EL MUNDO › GUINEA-CONAKRY, BAJO PRESION NORTEAMERICANA

El pobre en la mira de todos

Por James Astill
Desde Conakry, Guinea

La noche cae en Conakry, la capital costera de Guinea. A lo lejos, en el Atlántico, hay unas luces: pesqueros europeos que levantan lenguados a pocas millas de la costa occidental de Africa. Para la gente de la ciudad, confinada a la pobreza en un país azotado por guerras esporádicas en sus tres fronteras, el mundo que ellos representan es tan lejano como las estrellas. El mundo de Mariana Jalo es el muelle de cemento donde come, duerme y vende naranjas y mandioca a los pescadores locales. “Nosotros siempre estamos acá”, dice en créole, mientras arregla un plástico negro para cubrirse ella misma y a sus tres hijos. En un buen día puede ganar 50 centavos de dólar, así que no tiene tiempo para irse a otro lado, aunque a veces escucha noticias de la ciudad. “La vida no es mala”, dice Mariama, una hermosa mujer de 35 años, vestida con un vestido y una chalina violeta. “Pero el comercio es chico.”
Guinea es uno de los países más pobres y aislados del planeta. Sus siete millones de habitantes viven con casi 330 dólares al año durante un promedio de 40 años. Lo mismo pasa en su vecina Sierra Leona. Pero, a diferencia de aquella, Guinea no tuvo guerra civiles que justifiquen y llamen la atención internacional sobre su miseria. Ahora, por obra y gracia de las relaciones internacionales, es el país que tiene que decidir la suerte de otra gente que sufre. Como miembro temporario del Consejo de Seguridad de la ONU, que asumió ayer la presidencia temporaria del organismo, su voto podría determinar si, y bajo qué circunstancias, la ONU aprueba la guerra con Irak. Si hay algo extraño en todo esto, el canciller François Fall no lo admitirá. “La situación en Irak sigue siendo una seria preocupación para el pueblo de Guinea. Es una cuestión de principios: como miembros de la comunidad internacional tenemos que ver que Irak se desarme.”
Desde su muelle, Mariama jamás escuchó hablar de Irak. Y es probable que ningún alma de las calles de Conakry sepa algo de ese país: ni los hombres que se juntan a tomar en las esquinas tapadas de basura, ni los estudiantes que leen bajo la pálida luz, afuera de las barracas militares. “¿Qué sé sobre ese lugar?”, dice Francis Issay, un refugiado de Sierra Leona. “Ni siquiera estamos en el mismo mapa.” Su ignorancia no sorprende: tres cuartos de los guineanos son analfabetos. Las radios portátiles que crepitan en la oscuridad de cada calle de Conakry no dicen nada sobre Irak: sólo pasan reportes triunfalistas del general Lansana Conte, el achacoso dictador de Guinea. En Conte, los guineanos tienen un líder que no se diferencia de Saddam Hussein. El tomó el poder con un golpe de Estado dos décadas atrás. Y se ha mantenido en él eliminando las disidencias y permitiendo que sus amigos saqueen las riquezas minerales de Guinea. A pesar de que introdujo la democracia en 1993, según Amnesty Internacional, sus fuerzas de seguridad abren fuego contra “oponentes políticos o ciudadanos que se animaron a mostrar su descontento con el gobierno”.
Guinea es un país musulmán y sus mulás no muestran un interés aparente en el rol de su país en el futuro de Irak. Sentados afuera de la principal mezquita, Imam Al Haji Ibrahima Ba preguntó: “¿Qué podríamos rechazar de los norteamericanos? Ellos son muy fuertes. Religiosamente, estamos con los iraquíes, pero cualquier cosa que Estados Unidos nos pida, la haremos. No tenemos palabra en esto. Así que si Estados Unidos quiere guerra, está bien. No es problema nuestro”. El único conflicto que les preocupa a los pobres de Guinea es la guerra civil que viven temiendo. Se rumorea que Conte está por morir. “El ejército está preparándose”, dijo Alhassan Sillah, un importante periodista. “Todos esperan el golpe o algo peor, tal vez la guerra.” Esto podría bajar el telón sobre el rol de Guinea en el escenario internacional. Las compañías de bauxita norteamericanas y rusas se irían del país, los contribuyentes occidentales y los diplomáticos losseguirían, los pesqueros españoles se alejarían un poco más de sus costas.
De The Guardian de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Milagros Belgrano.

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