EL MUNDO › TRAS LA RENUNCIA DE FIDEL, PARTE DE EUROPA ATACA Y PARTE SE MODERA

Cuba divide las aguas del Viejo Continente

 Por Eduardo Febbro

Desde París

Fidel Castro no tiene muchos amigos en Europa. Ni el Partido Comunista Francés ni los sectores de la izquierda radical francesa han dado muestras de solidaridad con la causa y el personaje que ellos mismos defendieron durante años. Los comunistas franceses, que son los más verticalistas y bunkerizados de Europa, dicen que “las transformaciones son deseables y posibles y éstas han sido pedidas por el pueblo cubano”.

Desde luego, el PCF denuncia la “sistemática estrategia de hostigamiento aplicada por Estados Unidos desde hace décadas”, pero muy poco dice sobre la figura y el impacto histórico de Castro. El PS francés tiene el mérito de no haber sido demasiado sensible a los cantos castristas y, por consiguiente, su posición es moderada. Sin embargo, en el seno del PS las corrientes que están más a la izquierda recuerdan, como lo hace Jean-Luc Melanchon, que “el castrismo es una realidad política extremadamente compleja que resiste a los análisis simplistas”. El senador socialista recuerda que “la revolución castrista nunca estuvo aislada en América latina”, que esa revolución permaneció como un “símbolo” frente “al bloqueo y al intento de estrangulamiento de Estados Unidos”.

El lector notará en la mayoría de los comentarios provenientes del Viejo Continente que, sea cual fuere la opinión manifestada, los europeos testimonian cierta ignorancia sobre las evoluciones que atravesó América latina. La única ferviente defensora de Fidel resultó la esposa del difunto presidente socialista François Mitterrand, Danielle Mitterrand. Danielle Mitterrand, que compartió con su esposo una pasión castrista, denunció una campaña sucia contra el líder cubano: “Fidel fue el portador de un mensaje, de una revolución diferente a la campaña de difamación lanzada contra él”. François Mitterrand recibió a Fidel Castro en París en 1995. Fue en ese viaje en donde Castro apareció por primera vez vestido con saco y corbata.

Como ocurre a menudo con estos casos, las declaraciones oficiales son a la vez más formales y moderadas que los análisis y las imprecaciones personales. El actual gobierno conservador francés, a través de su primer ministro, François Fillon, declaró que, para Cuba, “la verdadera cuestión” consistía en saber “cuándo los cubanos tendrían derecho a la democracia”. En Londres, el primer ministro Gordon Brown consideró que la decisión de Castro le ofrece a Cuba la “oportunidad de una transición pacífica hacia una democracia pluralista”. España, país que había optado por un “diálogo crítico” con La Habana, puso sus fichas en la opción Raúl Castro como factor de evolución y reformas. Trinidad Jiménez, secretaria de Estado para América latina, dijo que en adelante “Raúl Castro podrá asumir con más capacidad, solidez y confianza el proyecto de reformas del que él mismo habló. Creo que Raúl podría comenzar a aplicarlas”. No asombra en cambio la dinosáurica declaración de Polonia, manifestada por su canciller, Radoslaw Sikorski: “Creo poder decir que Fidel Castro fue, y de alguna manera todavía lo es, uno de los tiranos comunistas que estuvieron más tiempo en funciones”.

En Bruselas, la Comisión Europea dejó la puerta abierta a todo diálogo con La Habana. La comisión se mostró dispuesta a “un diálogo político constructivo” con Cuba. En lo concreto, la posición común adoptada por Europa en 1996 y ratificada en 2007 por la Unión Europea no ha variado: alentar todo proceso de transición pacífica hacia una democracia pluralista y el respeto de los derechos humanos. La llamada “cuestión cubana” divide a los países en dos bloques: quienes defienden el principio de una normalización inmediata de las relaciones con Cuba y aquellos países que condicionan la normalización a un avance constatable y significativo de las libertades individuales. España, Grecia, Chipre, Portugal e Italia defienden esta última opción, mientras que países como República Checa, Polonia, Estonia y Suecia acotan que mientras no haya progresos en el terreno de la democracia ningún diálogo puede mantenerse con Cuba. Ni siquiera los eurodiputados de la izquierda han elaborado una posición común. La división también los atraviesa. En Estrasburgo, el presidente del bloque socialista del Parlamento Europeo, Bruno Schulz, pidió a Estados Unidos que pusiera término al bloqueo de Cuba. Salvo España, no se puede apostar por una iniciativa espectacular de la UE, tanto más cuanto que la diplomacia eurocomunitaria todavía es un colador de divisiones y, en muchos casos, una caja de resonancia de Washington.

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