EL PAíS › EL DEBATE SOBRE EL PROYECTO PARA PERMITIR EL VOTO DESDE LOS 16 AñOS > LA CIUDADANíA DE LOS JóVENES

Adolescentes y derecho a votar

 Por Julián Axat *

Me levanté a las 6.30 de la mañana y fui al Colegio Nacional de La Plata. Todos los lunes doy clases de derecho político a partir de las 7.45. Los alumnos tienen entre 16 y 17 años, quinto año. Siempre llevo noticias frescas para abrir debates. La pregunta, esta vez, si están de acuerdo con votar. Aunque predominan los jóvenes de clase media, los hay de otros sectores, todos parecen bastante informados sobre el tema. Sea por “sí” o por “no”, hay quienes reproducen clisés de los medios, otros se nota que repiten la voz de sus padres; están los que se juegan con convicción propia, pero se repite mucho la frase “si podemos ir presos y ser responsables de muchas cosas, entonces también podríamos votar” (el argumento lo usan para justificar ambas posturas). En algún momento sale la historia de Joaquín Areta, poeta desaparecido por el terror en 1977, ex alumno de este colegio (tiene un aula en su nombre), militante en la UES, y que con 17 años se jugaba la vida mientras escribía poemas fulgurantes, como los que se topó Néstor Kirchner allá en 2003, cuando quedó inmortalizado en aquellos versos “Quisiera que me recuerden”.

Pero me estoy yendo porque a las 9 termina la clase, y salgo a las corridas para la defensoría de pobres y ausentes en la que atiendo todas las mañanas casos policiales-sociales que hacen a los jóvenes excluidos de esta ciudad y alrededores. El tema del día en la defensoría es un desalojo de un barrio entero conocido como San Carlos, y que la Justicia penal quiere desocupar junto con cien niños que –de llevarse a cabo– quedarán literalmente en la calle. Pobres contra pobres. El viernes pasado me opuse a la medida y otro juez la suspendió, causó revuelo, por eso hay mucho movimiento en la oficina. A eso de las 11 decido salir para el barrio, hay discusión entre los vecinos que los tratan de usurpadores, y los ocupantes esperan una respuesta rápida para ir a otro lugar. Hay jóvenes que conozco de otras redadas. Les pregunto qué van a hacer si se van de acá, me dicen que “no saben, que siguen a sus padres, pero que las autoridades no los escuchan”. Después de un rato en el lugar (los veo más tranquilos), pregunto qué harían si pudieran votar; se ríen, pero me dicen que “quieren ser considerados como personas y no como animales por la policía que los persigue y desaloja”, me dicen que “si votan no van a votar a los políticos que los engañan con tierras o bancan a esa policía mafiosa, sino por aquellos que los ayuden en serio”. En eso llega la orden, la Bonaerense que observa de lejos tiene que replegarse porque los referentes de las familias lograron un acuerdo con las autoridades. No habrá desalojo. La salida es pacífica, levantar las cosas hacia otro lugar. Hay festejo.

Son las 13, voy para un Instituto de Menores “Castillito” que está cerca del asentamiento. Días atrás, un chico alojado presentó una denuncia por un supuesto abuso por parte de otros que estaban encerrados con él. Me entrevisto con el director del lugar, dice que ya lo trasladaron a otro instituto. Pido hablar con el resto, son como catorce, tienen entre 15 y 19 años. Luego de conversar sobre causas y temas varios (el más importante para todos: el techo del instituto está tan deteriorado por la humedad que se les viene encima), insisto con mi pregunta del día... Ninguno tiene idea de qué se discute afuera del engome. Les explico. A todos les interesa, salvo a dos que me dicen “que la política es para robar y que siempre quedan todos libres, no como ellos...”. La mayoría sostiene que “quieren saber, que quieren ir a votar, que si están acá y si se están rescatando, también pueden elegir a los políticos”.

Entro a las 14 a la oficina. Todo más calmo por suerte. Interpongo hábeas corpus en el juzgado por el techo del “Castillito”. A la hora, la Justicia me notifica la orden de enviar un perito arquitecto para esa misma tarde y hacer la refacción del caso.

A eso de las 18 entro en mi casa, bastante agotado por el día... Parar la pelota. Reflexionar. Siento que todos estos pibes, aun con sus diferencias, tienen una inmensa expresión guardada sin germinar. Percibo un límite que no es suyo, es externo, es el miedo de generaciones anteriores proyectada sobre ellos a través de distintas formas (morales y policiales). Si cada vez que pregunto me sacan a relucir “que ellos están preparados para el castigo, por ende están preparados para votar”, hay una suerte de conexión, herencia o legado que ha estado y sigue basada en formas de sumisión (los medios también machacan con este vínculo entre responsabilidad penal-electoral). Supongo que hay que salir de esta lógica, que a los pibes –en algún punto– les estalla en la cabeza y hace del mundo un ida y vuelta cruel.

Si los adolescentes argentinos pudieran perfilar su voz eludiendo la línea tutela/punición/derechos, podrían pensarse en otra dimensión de la política (más generosa). La infancia para ser “ciudadana” necesita de una cadena de restituciones sin contrapartida (algunas ya vienen siendo): económicas y sociales, educativas, culturales y prioritariamente “políticas”. Infancia y derecho a hacerse oír harían al resto de los derechos que vienen de la mano. La emancipación de los jóvenes en la política irrumpe como anomalía indomeñable para cualquier especulación electoral. Es también una irrupción frente al poder, y frente a una herencia que, por donación, les podría abrir camino a una esperanza: que los jóvenes transformen “la opción” al voto en “convicción”.

Es tarde, busco el libro de Joaquín Areta que edité hace unos años. Abro la página 27 y encuentro el poema dedicado a su hijo: “... te debo un poema / un ejemplo / un empujón / no haber dicho / por ejemplo / lo inmenso de tu presencia / te debo algo hijo / mucho más que un poema / la esperanza”.

* Defensor de jóvenes, poeta y docente.

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Imagen: Dafne Gentinetta
 
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