EL MUNDO › COMO FUE EL ATENTADO EN KIKAMBALA, CERCA DE MOMBASA

La playa se volvió un infierno

Por Sam Wollaston
Desde Kikambala, Kenia

Al anochecer de ayer, la tranquera de bambú al costado del camino polvoriento, cerca del comercio de curiosidades de David Kilnzi, todavía estaba ardiendo. Un grupo de gente de aspecto sombrío estaba entre las ruinas. La estatua de un elefante, que alguna vez recibió de modo orgulloso a los visitantes que llegaban al lugar, estaba agujereada y ennegrecida. Todos los árboles estaban achicharrados, e incluso el césped en torno de ellos era negro.
Dentro del complejo, el Hotel Paradise mismo era una masa de hormigón destrozado y escombros humeantes. Partes del edificio todavía estaban ardiendo, nueve horas después de la explosión. El techo de lo que había sido el lobby había sido volado. A través de un agujero en la pared, una mesa y cuatro sillas podían distinguirse intactas, como si hubieran sido dispuestas para el desayuno. Una fila de trabajadores de la Cruz Roja, que se apuraban a medida que se acercaba la noche, llevaban los restos de los cuerpos en bolsas de plástico desde el lugar donde había estado el lobby, cubriéndose los rostros para evitar el olor. El lugar apestaba a explosivos y a muerte. Junto a los trabajadores de la Cruz Roja estaban los policías. La mayoría de ellos se limitaba a contemplar la escena, moviendo sus cabezas. Sus sentimientos no eran tanto de rabia como de incredulidad. También estaba allí la División Especial, removiendo los escombros en busca de pistas.
Pero donde había estado el Mitsubishi Pajero, no quedaba anda, aunque pedazos del motor estaban incrustados en un edificio lateral. Los restos de otros pocos vehículos, retorcidos e irreconocibles, salpicaban el lugar. Y en el suelo había lo que parecían pedacitos de equipaje, correas y manijas de valijas y los trozos más pequeños de tela, pertenecientes a los turistas que acababan de llegar para unas vacaciones al sol.
David Kilnzi había visto ese Mitsubishi verde oscuro acelerar en el camino que llevaba al hotel. Lo vio desde su comercio, donde vende sarongs coloreados y maderas talladas, situado enfrente a las puertas del hotel. “Había tres personas adentro, parecían árabes. Venían muy rápido, yo pensé que los frenos no les funcionaban. Después pensé que eran ladrones, no buena gente.” La explosión volteó a Kilnzi al suelo. Y entonces corrió. “Corrí por 10 minutos, luego volví para ver si podía encontrar a mis amigos. Todo el lugar estaba en llamas. Vi a un hombre, Wilfred, un taxista, tirado en el suelo. Se le podían ver los intestinos. Traté de encontrar un taxi para llevarlo.” Horas después, seguían llegando jeeps que cargaban más bolsas de plástico para transportar miembros humanos.

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