EL PAíS › OPINION

Con la suerte echada

 Por Mario Wainfeld

Es insensato que en las vísperas de un ballottage uno de los candidatos se baje porque las encuestas lo dan perdedor. Es aún más insensato que tome esa decisión, la haga trascender por cien vías y luego la deje en suspenso por un rato.
Es insensato que un político de la potencia de Carlos Menem se deje arrastrar a una decisión cobarde, y que le puede costar carísima, por un puñado de gobernadores, intendentes y piantavotos que lo acompañan y a quienes él, íntimamente, desdeña. Pero es aún más insensato que, tras seguir sus consejos y decidir dimitir, Menem haya puesto en el freezer su palabra final.
Y, sin embargo, todo eso está ocurriendo.
Perverso es el modo de hacer política de Carlos Menem y su canto del cisne no podía resultar una excepción. Un psicópata no cambia de condición con el decurso de los años, de ordinario la edad agrava los defectos y no los mitiga. La diferencia con la remota etapa de su madurez es que ahora todo pinta para salirle mal. Fuera cual fuera su postura definitiva –todo indica que será rehuir los comicios– es claro que su suerte electoral está echada. Tras construir una real proeza –llegar de la cárcel al primer puesto en la compulsa del 27 de abril– el riojano perdió la templanza y la lucidez, demostrando que está en su ocaso. No sólo en su palmario ocaso físico-psíquico (perceptible para cualquier espectador del programa de Mirtha Legrand), sino también político.
La renuncia que, al cierre de esta edición, sigue entre paréntesis es una curiosa alquimia entre los eternos peores defectos de Menem y su recientemente adquirida torpeza y falta de timing. Hace “lo de siempre” subordinando las instituciones a sus intereses o jugueteando aviesamente con la figura de la proscripción. Yerra como jamás lo hizo cuando pone en riesgo su remanente capital político que podía haber sido un 30 o 35 por ciento de votos “de fierro” en segunda vuelta. Creyó en los espejitos de colores que le vendieron sus propios escribas a sueldo. Se ilusionó con que ganaba por paliza y cuando se desayunó que el ex rey (él mismo) estaba desnudo no lo pudo soportar. Incurrió en una seguidilla de tropiezos, que tuvieron su punto cúlmine en la jornada de ayer, que terminó en un final supuestamente abierto, que no es tal. Porque dejó en veremos si se baja o no, pero patentizó que en las urnas, cancha donde se ven los pingos, lleva todas las de perder.
- “¿Qué vamos a decir?” La pregunta la formuló uno de los integrantes del ala sensata del menemismo cuando uno de sus compañeros le hizo saber que se venía la renuncia. “No sé, ya veremos”, fue la respuesta. “Algo referido a no dividir a los argentinos”, entre propuso y fabuló otra espada de la campaña ante Página/12. Una renuncia sin fundamento, una baraja perdedora. Es que la renuncia obedece apenas a una sumatoria de pragmatismos. El más importante es el de gobernadores e intendentes, a los que en primera vuelta les fue bastante bien, que avizoran una paliza en la segunda. Ese vuelco podría proyectarse, entienden, a las ulteriores elecciones distritales. Primero está la Patria, después el movimiento, por último los hombres... pero en el ideario de muchos justicialistas los cargos están anteprimero. Juan Carlos Romero midió haber pagado demasiados costos (muchos de ellos en metálico) en esta campaña y encabezó el reclamo. “Es una pavada –dice a este diario un menemista racional–, quien se juega en una campaña debe hacerse cargo de las dificultades y los problemas.”
Ese argumento localista, por así apodarlo, se combina con la inquina que tiene Menem de cara a una posible derrota. Algunos de sus laderos proponen ahorrar ese trámite, construyendo un falso escenario ulterior. “Si Menem no compite queda como ganador, porque subsiste el resultado de la primera vuelta.” Esa supuesta astucia remeda el –fallido– esfuerzo discursivo que intentó Fernando de la Rúa para disfrazar su derrota electoral de octubre de 1999. El presidente aliancista intentó convencer a la población de que él no había perdido porque no había competido. En verdad habíaperdido desde antes de que se contaran los votos porque no había logrado siquiera tener candidatos leales. De la Rúa amañó una explicación banal aspirando a que todos la creyeran. Sólo la creyó él. De la Rúa era un autista, Menem en sus buenos tiempos no. Pero ahora “compró” llave en mano un verso que ningún argentino en sus cabales aceptará. Si se baja nadie creerá que ganó, todos sabrán que se retiró porque lo estaban goleando.
- Zuleta conducción. En el primer turno electoral hubo un, lógico, debate sobre los sondeos de opinión. Y, de hecho, hay quien cree (incluido quien escribe estas líneas) que hubo operaciones en las que participaron algunos consultores. Pero en esta segunda vuelta los encuestadores pueden llevarse un trofeo único: es tal la credibilidad que tienen sus presagios que hasta puede suceder que un contendiente se rinda por haber perdido en los sondeos. En todo caso, todos los movimientos de los dos candidatos y de la opinión colectiva aceptaron como real e indubitable el escenario que propusieron las encuestas.
- Legitimidad y golpe. Integrantes del Gobierno y, en especial, del entorno más cercano a Néstor Kirchner creen que la jugada de Menem es el primer paso en pos de un futuro “golpe institucional”. Es evidente el desdén del riojano por las instituciones e innegable que busca deteriorar en germen al futuro gobierno privándolo del aval de una significativa mayoría en segunda vuelta. Pero de ahí a pensar que esa jugada –que a Menem le arrancará jirones de su prestigio y de su futuro– sea la astuta primera puntada de un plan a largo plazo hay un campo. Quienes consideran probada la conspiración atribuyen a su rival una astucia y una capacidad estratégica de la que quizá hoy carezca. Veamos.
Contra lo que creen los que están en el otro campo, el comando de campaña de Menem no recuerda, exactamente, al estado mayor de Napoleón en el cénit de su gloria. Es una tienda llena de dirigentes casi todos de bajo nivel, todos peleados entre sí que de la noche a la mañana descubrieron que no tenían un Estado para repartir sino un desierto para atravesar. Luis Patti no es un Maquiavelo de 220 volts sino un recién llegado a la política que advierte que su liaison con Menem puede significarle el abrazo del oso. Alberto Pierri es el “dueño” de La Matanza... donde el duhaldismo lo goleó sin piedad. Alberto Kohan un piantavotos que no aceptaba bajarse de la candidatura a gobernador de la provincia de Buenos Aires. Eduardo Bauzá y Carlos Corach son dirigentes de mayor nivel y pertinencia: Bauzá se abrió del centro del operativo, Corach ya tiene pasaje para volver a dar clases en Oxford en cuestión de días. Ah, sí, están Adrián y Eduardo Menem. Usted, lectora o lector informado, ¿armaría una conspiración a dos años vista teniéndolos como cerebros?
La movida de, una de dos, empiojar los comicios o renunciar a ellos, alude a la desesperación del menemismo, que contagió o implicó a su Jefe. El menemismo no urdió una jugada astuta desde la tardecita del 27 de abril, ni siquiera pudo armar una módica denuncia de fraude, que siempre puede haberlo aun en elecciones intachables en su nivel general. Impotencia, impericia, tosquedad fueron los signos que emitió el cuartel del riojano. “Parecemos el Súper Agente 86” describe alguien que lo integra y que no pierde la socarronería. Inferir que lo que ayer trazaron fue un bordado sublime es atribuirles demasiadas cualidades justo en la más oscura de sus horas.
- Con el desayuno, de local. Hoy a la mañana, prometió su vocero, el ex presidente anunciará en Anillaco. Si decide seguir la parodia de ayer le costará apoyos, fiscales, punteros. La cultura peronista es salvaje con el que tiene look de perdedor y Menem agravó su aspecto de tal, que ya era patético, en las últimas horas. Si hace lo que es casi certero que hará, la renuncia será tapa de los diarios por dos días seguidos, con un vendaval de críticas en los medios escritos y en los mensajes telefónicos de oyentes de las radios. Pura pérdida.
“¿Puede ser que se equivoque tanto?”, le preguntó Página/12 a uno de sus fieles, horas antes de los últimos despropósitos. “Hay un momento en queel dirigente pierde contacto con la realidad. Le pasa a los más enchufados. A todos les llega su hora ¿por qué no al presidente Menem?”
¿Por qué no?

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