EL PAíS › OPINION

Infancias: varios mundos

Por Alicia Entel *

Nada mejor en estos días que convertirse en un contribuyente de la causa infantil. Como estamos en la fecha vayamos adonde vayamos nos pedirán por los niños: ya sea un diezmo del vuelto en un súper, una moneda, ropita en desuso, juguetes, presencia, remedios. Y, tal vez, todo esto se haga con la mejor de las buenas voluntades. Siempre la causa de los niños ha sido una causa noble.
Pero, a fuer de no resultar hipócritas, digamos que la causa infantil pide bastante más que un día de agosto. El mapa social –con cifras no siempre actualizadas– indica que al 2002, según Unicef-Indec, alrededor de 14 millones de personas se encontraban en la categoría de pobres (y las cifras mucho no han cambiado). El 22 por ciento de la población urbana –seis millones de personas– es indigente. Siete de cada diez niños y adolescentes es pobre. La mitad de los seis millones de niños y adolescentes pobres es indigente. Según la misma fuente informativa, en el Noroeste del país ocho de cada diez niños y adolescentes es pobre, la mitad de ellos está en hogares con ingresos insuficientes para cubrir la canasta familiar básica, es decir, son indigentes.
Podríamos agregar cifras sobre escolarización, salud, enfermedades respiratorias agudas, etc., que darían pasto nostálgico al recuerdo de aquello que un día fue realidad en Argentina: “Los únicos privilegiados eran –y no son– los niños”.
Como ocurre en otros grupos humanos también en la infancia es notoria la presencia de varios mundos: muy pocos en el voraz y hasta sofisticado consumo, gran parte en pesarosa situación de miseria. Voces aparentemente autorizadas se preguntan con asombro cómo y por qué nacen niños en hogares carenciados. “Porque los hijos –diría la sabiduría popular– son la riqueza de los pobres.” Porque está muy bien que un país como el nuestro se plantee el crecimiento demográfico. Pero no así.
La historia argentina registra épocas en las que el Estado se ocupaba con más intensidad que hoy por garantizar la respuesta a las necesidades básicas infantiles, en principio propiciando la creación de fuentes de trabajo dignas para los adultos y gratuidad asegurada en salud y educación para los menores. Indigencia y hambre no condicen con la capacidad argentina en recursos naturales y fuentes alimentarias. Tampoco, con el deseo expuesto –una y otra vez en el discurso político– de una más justa distribución de la riqueza. ¿Por qué no declarar la Infancia Argentina en Emergencia, y darse el plazo preciso –seis meses, un año– para su solución? Sin mediaciones burocráticas. Sin dineros que desaparecen en el camino. Como la TV no muestra más los desnutridos de Tucumán, ¿habrá terminado el problema? ¿O es que ya no resulta noticia?
Así como en Educación no se puede hablar sólo del estudiante sin referirse a los docentes y al sistema educativo en general, tampoco es lógico hablar de los niños sin pensar en el bienestar mínimo de los adultos, algunos de los cuales ya forman parte de la segunda generación de desocupados. Sin duda tales preocupaciones han de estar en carpeta de algunos funcionarios, y se estarán desarrollando acciones, sólo que, a ojos vista, no alcanzan. Por eso es bienvenida toda acción por los chicos..., pero no sólo en agosto. Cuidar a las crías es un dato básico del comportamiento de la especie. Que no quede en el olvido.

* Investigadora en Comunicación, UBA. Directora de la Fundación Walter Benjamin.

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