EL PAíS › INFIERNO EN ONCE - POLITICA, RECLAMOS Y DOLOR DESPUES DE LA SESION LEGISLATIVA

Las piezas sueltas que dejó el incendio

Hoy hay movilizaciones por el primer mes de la tragedia. El martes se reanuda –o no– la sesión de la Legislatura porteña. Y en la semana puede haber novedades en el lado judicial. Política, maniobras y reclamos de Justicia se mezclan en un escenario donde hay figuras desgastadas, algunos que aprovechan y deudos firmes en un dolor legítimo.

 Por Mario Wainfeld

Hoy habrá una movilización al cumplirse un mes de la tragedia. Pasado mañana continuará la sesión de la Legislatura comenzada el viernes. La causa judicial producirá novedades en la semana que ya empieza. La dinámica política desatada por la masacre de República Cromañón se realimenta desde varios ángulos, por numerosos protagonistas. El Estado ausente está en el banquillo; la corporación política, discutida; Aníbal Ibarra, puesto en cuestión. Los familiares de las víctimas, un actor de legitimidad indisputada, también se hacen sentir. Sus reclamos de verdad y justicia se entreveran con las luchas políticas, que suelen ser muy mañosas. Su presencia en el parlamento porteño fue un hecho histórico. Más allá de la anécdota y de operaciones de fuerzas partidarias desgastadas, la participación de los deudos, incluida la eventual politización de los reclamos nacidos desde el dolor, es algo más que una noble tradición, también un soplo de vida para una democracia a menudo muy marchita.

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El cuarto intermedio. Una escena potente de la interpelación ocurrió tras el cierre de los diarios de ayer. La sesión se prolongaba y parecía ir desinflándose sin remedio. Más allá de las dos de la madrugada, la diputada Susana Beatriz Echegoyen, integrante del bloque unipersonal 19 y 20, pidió un cuarto intermedio hasta el martes contemplando la fatiga de los familiares. Una ovación de estos coronó su planteo. El cuerpo votó la moción, que fue rechazada. La contenida bronca de los familiares estalló como una fuerza natural que no encuentra un dique. Todos se pusieron de pie, con las carteles de sus parientes perdidos en alto. Varios tildaron de “asesino” al jefe de Gobierno, otros insultaban, otros aplaudían, algunos hacían ademán de irse del recinto. Fueron quizá cinco minutos, acaso menos, dominados por una honda crispación. Parecieron horas, aun para quienes (como este cronista) la miraban ya en su casa, por TV. Para Ibarra, a quien nadie podrá decir que no dio la cara, pues la expuso en circunstancias inéditas en la política argentina, debieron parecer siglos.
No sería justo cuestionar la templanza de los familiares. Estaban en un ámbito extraño, desde hacía casi diez horas, de las cuales no menos de la mitad habían sido ocupadas por las intervenciones de Ibarra. Su compromiso de guardar silencio, honrado todo el tiempo, cedió a la angustia y la pasión. El temple llegó hasta su límite, había sido tensado en exceso por la táctica de Ibarra de prolongar el debate.
Lo que se vio luego podría valer como metáfora acerca de algo que viene ocurriendo. Una discusión parlamentaria súper formal acerca del cuarto intermedio chocaba con la bronca en carne viva de los familiares. Las reglas pautadas –arguyen con razón los ibarristas– eran otras y no admitían pasar la sesión, menos aún al martes. Pero ese razonamiento, situado en el momento y el lugar, deviene excesivamente ritual. Los familiares han padecido demasiadas esperas. Si bregan por la postergación de una instancia para ellos mortificante, oponerles un acuerdo parlamentario fue una descortesía, amén de una torpeza política.

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La manito de Macri: El ibarrismo en pleno denuncia que la postergación fue manipulada por el macrismo. Las huestes del presidente de Boca, relatan, percibieron que Ibarra había capeado el temporal. Entonces, Mauricio Macri y Horacio Rodríguez Larreta gastaron las pilas de sus celulares llamando a sus legisladores para que instaran a los familiares a pedir una postergación, en aras de seguir otro día, con otro escenario. La acusación tuvo una curiosa corroboración ayer: la diputada macrista Sandra Bergenfeld publicó una carta en el site de Infobae confirmando el relato y cuestionando muy severamente a Macri.
Los macristas niegan los cargos. Reconocen haber hablado con los familiares, pero cuentan que fue a pedido de éstos. Las huestes de “Mauricio” también niegan las acusaciones de “golpe institucional” que lanzó contra ellas un conjunto de organizaciones de derechos humanos encabezados por Estela Carlotto. Y alegan que ninguno de sus legisladores –ni siquiera la única cuyo verbo estuvo a la altura del desafío, Gabriela Michetti– pidieron la renuncia de Ibarra, que sí fue solicitada por varios minibloques de izquierda.
La veracidad de este último hecho no prueba que Macri no anhele ir por la cabeza de Ibarra, más pronto que tarde. Su táctica, en todo caso, puede ser más astuta que embestir frontalmente. Esquivar el lugar de la vanguardia, pero sí surfear en cualquier ola que amenace la estabilidad de Ibarra: “la gente” o lo que derrame el expediente penal.
Es claro que una eventual postura gurkha no involucra a todo el macrismo que, según es fama, tiene dos líneas internas que responden a los motes de Festilindo y Nogaró. Los nombres no tienen raigambre ideológica pero sí capacidad descriptiva. Los Festilindo son más jóvenes, menos fogueados en política, más lanzados, en la etapa más antiibarrista, adalides del juicio político. Los Nogaró, como sugiere el nombre del añoso hotel que suele albergar sus reuniones, son dirigentes más duchos, más fogueados, con mejores relaciones con el ibarrismo. Santiago de Estrada, quien presidió con bastante tino una sesión envenenada, es su principal referente. La diferencia entre Festilindos y Nogarós se puso en evidencia con las intervenciones de sus principales oradores del viernes: tibio, vacilante Jorge Mercado, despiadada Michetti.
Las versiones acerca de las tensiones entre las dos alas del macrismo varían y son obviamente más catastrofistas cuando las reseñan los ibarristas. En cualquier caso, parece complicado que ese bloque en estado de asamblea consiga los 40 votos que precisará si decide iniciar juicio político contra Ibarra.

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20 bloques, casi nada: Por añadidura, la Legislatura no parece ser un organismo legitimado para acometer una movida de esa naturaleza. El debate de anteayer desnudó muchas miserias y límites. Veinte bloques hay en un parlamento de 60 diputados, todo un record Guinness acerca del individualismo y la incompetencia para articular. ¿Cuántos proyectos distintos puede haber para la ciudad de Buenos Aires? ¿Tres, cuatro? ¿Seis?
La oratoria de los legisladores, con excepciones que se podían contar con los dedos de una mano, fue patética, pobre en conceptos, llena de golpes bajos, muy a menudo reñida con la sintaxis castellana, que no es tan compleja.
La falta de tropa propia del ibarrismo, algo que deja al jefe de Gobierno en pasmosa soledad, es una carencia derivada del modo en que encaró las elecciones. Una tradicional astucia es urdir varias listas de diputados bajo la boleta común del candidato a jefe de Gobierno, cuantas más sean mejor. Una suerte de ley de lemas armada al uso nostro, pensada para sumar votos para el ejecutivo, sin pensar en los costos ulteriores para el sistema político y para el desarrollo de su propio proyecto.

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Pispeando desde la Rosada: El gobierno nacional sigue apoyando a Ibarra y comparte sus sospechas acerca del intento de golpe institucional de Macri.Néstor Kirchner es quizás el político argentino de primer nivel más preocupado por la latencia del “que se vayan todos”. Recela de las puebladas o cacerolazos a los que considera con virtualidad suficiente para erosionar las instituciones. Por añadidura, el Presidente comparte con sus íntimos el deseo que el 2005 sea un año de “gobernabilidad”. Imagina un fuerte crecimiento del PBI, una mejora en la distribución del ingreso, una salida más o menos virtuosa del canje. No quiere empiojar ese panorama con “ruido político”, un criterio fundante que habrá que sopesar de cara a imaginar qué hará con el duhaldismo en la provincia de Buenos Aires.
Pero si allende la General Paz todavía las cosas están por verse, aquende no hay dudas. Kirchner es aliado de Ibarra y lo aprecia personalmente. Hasta lo considera el dirigente más apto para representar a la sociedad porteña, que el Presidente reputa arisca y complicada.
Alberto Fernández, por su parte, es el más acérrimo paladín de Ibarra en el gabinete, en parte por adhesión al Presidente, en parte por lo que es su propio proyecto en Capital. El jefe de Gabinete es el interlocutor habitual de Ibarra dentro del Gobierno, dialogó con él varias veces durante la semana. También se movió en la vasta diáspora de los diputados porteños. Incluso se comunicó con Milcíades Peña, protagonista del mejor discurso del viernes, que interpeló a Ibarra desde su propia pertenencia. La conversación, refiere el mismo Peña, fue “política” y respetuosa.
Fernández también quien exhibe (y encargó) encuestas de seis consultoras que informan que la imagen de Ibarra no ha caído tanto como era de esperar y que la mayoría de los porteños no creen que deba renunciar.
El gobierno nacional no piensa, ni ahí, en la hipótesis de intervención que fue zarandeada desde algún vivac duhaldista, en lo que varios pingüinos perciben como prueba de una entente Duhalde-Macri. Dicho sea al pasar, varios pingüinos muy cercanos al Presidente son más escépticos que su jefe acerca de la imbricación con Ibarra.
En la Rosada se leyó como “buena” la defensa de Ibarra en la Legislatura. Y se ponderó con agrado una anécdota de los ibarristas: Juan José Alvarez encaró, celular mediante, a dirigentes macristas reclamándoles que cesaran en sus intentos desestabilizadores.

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Los familiares: Los deudos de las víctimas, los familiares (víctimas ellos también) vienen siendo figuras centrales del sistema democrático local. Las Madres, las Abuelas, los padres de María Soledad Morales, los parientes de José Luis Cabezas, las Madres del Dolor, el propio Juan Carlos Blumberg, integran una nómina para nada completa que nutre la historia de las últimas décadas. Movilizadas por un dolor personal e intransferible, las víctimas proponen una suerte de discurso básico común. Una síntesis sencilla podría ser: “Sufrí una pérdida incomparable, que no puedo compartir con todos. Pero lo que me pasó fue porque algo anda mal en la sociedad y por lo tanto puede ocurrirte a vos. Si no cambian las cosas, podés encontrarte con una tragedia como la mía”.
Ese discurso es profundamente político, pues alude a la búsqueda de solidaridades activas entre personas con intereses comunes. Lo es asimismo porque postula reformas. “Verdad y justicia” es una consigna común, “Nunca más”, otra. Esos egregios objetivos no se persiguen sólo en los tribunales, que en el mejor de los casos reparan “mirando hacia atrás”. También en las calles, para que otros poderes se pongan en función, de cara al porvenir.
La ciudadanía en su conjunto, que en su principio discriminó salvajemente a las Madres, ha venido progresivamente entendiendo el discurso de las víctimas y cediéndoles su respeto. La identificación con gentes comunesque han sufrido algún daño grave por acción u omisión del Estado es cada día mayor. Esa identificación, mucho más tangible que la que existe con los representantes del pueblo, es todo un dato a tomar en cuenta en la contingencia política actual.
Los familiares de víctimas de Cromañón integran un universo de compleja predictibilidad, habida cuenta su enorme número. Los hay porteños y bonaerenses, politizados y profanos en esas lides, muy humildes y de clase media. Los hay enconados, litigantes, y otros más resignados y requirentes de ayudas cotidianas. Como todas las víctimas merecen contención, respeto, manos tendidas y orejas abiertas. Claro está que su representatividad no debe ocluir las establecidas en las leyes. Y que sus reclamos o sus gritos no son necesariamente verdad, algo que debe dirimirse en los concernientes espacios institucionales.
El tumultuoso cierre de la asamblea del miércoles originó un escenario inusual, en el que algunos familiares le pidieron la renuncia a Ibarra. Un camino distinto al que eligió, por ejemplo, Blumberg, quien aun en el cenit de su convocatoria, predicó el respeto a los mandatos electorales. El reclamo ciudadano de dimisión es tan válido como discutible, pero sería francamente avieso que fuerzas políticas que no representan a los deudos se encaballaran en él para lograr lo que las urnas les negaron. El macrismo y la cariocinética izquierda local le harían un flaco favor a la democracia si buscaran pescar en ese río revuelto.
La legitimidad de Ibarra está puesta en la picota, qué duda cabe. La gobernabilidad es un valor a preservar pero requiere un sustento de validación de las autoridades. Quienes postulan que debe haber un recambio en la ciudad tienen a mano una herramienta válida, oxidada por la falta de uso. Se trata de la revocación de mandato consagrada por la Constitución porteña. Exige una monumental recolección de firmas (20 por ciento del padrón) para solicitar la compulsa y la mitad más uno de los votos exigiendo la revocación. Para acceder a ella hace falta una convocatoria vasta, listados distribuidos en toda la ciudad, una discusión pública y la serena reflexión del ciudadano a la hora de sufragar. Algunas ONG han iniciado los trámites respectivos. El gobierno nacional dice que una de ellas, al menos, es un aglomerado de derecha que se opuso al acuerdo a Carmen Argibay para integrar la Corte Suprema. Esa tacha no se basta para invalidar un método que incluye participación masiva. El voto popular, instancia muy superior a una rosca en un parlamento de segunda o a una minipueblada, no es como el fuego que todo lo purifica pero sigue siendo el modo más apto de preguntarle a la gente qué quiere.

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¿Qué quieren? ¿Qué quieren, a qué tienen derecho los familiares en su conjunto? No es sencillo interpretar a ese conjunto, ni encontrarle una representación común dada la vastedad de su número y su falta de contactos horizontales. Para empezar con un mínimo común denominador, necesitan ser contemplados, respetados. En eso, el gobierno nacional ha sido más presto y eficaz que el porteño, aunque no haga alarde para no damnificar al aliado. Pero ha habido más solicitud, más funcionarios que han abierto su celular a los necesitados, más visitas personales a los domicilios de las víctimas.
¿Qué querían el otro día, en la ardua sesión del ya célebre edificio de la calle Perú? Verosímilmente algo más de lo que dijo Ibarra, centrado en una defensa política y jurídica de su gobierno.
Posiblemente esperaban que se les pidiera perdón.

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Continuará: Al cierre de esta edición, en la calurosa noche de un sábado porteño, Ibarra, Raúl Fernández, la senadora Vilma Ibarra entre otros discutían si el jefe de Gobierno debe asistir el martes al Parlamento porteño. Están convencidos de que se prepara “un circo romano” en el que algunos familiares manipulados por el macrismo se dedicarán a mortificarlo, no dejarlo hablar, forzarlo a renunciar. El espectro del circo romano rondó la anterior sesión, que fue muy dura e incluyó desbordes pero distó mucho de ser un linchamiento. Desde luego, la historia política local no habilita para la candidez, pero es dable confiar en que la serenidad que predominó el viernes subsista pasado mañana. Y, a Dios rogando y con el mazo dando, hay modos activos para propiciar que la sesión no se desmadre al golpismo.
Entre tanto, la jueza María Angélica Crotto sigue trajinando en silencio el expediente penal. Sus eventuales decisiones también impactarán en la realidad política local, muy centrada en deslindar las responsabilidades de Ibarra y su equipo de gobierno. Un detalle interesante de la larga interpelación fue que casi no se mentó al empresario Omar Chabán, que de tan culpable ha pasado a no suscitar interés polémico. Todo induce a pensar que la mirada colectiva sobre la causa penal se centrará en lo que resuelve con relación a las responsabilidad de funcionarios en la génesis de esa tragedia que nos cambió la historia. Algo que ocurrirá en la semana que empieza mañana que, como todas las de este año, será de vértigo.

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