EL PAíS › OPINION

¿Hay alguien allí?

Por Eduardo Aliverti

Parecería que el país de los extremos ha vuelto con sus mejores luces.
La gran noticia del momento es lo bien que le fue a la Argentina con el canje de parte de su deuda, por otra deuda más chica y a más largo plazo. Ni el más ortodoxo de los izquierdistas podría asegurar que deber 67 mil millones de dólares menos da lo mismo, aun cuando pueda aludirse al carácter ilícito e ilegítimo de esa deuda. Y qué decir –Kirchner tiene razón– de los economistas y gurúes de la derecha: los tipos continúan hablando como si tal cosa, después de haber pronosticado, tras el default, el ingreso al Apocalipsis, el dólar a 10 pesos y el fracaso del canje. Así que no. No es lo mismo lo que se debía y lo que ahora se debe. Afirmar lo contrario, al margen de no respetar el sentido común, significa proseguir enroscado en un ideologismo vacuo que –mucho más e incluso excluyentemente en el caso de la izquierda– acentúa la lejanía de ese sector respecto de las masas, de la simple gente cuyo elemental, aunque preciso entendimiento, es que podremos no estar mejor, pero peor seguro que no, que no nos caímos del mundo, que no llovieron sapos y culebras por lo enojados que están los viejitos italianos y japoneses que tenían bonos argentinos.
El problema consiste en que no hay, no se ve, no se huele ese punto intermedio entre la crítica estúpida que queda presa de sí misma y la euforia desmedida de signo análogo. Para usar esa metáfora que algunos solitarios intentaron como advertencia en estos momentos de borrachera feliz: haber salido del default podrá ser, técnicamente, haber egresado de terapia intensiva; pero, más que un largo rato, queda un tiempo impredecible de permanencia en el hospital. Se debe un montón menos de plata, pero la plata que hay que seguir pagando es un montón equivalente a más del 70 por ciento de lo que produce este país. En algunos números: la cifra destinada a atender intereses de la deuda, en los próximos años, son la suma de lo que el Estado tiene presupuestado invertir, en el 2005, en Educación y Cultura, Ciencia y Tecnología, Trabajo, Vivienda y Agua Potable. O en tensión social con cero de abstracta: ¿cómo se articula el orgasmo post-default con un millón y medio de chicos que no pudieron empezar las clases, gracias a la eterna barrera de lo que ganan los docentes?
Cabría observar, en esto de las fluctuaciones esquizofrénicas que incluso se dan entre semana y semana, el modo firme y sin pausa en que el horror de Cromañón va desapareciendo de la agenda pública. Son los medios quienes comandan esa gimnasia del olvido permanente, pero ya se sabe que el periodismo no puede conducir nada si no es sobre la base de un consenso social determinante. Cuando apenas transcurrieron dos meses de la tragedia, el debate, las culpas y las responsabilidades colectivas por lo ocurrido en Cromañón quedaron reducidos a una suerte de histeria generalizada de madres, padres, comunicadores y funcionarios que de la noche a la mañana descubrieron la inseguridad de boliches bailables, escuelas, cines, teatros, natatorios, bares, estadios. Para que después de la histeria inmediata todo vuelva, nadie lo dude, a la normalidad de que “parece que ya no pasa nada”. Dos meses, nada más, y la oposición que quería comerse crudo a Ibarra se mudó a los 60 kilos de cocaína en los aviones de SW; y la polémica sobre las costumbres de las tribus del rock se murió antes de nacer, y la discusión sobre el Estado desaparecido tras la ficción de los ’90 vuelve a apagarse sin perjuicio de algunas pirotecnias retóricas.
Miremos el affaire de Ezeiza, si lo anterior no suena suficiente. Miremos, porque tal vez sea, como símbolo mediático y social del país esquizofrénico de los extremos, difícil de empardar. En los últimos diez días ya se sabía, con creces, que el canje de la deuda era un éxito y que sólo restaba el anuncio oficial. Sin embargo, la ausencia de ese dato protocolar habilitó a que la marcha, ya final, de ese tema, cediera paso a un presunto terremoto institucional que llegó al extremo –atendible o no– de preguntarse si el propio presidente de la Nación no estaría acaso al tanto de la maniobra (o directamente entrampado en ella). Ahora, ese tembladeral también desapareció y le dejó el lugar a la pompa del anuncio de la despedida del default. Parecería que hay la imposibilidad de ver las cosas en perspectiva, de poder detenerse a darle a cada una de ellas su justa dimensión, de no quedar preso de un vértigo tras el cual –tampoco quepa duda– se esconde el que consumamos una chorrera interminable de noticias para terminar no comprendiendo ninguna.
¿Nadie tiene nada que cuestionar(se) en esta sociedad de los extremos esquizofrénicos? ¿Nadie? ¿Alguien llama a una radio y deja su mensaje asumiendo alguna culpa, o una mera responsabilidad? ¿Alguien escribe una carta de lectores para interpelar al colectivo social? ¿Hay algún intelectual dispuesto a tirar(se) la primera piedra? ¿Hay quienes se dan cuenta de ser unos arrebatados analíticos?
¿Hay alguien ahí?

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