EL PAíS › OPINIóN

Sacudones en el verano

 Por Eduardo Aliverti

Movió la oposición. La partidaria y “el campo”. Si lo hizo bien o mal viene después. El punto es cómo mueve el Gobierno, si es que mueve. Y cuánto de ambas cosas le interesa al conjunto de la sociedad, y no sólo a las apetencias electorales o sectoriales de cada quien.

Empecemos por el movimiento campestre. Contra todos los pronósticos, la Mesa de Enlace anunció la postergación del paro. Pero encima de eso dicen que lo hicieron no sólo como reflejo de su espíritu dialoguista, sino en respuesta positiva a la convocatoria presidencial de que se junten a debatir todas las patronales y el núcleo duro sindical. La lectura más verosímil es que los campestres avizoraron dificultosa la reiteración del apoyo social que supo acompañarlos cuando la batalla por las retenciones. En esa hipótesis, aprovecharon la desventaja para fugar hacia delante. Dejan la pelota en el terreno del oficialismo y, “ahora sí”, si éste no produce algún gesto contundente para satisfacer sus reclamos, considerarán “objetivamente” agotadas las probabilidades de dialogar sobre cosa alguna. Desde ya, en la intimidad de los capitostes agropecuarios no se espera que el Gobierno vaya a hacer nada importante que les plazca porque, saben también, cualquier gesto gubernamental en ese sentido sería tomado como mostranza de debilidad. Nadie aguarda que el adversario se suicide; y mucho menos, uno que ha hecho de la confrontación –por lo menos con este sector– una bandera irrenunciable. Al margen de apreciaciones ideológicas (o justamente por eso), hay números indesmentibles que justifican el emperramiento de los K. Aun considerando la sequía, que impedirá a los ruralistas repetir el record de producción de la última campaña, las ganancias de los campestres tendrán el mismo nivel que en 2007 y superarán en un 600 por ciento las que tuvieron en 2001. “La diferencia entre los costos de la sequía que estima el Gobierno con respecto a los de las cámaras agropecuarias es enorme (...) (Pero) más allá de los métodos de cálculo que haya utilizado cada uno, hay un concepto principal a definir: ¿a qué se le llama pérdida? Es lógico que un pequeño productor que tenía 50 cabezas de ganado y se le murieron hable de pérdida. Pero (...) los grandes productores pasarán de ganar un 100 por ciento sobre inversión neta, en 2008, a (ganar) un 50 por ciento en 2009 (...) Un campo de 200 hectáreas en el norte bonaerense, sembrado de soja el año pasado, arrojó una ganancia de 433 dólares por hectárea; mientras que en 2009, a precios del viernes 5 de febrero pasado, dejará 290 dólares. ¿Puede llamársele pérdida a (esos) 290 dólares por hectárea?” (ver informe suplemento Cash, en Página/12, domingo 8 de febrero pasado). No hace falta decir, cabe suponer, que estas cifras no le importan mayormente a casi nadie. El choque entre Gobierno y “el campo”, en la sociedad, se dirime en el posicionamiento ideológico que cada cual asume –con conciencia o sin ella– y no en la contundencia numérica de las ganancias ni en la calidad de vida de quienes protestan. Se arbitra en la coyuntura de cómo se para cada uno, y cada grupo, frente a lo que le despierta este Gobierno. Es ése el marco bajo el que los campestres mueven, postergando su paro: hay que desgastar al kirchnerismo dejándolo en orsay con su intransigencia, y no con las razones técnicas que lo asisten o pudieran asistirlo. Buena movida.

Por otro lado, el borgeano lugar común de que no los une el amor sino el espanto aglutinó, en un escenario cinco estrellas con tribuna duhaldista, a Macri, Solá y De Narváez. Se recelan entre sí, ya se sabe. Pero ninguno tiene fuerza estructural en condiciones de darse lujos autonómicos. Son candidatos de la tele. Igual que en la pata no peronista que arman Carrió, Cobos, las exequias radicales y una parte de lo que impresionantemente continúa llamándose “socialismo”. La cara de hereje de la necesidad es más fuerte que cualquier consideración acerca de lo que vinieron enrostrándose entre sí. En principio, lo que le importa al grueso antikirchnerista de la sociedad, estimable en alrededor de la mitad del electorado o más, es que se junte todo lo que venga. Y tampoco importa si se trata de una recreación, esta vez por derecha explícita todavía dividida en dos, de lo que fue la Alianza. El resultadismo impera sobre todo lo demás. Si uno quiere divertirse con especulaciones, tiene para entretenerse de sobra. La foto de Macri-Solá-De Narváez deja a Carrió a la izquierda de la derecha justo cuando ella quiere aparecer todo a la derecha que se pueda. O sea, la de- subica y casi la arrincona en tener que captar el voto gorila. Pero también complica al trío, sin ir más lejos, cómo hacer para despegarse de un cadáver político como Duhalde. Interesantes divertimentos, pero no hacen al fondo de una cuestión que sigue consistiendo en cuál es ese fondo: si a la sociedad le conviene volver para atrás con lo seguro que ya se experimentó, o experimentar con lo (muy) incierto que ofrece lo que está experimentándose. Se desconoce qué cosa propone todo lo que se agrupa enfrente de los K, como no sea la resucitación menemista. Todo es crítica destemplada y acusaciones, pero es imposible –bueno, digamos– conocer qué proponen a cambio. ¿O acaso alguien podría señalar cuál modelo económico se dignan a ofrecer, como alternativo, los cruzados anti K? Ahora bien: el problema –además de ése– es qué hacen y dejan de hacer los K como para que ése no sea el problema. Para una muy estimable cantidad de pueblo y formadores de opinión, no cuenta en lo más mínimo cuál es la oferta opositora sino, simplemente, que esa oferta se unifique. Y es frente a eso que el kirchnerismo no ofrece respuestas satisfactorias.

Consignar un 0,5 por ciento de inflación en el mes de los tarifazos de luz y gas es inconcebible. No haber producido iniciativas de fuste tras la derrota de la 125, otro tanto. Haber renunciado a un intento de construcción amplio, progre, en lugar de refugiarse en la seguridad punteril del aparato pejotista bonaerense, otro mucho tanto más. Un notable cúmulo de torpezas y desconfianzas, por lo general basadas en la soberbia y, cómo no, en deficiencias ideológicas, entregó en brazos del resentimiento o de la duda a figuras, vectores, que naturalmente deberían ser congruentes con el oficialismo (Juez, Sabatella, Binner, etcéteras por ahí). Para no hablar de los movimientos y colectivos sociales, algunos más significativos que otros, más grandes o más pequeños, igual que intelectuales y referentes culturales diversos, que andan entre el derrotismo y la pérdida del entusiasmo o las expectativas favorables.

Si el kirchnerismo está pensando en las elecciones, mejor que piense más allá de ahí –aunque contemplándolas, obviamente– porque de lo contrario le dará la razón a quienes, incluyendo gente del palo, empiezan ya a hablar del pos-kirchnerismo.

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