EL MUNDO › EL CONSENSO ORTODOXO ESTA HUNDIENDOSE EN MEDIO DE LAS INUNDACIONES

Cuando el neoliberalismo europeo hace agua

Gerhard Schroeder, canciller socialdemócrata alemán, anunció esta semana planes de ayuda a las víctimas de las inundaciones en su país, y su popularidad creció. Pero la verdad es que las fórmulas de gasto público keynesianas están volviendo en toda Europa, dice esta nota.

Por David Walker
Desde Londres

No hay ningún premio para quien recuerde cuál fue el primer ministro laborista británico que dijo solemnemente en una conferencia de su partido que no se puede salir de una recesión gastando. Con esas palabras, en 1976, Jim Callaghan se anticipó en dos décadas a la ortodoxia neoliberal en términos de dinero, presupuestos y desempleo. Pero los “monetaristas punk” (frase acuñada por Denis Healey, ministro de Economía de Callaghan antes de que él también colapsara en la confusión de fines de los ‘70) hace mucho que pasaron al crepúsculo de la historia. No hay que decírselo al actual ministro de Economía Gordon Brown, pero Estados Unidos ha recortado las tasas de interés y tiene un déficit presupuestario, como si John Maynard Keynes fuera un asesor clave en Pennsylvania Avenue.
Y ahora Francia, Alemania e Italia están haciendo precisamente lo que Callaghan dijo que no podían: están gastando para estimular la actividad económica. El crecimiento económico en el año hasta enero de 2002 fue negativo en un 0,2 por ciento en Alemania y positivo apenas 0,2 por ciento en Italia. Las tasas de desempleo son respectivamente 9,7 por ciento y 9,1 por ciento. La necesidad de una acción correctiva es obvia. Y está sucediendo. En París, Berlín y Roma, los gobiernos están gastando mucho más de lo que recaudan por impuestos. También están sobre la mesa recortes impositivos y los proyectos de capital. (En Italia, políticamente fisurada, se está formando un asombroso acuerdo alrededor del plan para construir un puente a través del estrecho de Messina.)
Sin embargo, Keynes no recibe mucho crédito. Es como si la recuperación gracias al gasto del Estado fuera vergonzosa. El otro día, el canciller alemán Gerhard Schroeder dijo confusamente que gastar en asistir a las víctimas de las inundaciones y en el valle del Elba “conducirá a inversiones que tendrán consecuencias positivas”. El motivo por el cual este socialdemócrata no podía hablar claramente es que los déficit se han convertido en tabúes, censurados por Bruselas en el nombre de un Pacto de Estabilidad casi religioso. He aquí una poderosa paradoja. El euro fue creado en un clima de ortodoxia (y de alza) económica. La oposición thatcherista al Tratado de Maastricht fue incomprensible. ¿Acaso no corporizaba precisamente los principios por los que conservadores habían luchado por aplicar internamente, especialmente un gran temor a los déficit en las cuentas públicas? Si un país entra en rojo por sobre el 3 por ciento de su producto bruto interno, se verá forzado a aumentar el IVA para aumentar los ingresos públicos y así cortar el déficit. La regla dice que, suceda lo que suceda, los miembros de la eurozona deben hacer un balance de sus libros para 2004. Y, dicen Wim Duisenberg y sus colegas del Banco Central, la mera discusión sobre la cordura de esas reglas en medio de una recesión está prohibida porque asustará a los mercados.
Los números muestran a las locomotoras económicas de Europa, Francia, Italia y Alemania, arrastrando grandes déficit. Y eso es antes de que se contabilicen los costos de las inundaciones y los recortes de impuestos prometidos en Francia e Italia. No es sorprendente que haya ahora una contradicción tensa, aunque no explícita, entre las prioridades políticas nacionales y las ordenanzas del pacto. El triunfo de la centroderecha en Francia ha “empeorado” los asuntos fiscales desde el punto de vista de Bruselas. Si Edmund Stoiber fuera electo canciller alemán el mes que viene, la aritmética alemana será más o menos la misma por lo menos durante los próximos dos años. Pero la retórica dice que el pacto es sacrosanto. Que es porque, esta semana, Hans Eichel, el ministro de Finanzas alemán, está tratando de pagar las inundaciones suspendiendo los recortes impositivos.
El pacto ha logrado dos cosas, ninguna de las cuales es linda. Primero, alimentó una cultura de engaño en la contabilidad pública que Eurostat, la agencia oficial de estadísticas de la Unión Europea, se vio forzada a aceptar. Esto es en parte porque no tiene suficiente personal, y en parte porque de última confía en que los ministerios de Finanzas de los países miembros se comporten con escrupulosidad estricta.
Pero los funcionarios de los países miembros están siendo menos que transparentes. Los italianos ahora están contabilizando el dinero de futuros recibos de su Lotería nacional como un ingreso del gobierno. El sur de Austria vendió 2300 millones de euros de futuros intereses de hipotecas del Estado a una empresa de propiedades y asentó el dinero como ingresos actuales. La empresa de propiedades resultó pertenecer a la región y se llama, créase o no, Danubio Azul.
Tales historias no deben alimentar la paranoia euroescéptica. Las Estadísticas Nacionales de Gran Bretaña podría enseñarle algunas cosas a los continentales sobre la “contabilidad creativa”, dada la forma en que propone tratar la deuda de la red de ferrocarriles.
Otro “logro” del pacto de estabilidad fue alentar el derrotismo intelectual a la hora de confrontar la recesión. El pacto dice, de facto, que los enfermos en Cerdeña se enfrentan a aumentos en los costos de las recetas, y eso no suena demasiado como Europa social.
Pocos estarían en desacuerdo con la necesidad de un cambio estructural en los mercados laborales de Francia, Alemania e Italia para facilitar el empleo. Pero la “flexibilidad” no ayudaría hoy mucho a los desempleados; y en cambio el gasto del gobierno sí podría hacerlo. La clásica objeción al déficit era que estimulaba la inflación. Pero la inflación en Alemania es sólo del 1 por ciento (menor que en Estados Unidos). Y hay una enorme capacidad ociosa.
Quizá las inundaciones en Europa central llegaron en un momento políticamente oportuno. Durante las próximas semanas, el gobierno de Schroeder se puede beneficiar: su enérgica respuesta a la subida de las aguas le ha ganado apoyo. A mediano plazo, las inundaciones pueden lavar la adherencia servil a un pacto que ha jugado un rol en acentuar la baja económica global y hasta haber vendido mal al euro.
La semana pasada, Romano Prodi, el presidente de la comisión de la Unión Europea, dijo que los países europeos no estaban pensando en alternativas. Por el bien de aquellos inundados en Sajonia, para no hablar de los desempleados de Soissons y de Salerno, deberían hacerlo.

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El río Elba se desborda, corta poblaciones en dos y amenaza con una catástrofe económica.
 
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