EL PAíS › EL TESTIMONIO DE ANGELA “LITA” BOITANO EN EL JUICIO POR LOS CRíMENES EN LA ESMA

“Tienen que abrir los archivos”

La referente de Familiares de Detenidos y Desaparecidos reclamó que se hagan públicos los documentos del Vaticano y las Fuerzas Armadas referidos a la última dictadura.

 Por Alejandra Dandan

“Nosotros también nos estamos muriendo porque tenemos una edad muy similar a la de ellos, pero Dios nos puso todavía acá para hacer memoria. Para hacer justicia están ustedes”, les dijo Angela “Lita” Boitano a los jueces. “Pero la verdad todavía no la tenemos, ningún juicio nos la dio: tienen que abrir los archivos de los militares, porque ellos ¡los tienen! Emilio Mignone lo decía en el ’76, nunca los militares van a destruir las pruebas de una guerra que consideraron ganada.” Lita Boitano no sabía cómo iba a estar para declarar un día después del 24 de marzo. Pero llegó. Se lo debía a sus hijos, dijo, Miguel Angel y Adriana, los dos desaparecidos. “Pido a Dios que me dé salud para poder vivir estos años después de tanta lucha. Creo que son años fundamentales. Y pedir como lo pido siempre al Equipo de Antropología Forense, que necesito que me encuentren los restos de mis hijos, yo los quiero ver.”

En la sala del juicio por los crímenes de la ESMA, la rodeó la muchachada de Hijos que encontró cobijo en la Casa de la calle Rivadavia, donde funciona desde hace años la sede de Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas, y donde Lita Boitano atiende el teléfono todas las tardes. En la primera fila se sentó Vera Jarach, de Madres de Plaza de Mayo, con su pañuelo. La escuchó un compañero de su hijo, Miguel Angel Boitano, secuestrado el 29 de mayo de 1976. Lita le pidió al papa Francisco por los archivos del Vaticano, pidió la autocrítica que nunca hizo la Iglesia. Durante la declaración no paró de hablar, rió y lloró. “Esa noche yo me quedé en un hotel, me duché, me acosté y me quedé esperando a las chicas: y yo sentí un sable, como un sablazo en mi corazón, pero muy fuerte, la única vez que lo sentí: lo mataron a Miguel Angel, me dije.”

Miguel Angel estudiaba Arquitectura, militaba en la Juventud Universitaria Peronista. “El 28 de mayo toma su té, estaba muy resfriado y se va a la casa de la novia. Es la última vez que lo vi”, dijo. “Yo voy a Devoto y paso la tarde en la casa de mi prima y cuando vuelvo, vi operativos en la calle San Martín y me dije: ‘Dios quiera que Miguel Angel esté en casa o en la casa de su novia María Rosa’. Llegué a casa y más o menos a las diez de la noche recibí un llamado de Cristina, una persona que yo no conocía’.” Cristina, que era la mujer de Roberto, un compañero de su hijo. Le contó que esa tarde iban a estar juntos y en algún momento iban a dejar la casa de los padres de Roberto y tomar un colectivo en Ugarte y Panamericana. “Ese lugar que me quedó grabado –dijo ella–: ahí por supuesto me empecé a poner muy nerviosa, soy muy optimista, pero la realidad es una.”

Lita empezó la búsqueda primero con María Rosa, la novia de su hijo: “Ya era como la una de la mañana, salimos las dos, empezamos a deambular por Santa Fe, a llamar a los padres de María Rosa, y nada. Nos vamos en colectivo a la casa de ella con la esperanza de que estuviera ahí, esperamos hasta la mañana. Salimos y fuimos a ver a los padres de ella, en Villa del Parque, y con el auto nos dirigimos a mi casa”.

En ese cruce de nombres, calles y datos, Lita se detuvo en la escena frente a su casa. Otros compañeros de Arquitectura habían empezado a caer en marzo. La hija más grade de Lita, Adriana, vivía en San Pablo. Durante esos días de rondas en casas de familiares en estado de pánico, patotas que “hicieron un desastre” en casa de una vecina, luego de una prima embarazada y con un niño, Lita que es creyente visitó a un capellán de policía que “con sorna me dijo: ‘Señora no se haga problema, seguramente se haya ido con una chica’ –siguió ella–. ¿Cuál es el otro trámite que puede hacer una persona creyente? No sé si me lo dijo Cata (Lugones) o quién, pero alguien me dijo que fuera a ver a monseñor (Emilio) Graselli”, dijo. A Graselli lo vio por segunda vez a comienzos de agosto del ’76. Había otros esperando. “Cada una que salía lloraba, me tocó casi última. Cuando me recibe, no voy a olvidar nunca que estaba ahí (Adolfo) Tortolo. Y muy suelto de cuerpo me muestra dos cuadernos y dice: ‘¿En qué libro estará su hijo, en el libro de los vivos o de los muertos?’ Lo mira y dice: ‘Yo ya le diría señora que no busque más’. Nunca más lo vi, lo que sí requiero es que sea juzgado, indagado, porque las aberraciones de respuesta que hemos tenido muchos padres es tan tremendo... que es una persona con la que me enfrentaría, no sé de qué manera, a los golpes lo haría.”

En la sala hubo alguna sonrisa. Lita contó parte de la historia de Familiares de Detenidos Desaparecidos por Razones Políticas. El primer encuentro en Callao y Corrientes, casi a tientas, después de un llamado en enero de 1977 de Katy Neuhaus, de Madres Línea Fundadora. “La mayoría habíamos empezado con gestiones individuales. Y ella me dijo: ‘Mirá, Lita, tu número me lo dio Cata Lugones. La reunión es muy importante en Corrientes y Callao’, sin decir exactamente el número. Vimos cierta cantidad de gente que entraba a un edifico, en Corrientes 1785, la sede de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre, en el 5° J, arriba de la confitería Opera. Y allí había una sala destinada a familiares que necesitaban denunciar el secuestro de los hijos, padres, abuelos, hermanos, una gran cantidad de gente. Cuando me toca a mí, se admiraron muchísimo porque no había hecho un hábeas corpus.”

Todos los días había un grupo trabajando. “Nosotras éramos las viejas, aunque teníamos 45 o 46 años, y todas lo mismo: decíamos mi hijo era estudiante, trabajaba en tal fábrica, o el nieto, había abuelas con los chiquitos que eran los hijos de sus hijos, era una cosa impresionante. Entro directamente a Familiares a hacer el trabajo, hacíamos todo lo que necesitábamos para buscar y poder sentirnos vivos y útiles para nuestros hijos.”

El 24 de abril del ’77 secuestraron a Adriana. Lita no habló del secuestro porque espera hacerlo en su propio juicio. A partir de ese día, a ella le pasó otra cosa. “Quedé directamente ahí para luchar por mis dos hijos y realmente todo el miedo que tuve antes y después con Adriana desapareció, es una sensación que nunca podría explicar. Todas las tensiones y los nervios y el temor desaparecieron. La entrega fue total porque ya me habían sacado todo, por lo tanto la lucha tenía que ser para mis hijos y para el resto.”

Como hizo Baltasar Garzón la semana pasada, cuando le pidió al papa Francisco que abra los archivos del Vaticano, en busca de la información que Juan Pablo II recibió de las personas que lo visitaron durante la dictadura que sufrió la Argentina, Lita dijo lo mismo. “Hay algo me gustaría decir, señor presidente”, le dijo Lita al juez Leopoldo Bruglia. “Y es muy importante: que apenas llegué a Roma me entero de que habían secuestrado a Thelma Jara de Cabezas, que estaba en ese momento viviendo en casa de mi madre. Preparamos una denuncia, la llevé al Vaticano, había que lograr entrar y ahí me atiende un abogado. Pide una ficha y esa ficha tenía mi nombre como denunciante del secuestro de mi hijo y de mi hija. Así que es muy probable que el Vaticano tuviera el archivo más completo de los desaparecidos, esa ficha era de fichero. No podría decir si tenía los datos de los centros clandestinos o en qué lugar los hubieran destinado los militares genocidas.” En la sala, primero levantó la mano un abogado y en vez de hacerle una pregunta le agradeció. Luego lo hizo otra abogada. Cuando la defensa intentó oponerse, la sala completa la aplaudió.

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“Necesito que me encuentren los restos de mis hijos, yo los quiero ver.”
Imagen: telam
 
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