EL PAíS › OPINIóN

El país salvaje y la educación que salva

 Por Mempo Giardinelli

Discutimos con Tito Cossa, amable vino de por medio; dice que la Argentina es un país salvaje; ahí están esos tipos que tiraron a otro desde un puente porque quiso pasar un piquete. Digo que no creo tanto, pero sí que hay muchos salvajes en la Argentina. Acordamos en que es más o menos lo mismo, y en que el problema está en ciertas conductas que se repiten.

Ahí está, mientras escribo, el conflicto docente, que no es sólo bonaerense y se replica en muchas provincias, más de la mitad del país. No son los maestros los salvajes, ni mucho menos, y tampoco lo son los funcionarios. Y si el conflicto es fogoneado en los diarios y en la telebasura, y parecen más importantes un ladrillazo, alguna amenaza verbal y una que otra patada bajo las mesas, no por eso son salvajes. El verdadero salvajismo argentino suele estar en otros lados y siempre oculto, y acostumbra vestir traje y corbata o bombachas de gauchos de 4x4 que lloran y evaden impuestos.

Es en ese contexto que habría que entender las palabras del vicegobernador bonaerense, Gabriel Mariotto, cuando propone una ley que declare que la educación es un “servicio público esencial”, que limitaría el derecho de huelga en ese sector. Algunos maestros se enojan ante la sola idea, pero la cuestión no se resuelve con enojos sino con la búsqueda de una solución a un problema extremadamente complejo porque: a) varios millones de chicos y chicas aguardan el inicio de las clases todos los años, y a veces como ahora, que llevamos ya dos semanas; b) porque para gran parte de la población esto es visto como que los maestros objetivamente “los usan” para conseguir mejoras salariales; c) porque a su vez los gobiernos son vistos por esa misma población como hatos de funcionarios entre ineptos y corruptos, que cada tanto se aumentan sus sueldos y conceden fuertes mejoras salariales a los policías cuando se amotinan, pero las retacean a los maestros; d) porque las paritarias se ven como diálogos de sordos antes que como acuerdos basados en razones y negociación.

El resultado es casi siempre el mismo, y se reduce a inflexibilidades peligrosas, fogoneos mediáticos infames, desplantes de una y otra parte, y una irritabilidad intensa y riesgosa que nubla la razón y la mesura de gobernantes, docentes y familias.

Es entonces cuando la Argentina maleducada, en todos los sentidos del vocablo educación, crece como yuyo malo y da paso a actitudes salvajes. Porque educar es encaminar, dice el Diccionario de la Lengua, “es desarrollar y perfeccionar las facultades intelectuales y morales del niño o del joven por medio de preceptos, ejercicios, ejemplos”. Y también es “perfeccionar, afinar los sentidos”, o sea, desarrollar el buen gusto. Y es “enseñar los buenos usos de urbanidad y cortesía”. Todo eso que falta hoy en nuestro país y que resulta socialmente carísimo y lo paga no “la gente” sino todo nuestro pueblo: gobernantes, docentes y familias incluidos.

Por otra parte, el gobernador Daniel Scioli ha dicho que “hay un trasfondo político” detrás de la protesta. Lo que es absolutamente obvio, porque la educación es Política con mayúsculas y en su más profundo y trascendente sentido. Por eso mismo no parece que un aumento por decreto resuelva el asunto, como también es dudoso que lo resuelvan amparos judiciales o descuentos de salarios a los huelguistas.

Una docente de Monte Hermoso me escribe y recuerda, con absoluta razón, que “como en toda profesión hay docentes buenos, excelentes, pésimos y hasta los que dan vergüenza; pero en todos los órdenes es así”. Cierto, y ni se diga entre políticos, jueces y abogados, o entre escritores, químicos o dentistas. Así es verdad que hay muchos docentes vagos, prebendarios y abusivos, seguramente, pero muchos más son los que trabajan las horas que les corresponden y no sólo enseñan sino que de sus propios magros bolsillos ayudan a sus escuelas y sus alumnos. Son muchos más los docentes que saben que su lugar es el aula, y están incómodos y dolidos por no estar allí durante las huelgas. Son muchos los que cumplen verdaderos apostolados en escuelas rurales o en medio del monte, como los que abundan en el Chaco, en El Impenetrable, y que son héroes de cada día porque cumplen hasta dos y tres turnos en escuelas paupérrimas, con niños que provienen de esa marginalidad infame que todavía hay tanta en la Argentina. Hay que conocerlos para entenderlos, y sobre todo saber cuánto cobran de bolsillo.

También hay que conocer y entender a los maestros de ciudad, que enseñan a diario en aulas muchas veces descascaradas y sin equipamientos, trabajando con chicos malcriados en sus casas, en muchos casos ultraconsentidos por progenitores confundidos de tanto ver telebasura, y en muchos otros provenientes de asentamientos o casillas infames y mugrientas, y todos navegando en un mar de burocracia, ineficiencia y resentimiento.

Todo eso también es parte del complejo mundo educativo argentino, que todavía no ha podido recuperarse de las consecuencias de una dictadura feroz y una ley federal como la menemista, que atomizó y prácticamente destruyó todo lo mejor de la vieja educación sarmientina.

Si realmente las ofertas de aumento salarial rondan el 30 por ciento, y los reclamos sindicales docentes están en el orden del 35 por ciento, es absurdo que no se cierre razonable y educadamente la negociación.

Y después sí será el tiempo de restablecer la esencialidad de la educación, concepto que se eliminó en los ominosos tiempos del menemismo.

Y mientras tanto habrá que soportar que los verdaderos salvajes nos digan que la educación argentina está en crisis, mientras esgrimen las pruebas PISA, que ni entienden ni les interesan, como si fueran verdad revelada. O digan que los peronistas son incorregibles, como mal citando a Borges suelen decir los radicales y los socialistas, y sobre todo los neoliberales, todos ellos también incorregibles.

La situación es grave, y eso mismo impone la indispensable y urgente obligación de cambiar: 1) las diferentes actitudes del poder político, que en esta materia hoy se parece más a un patrón malo que a un patrón sabio; 2) las formas de reclamo y protesta docente, explorando algunas nuevas que involucren positivamente a los chicos y sus familias.

No es fácil, es obvio. Y desde ya que es mucho más fácil decirlo que hacerlo. Pero es el desafío.

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Imagen: Télam
 
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