EL PAíS › QUE LE ESCRIBIAN A RAUL ALFONSIN CUANDO ESTABA EN LA ROSADA

Cartas a un Presidente

Ofertas de pagar la deuda externa. Pedidos para que descanse más. Preguntas sobre qué es la democracia. Indígenas escribiendo su primera carta. Y hasta el anuncio de una pareja casadera de que no invertirán en dólares, por patriotismo. Un imaginario popular centrado en un presidente.

 Por Jennifer Adair

El 13 de abril de 1984 Raúl Alfonsín recién celebraba los cien primeros y tumultuosos días de su mandato marcados por rugidos militares, enfrentamientos con el sector sindical y una economía en crisis. Ese día también recibía una carta desde San Telmo. Hilarina de R. escribía al presidente: “Como argentina que quiere a su Patria tengo el gusto de dirigirme a Ud. por el problema que vive el país: la deuda externa. El pueblo quiere darle ayuda. Muchos voluntarios donaríamos un sueldo o un alquiler para ayudar a la Nación... Así sentiremos en sangre de argentinos y seremos, en cuanto la Nación lo necesita, como Remedios de Escalada de San Martín”.

Quejas, peticiones, internas partidarias, pedidos de empleos, felicitaciones. Decenas de miles de cartas llegaron a los infinitos despachos de la Casa de Gobierno a lo largo de los años de Alfonsín. El mensaje de Hilarina no era único. Si bien la variedad de cartas a Alfonsín hace difícil una síntesis de su temática, en su conjunto revelan cómo las profundas rupturas y aperturas del período 1983-1989 impactaron en la vida cotidiana de la Argentina y dieron sentido a la llamada “transición”.

Entre las frases memorables repetidas en estos días, la de “con la democracia se come, se cura, se educa” resuena más en la correspondencia a Alfonsín de aquel entonces. En su momento, la consigna se hacía eco de los tiempos que venían y creaba expectativas, que luego generaron la posterior bronca con las promesas no cumplidas. Hasta Alfonsín llegó a editar su lema en 1992 diciendo que “con la democracia creo que se come, que se cura, y que se educa, pero no se hacen milagros”. Pero releer los años de Alfonsín a través de los mensajes que la gente le enviaba implica rescatar esa frase de las banalidades, para darse cuenta de lo que estaba en juego durante los años ochenta.

Chicos y colegios enteros hacían llegar sus saludos al nuevo mandatario. Estas cartas constituyen una categoría entera de correspondencia al presidente. En ellas no sólo se destaca la rapidez con que se instaló un léxico cívico democrático para la nueva época, sino también una relación muy cercana al presidente para los “hijos de la democracia”. El 13 de diciembre de 1984, Alejandra de 11 años le mandaba un consejo a su “Querido Raúl” porque, “cuando te veo por la televisión me parece que estás muy cansado, por eso tratá de descansar. Ojalá yo pudiera ayudarte con los enormes problemas que tiene el país pero no puedo (por ahora)”. La Escuela No. 17 de Almirante Brown envió cartas y también ejemplares de su periódico, inaugurado el 10 de diciembre de 1983, que incluía una encuesta con la pregunta clave de la época: “¿Qué quiere decir la democracia?”.

Las cartas responden a esa pregunta pero la hacen surgir una y otra vez. El 10 de diciembre implicaba cambios concretos e inmediatos en la vida: reabrir fábricas en Quilmes, instalar cloacas en Tucumán, arreglar los semáforos de la Capital, sacar un crédito para la casa, cobrar la pensión. En la narrativa de las últimas tres décadas, pareciera que “la cuestión social” surge recién como tema preocupante en los noventa. El efecto no es muy sorprendente dado el impacto de los cambios violentos de esos años, pero vale acordar que en 1983 Alfonsín enfrentó la crisis socioeconómica más aguda del país desde los años ’30, con cerca de un 25 por ciento de la población con necesidades básicas insatisfechas (es decir, hambre) y un déficit creciente de viviendas a lo largo del país, pero sobre todo en las afueras de las grandes ciudades en plena caída de su actividad industrial. Los reclamos por derechos sociales eran inseparables de la instalación de un estado de derecho y de la nueva política de derechos humanos. Una madre soltera de Córdoba, escribiendo en 1985 sobre la odisea del desalojo de su casa, en la que vivía con sus hijos, decía: “Pienso si su buen corazón tiene sentimientos para ofrecer a los exiliados traerlos de regreso, bien puede su corazón salvarnos del exilio interno...”.

En contraste con el comienzo esperanzador, con el correr de los años empieza a aparecer una cierta resignación ante la difícil convivencia entre los “valores democráticos” y la satisfacción de la seguridad material. Quizás éste sea el aspecto más preocupante o amenazante de las cartas a Alfonsín, ver cómo se fue legitimando poco a poco la lógica que llevó adelante los cambios neoliberales de los noventa, no por gusto, sino por la creencia en el agotamiento de otros modelos. A principios de mayo de 1989, María B., una docente, le envió una carta anticipando algo del clima de las elecciones que llevarían a Menem al poder semanas más tarde: “Pero no importa Sr. Presidente, gracias, muchas gracias por haberme permitido soñar, creer y volver a tener esperanzas allá en el ’83 y gracias también por la democracia que me permitió vivir y escribirle hoy esta carta aunque no me permita enfermarme”.

A la vez, Jorge B., electrotécnico de 23 años y empleado de Gas del Estado, estaba por casarse en 1985, cuando le escribió al presidente: “Todos los amigos y conocidos a los que consultamos nos aconsejan la inversión en dólares. Consideramos eso como lesivo a los intereses nacionales y, por ende, a pesar de observar los resultados que obtienen nos negamos sistemáticamente a especular con esa ‘inversión’”.

Leídas una al lado de la otra, las cartas de Jorge B. y de María B. ponen de relieve una de las grandes tensiones de los años ochenta: la de definir “la transición” (¿hacia qué? ¿hacia dónde?) cuando convivían la posibilidad de una democracia más social y soberana con un fuerte crecimiento de las desigualdades sobre las que se montaría su derrota unos años después.

Ricardo Piglia decía que “la correspondencia en sí misma ya es una forma de la utopía. Escribir una carta es enviar un mensaje al futuro; hablar desde el presente con un destinatario que no está ahí, del que no se sabe cómo ha de estar (en qué ánimo, con quién) mientras le escribimos y sobre todo, después: al leernos”.

Lo mismo ocurre con las cartas a Alfonsín, escritos que dejaron documentadas las múltiples utopías democráticas de la década de los ochenta.

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