EL MUNDO › OPINION

Alcances de un término

 Por Claudio Uriarte

¿Guerra civil en Irak? Para que haya alguna en cualquier país, se sabe, hace falta una fractura del ejército. Eso es porque solamente el ejército dispone de la cantidad de armas suficientes para que un enfrentamiento entre civiles adquiera el estatuto de guerra. En Irak, la excepción se aplica. Primero, porque el ejército y las fuerzas policiales, aunque crecientes, son patéticamente débiles frente al desafío planteado por los distintos grupos armados. Segundo, eso es en gran parte debido a que Estados Unidos se ocupó involuntariamente de armar a estos grupos mediante el desaguisado de disolver el viejo ejército iraquí de Saddam Hussein, por lo tanto empujando a las calles y cayendo en disfavor con cientos de miles de hombres armados y con experiencia militar, que formarían el primer núcleo de la resistencia, cuando, a fines de una purificación política, hubiera bastado con remover del mando a cualquiera por encima del rango de coronel, ganándose por lo pronto el eterno reconocimiento de los coroneles (rápidamente promovidos a generales) y de sus subalternos (también promovidos a rangos más altos). El resultado es que Irak es un país donde prácticamente todo el mundo está armado y donde las festividades se celebran con la imprudente práctica de disparar tiros al aire.

Pero, ¿guerra civil en Irak? El atentado de anteayer contra la Mezquita Dorada de Samarra, es cierto, tiene todas las características de una incitación en esa perspectiva. También tiene todas las huellas digitales de los grupos afiliados o cercanos a Al Qaida, en el sentido de promover el odio interreligioso e intersectario y tratar de afirmar su propia posición en el caos emergente. Recuérdese, por ejemplo, un sacrilegio muy similar, cuando los talibanes del Afganistán ocupado por Al Qaida destruyeron por medios militares, para consternación de todo el mundo civilizado, las gigantescas estatuas de dos budas (en hornacinas) que databan del siglo XV. Pero para la guerra, como para el tango, se necesitan dos, y en este sentido sería raro que los líderes de la mayoría chiíta se dejen arrastrar a un baño de sangre sin sentido cuando tienen todas las de ganar (es decir, el poder sobre la mayoría de Irak) cuando los norteamericanos se vayan. En esta línea hay que interpretar el llamado de ayer del clérigo chiíta radicalizado Moqtada al Sadr para que ambos lados cesen la violencia y prevalezca la calma. Pero, también es cierto, la paciencia tiene un límite y, desde hace al menos un año, los atentados terroristas son tanto contra los ocupantes norteamericanos como contra las mayorías que heredarán el país.

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