EL PAíS › ALBERTO SANTILLáN Y VANINA KOSTEKI

Consecuentes con sus vidas

 Por Adriana Meyer

Vanina Kosteki le puso Maxi a uno de sus cinco hijos; uno de los nietos de Alberto Santillán se llama Darío y otro lleva los nombres de los dos piqueteros asesinados el 26 de junio de 2002. La vida de estas dos familias se entrelazó en forma trágica hace diez años, cuando Darío Santillán se quedó al lado de Maximiliano Kosteki, que agonizaba en la estación Avellaneda, y terminó fusilado por la policía. “Me hubiera gustado que Darío dejara un hijo, pero creo que cuando le estaba sosteniendo la mano a Maxi estaba pariendo un montón de hijos que nacieron de esa conciencia”, dice Santillán, y por la emoción en su voz y sus ojos, se interrumpe unos instantes la conversación con Página/12.

“Son muchísimas las actividades por el aniversario y tuvimos que priorizar el repudio al traslado de (Alfredo) Fanchiotti”, dice, y lamenta haberse perdido a Camilo haciendo de escolta de la bandera. Para Alberto Santillán, la mudanza del ex comisario a la Unidad 11 de Baradero, de régimen abierto, es una “provocación, un nuevo mazazo de la Justicia”.

–¿Los diez años son un aniversario más?

Alberto Santillán: –Sí, pero potencia la bronca y la impotencia. Venimos reclamando durante una década que se juzgue la autoría intelectual de la masacre de Avellaneda, cada año señalamos a (Eduardo) Duhalde, (Felipe) Solá, (Alfredo) Atanasof, Juan José Alvarez, (Carlos) Soria, (Luis) Genoud, (Oscar) Rodríguez. Y la Justicia no nos ha dado respuesta. La causa en el Juzgado Federal está cajoneada y los que tuvieron que ver están enquistados en el poder. Este gobierno levanta las banderas de los derechos humanos, y me parece perfecto que lo haga. Pero parece que les importa sólo lo que les pasó a ellos; hay luchadores sociales caídos y no han hecho nada. En 2002, Genoud era ministro de Justicia (bonaerense), y Fanchiotti estaba a sus órdenes. Hoy está en la Corte Suprema provincial.

Vanina Kosteki: –Hubo un plan y hay pruebas. Duhalde tenía una presión política y empresaria para sacar a los piqueteros de la calle. Si no hubo un armado desde el gobierno, ¿cómo sabía Aníbal Fernández que cuatro días antes del 26 habíamos decidido en la asamblea de Gatica un plan de lucha para movilizarnos? Ellos decían que queríamos desestabilizar, pero sólo queríamos hacernos escuchar. No es un antojo que les hagan juicio a trece ex funcionarios por su responsabilidad política.

A. S.: –Insistimos en el pacto político-policial, con la ayuda de los medios que pedían que paren los cortes. Sabíamos que ese día iba a haber represión, aunque no imaginamos que iban a llegar a tanto.

–¿Querían separar el piquete de la cacerola?

V. K.: –No, querían escarmentar al movimiento de desocupados y frenar los cortes. Es como ahora con la Ley Antiterrorista, hay 5 mil procesados por protestas, 14 compañeros asesinados y 2 desaparecidos. Entonces pedíamos salud, trabajo, educación y vivienda, y hoy hacemos lo mismo. Los asesinados del Indoamericano pedían vivienda, Mariano Ferreyra fue asesinado por una patota sindical por reclamar trabajo, como Fuentealba.

A. S.: –Las palabras de Darío en el documental de (Miguel) Mirra son actuales. Hay algunas cosas que este gobierno ha hecho, no vamos a decir que todo es malo. Pero no hubo voluntad política de esclarecer la masacre. Kirchner no cumplió su promesa de abrir los archivos de la policía para investigar, por eso los considero cómplices de Duhalde.

–¿Cuál es el legado de Darío y Maxi?

A. S.: –A Darío no lo mataron, lo multiplicaron. Tuvo una vida comprometida con sus ideales, fue una criatura hombre, tenía apenas 21 años. Sentía la injusticia ajena como propia, por eso leía, se formaba y se iba a buscar a los desocupados para organizarse. Hay una historia, no nace en ellos, y tampoco termina con ellos, es una continuidad. Pasaron 10 años y esos pibes que estaban con él están encolumnados detrás del movimiento, hijos de compañeros que salen a luchar, a militar con los pies en el barro.

V. K.: –Nos criamos en la burbuja de un mundo religioso. Maxi era tranquilo y paciente, me decía que no me metiera en problemas. Pero de a poco empezamos a ver a los chicos descalzos en Constitución, donde trabajaba mi mamá, y con la plata que nos daba les comprábamos comida. Soñábamos con hacer libros para chicos: “Yo lo escribo, vos hacés los dibujos”, decíamos. Marcó el camino para muchos, pero en primer lugar a mi hija, que tiene 17 años, que no se pierde ni un corte de puente y conoce en detalle la causa.

–Más allá de los iconos, ¿cómo eran en lo cotidiano?

V. K.: –A Maxi le dabas una lapicera y un papelito y te hacía una obra de arte, pero si le dabas una pelota no sabía si era redonda o cuadrada (risas). Me sacaba de líos, era menor, pero yo era más chica en estatura.

A. S.: –Dari era cabrón, pero no agresivo. Jugaban con los videos y, cuando perdía, decía que el aparato andaba mal. Para los deportes era como Maxi, los hermanos lo cargaban, le decían “ojota” porque no servía para patear nada. Sí le gustaba nadar. No tuvo esquina, ni barrita: su opción de vida fue otra. Era muy amigo de sus amigos, y los hizo militar a todos. Su hermano Leo siguió esa militancia, Darío fundó la bloquera (del MTD) y ahora la lleva adelante Leo. Dari se queda a ayudar a Maxi, sin conocerlo, y muere por eso: muere siendo consecuente con su vida misma.

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