EL MUNDO › OPINION

Con la bomba en el bolsillo

 Por Santiago O’Donnell

Los inmigrantes no paran de llegar. Llegan en bote, llegan a pie, llegan a Europa, llegan a Estados Unidos. Crece la altura de los muros, aumentan los patrullajes, se endurecen las leyes. Llueven declaraciones alarmistas en las cumbres y en las tribunas de campaña. Que Europa se va al diablo. Que Estados Unidos es un colador.

El ex titular del Inadi Enrique Oteiza es un especialista de renombre internacional en el tema migratorio. En un bar del centro, explica las razones detrás de semejante revuelo.

A principios de siglo Estados Unidos empezó a aplicar una política de inmigración selectiva que continúa hasta el día de hoy. Esta política, que se masificó después de la Segunda Guerra Mundial, consiste en atraer inmigrantes altamente calificados: tecnólogos, científicos, artistas de primer nivel. Laboratorios de investigación, universidades y orquestas filarmónicas filtran candidatos entre toda la oferta mundial y los invitan a formar parte de sus instituciones. Cuando esto sucede, el otorgamiento de la visa es casi automático.

Europa, a partir de los años ’60, empieza a aplicar las mismas políticas para cerrar la brecha tecnológica con Estados Unidos. Así las cosas, dice Oteiza, en el primer mundo crecen los mercados que usan mano de obra altamente calificada, que son, paradójicamente, mercados que requieren muy poca mano de obra barata. O sea, que cada vez producen más, con menos gente. Y del otro lado, bueno, se van los que podrían hacer que las cosas funcionen mejor.

A este sistema se le sumó, en los últimos años, la doctrina Bush de seguridad nacional, que también se ha trasladado a Europa, apunta Oteiza. El enemigo es el terrorista, categoría difusa si las hay: “Es muy difícil identificar a un terrorista a menos que tenga una bomba atómica en el bolsillo... o a menos que tenga apellido musulmán”, ironiza el experto. Esa laxitud en definir al enemigo incrementa la potestad discrecional del Estado para elegir inmigrantes. La doctrina antiterrorista de Bush es, por definición, preventiva. Las políticas migratorias, entonces, pasan a ser una forma de prevención.

“Te doy un ejemplo. Aerolíneas Argentinas utiliza, hasta en sus vuelos de cabotaje, un programa de computación que le permite analizar las letras que forman los apellidos para preseleccionar los que tienen altas probabilidades de ser árabes. A estas personas se les hacen chequeos adicionales. Desde el Inadi presentamos denuncias. Aerolíneas contestó que deberíamos plantearle el tema al Consulado de Estados Unidos, ya que el programa viene de ahí”, explica.

“La inmigración es una dimensión de la globalización que es vista como particularmente peligrosa por Estados Unidos. Ya no es vista como un fenómeno poblacional, laboral, social o cultural.”

En Europa hay otros factores que entran en juego. La reconstrucción de Europa se hizo con mano de obra de las colonias, que ya hablaba el idioma. Pero cuando se acabó la recostrucción se acabaron los trabajos. La Unión Europea, apresurada para absorber los países del Este antes de que despierte el gigante ruso y los vuelva a llevar a su órbita, ha absorbido una enorme fuerza de trabajo barata de los países del este, con la particularidad de que los nuevos obreros son rubios y de ojos celestes.

“Esto produce una nueva selectividad, en este caso selectividad negativa, por razones de discriminación. Los trabajos calificados son para los europeos occidentales, los empleos en industrias y comercios son para trabajadores polacos o serbios, mientras los africanos son relegados a trabajar como barrenderos o lavacopas.” Pero siguen llegando y son cada vez más.

“Lo que pasa es que con la globalización, el Mediterráneo pasó a ser como la laguna de Chascomús. Y cuanto más se agranda la brecha entre Europa y Africa, mayor es el impulso de emigrar al norte.”

Esto no se arregla con muros y helicópteros, dice Oteiza, sino respetando el derecho humano a inmigrar. Lo que tiene que hacer Europa es invertir en proyectos que generen trabajo en Africa y comprar productos africanos, manufacturas o agrícolas, por ejemplo, pagando un precio justo. No a una multinacional para que extraiga diamantes de Sudáfrica o petróleo de Nigeria, sino a empresas africanas que generen trabajo. Lo que se dice hacerse cargo de la herencia colonial que dejó un continente devastado. Para Estados Unidos, alentar un desarrollo parejo entre el sur y el norte de México, y achicar la brecha entre las dos orillas del río Grande. Abandonar la política hipócrita de atraer mano de obra en negro para bajar costos agrícolas, para después razgarse las vestiduras porque los trabajadores quieren quedarse y progresar. Cambiar una relación que se ha vuelto demasiado desigual.

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Imagen: AFP
 
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