muy formalista de la democracia. Para ellos, el hecho de votar ya produce democracia. En realidad, el voto no es la democracia, sino un útil de ésta. No puede negarse con todo que de esa visión surgió una situación objetiva que las sociedades, sedientas de reformas, no dejaron escapar”.
Resulta sorprendente constatar cómo norteamericanos y europeos protagonizan una suerte de antagonismo verbal a la hora de reivindicar la “responsabilidad” en la tímida primavera árabe. Washington asegura que es obra suya, mientras que el Viejo Continente recuerda que ese anhelo empezó a discutirse en el Viejo Mundo hace unos diez años en el llamado “proceso de Barcelona”. Frente al optimismo triunfante de Washington, los europeos advierten: “¡Cuidado, no estamos en Europa del Este. El proceso será mucho más largo!”
¿Primavera árabe o apenas salida del largo túnel del invierno dictatorial? La respuesta es, para Elias Sambar, una ecuación casi imposible: “Hay muchas esperanzas, pero hablar de primavera árabe equivaldría a hacer como si esa esperanza ya fuera una realidad”.

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Un iraquí contempla la estatua erigida para reemplazar la de Saddam Hussein, que fue derribada.
 
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