EL PAíS › LA ESCENA NACIONAL Y LAS PROVINCIALES

De lo móvil a lo estable

El escenario político nacional convulsiona identidades y devora referentes. En las provincias, los oficialismos se perpetúan. La pregunta es si Kirchner se conformará con esta situación o buscará nuevos cambios en el PJ. Sus deseos, sus límites. Lo que fue Capital y lo que viene. Y una deuda pendiente de pago.

Opinion
Por Mario Wainfeld

Néstor Kirchner tuvo bastante fortuna para llegar a la Presidencia. Sus logros políticos ulteriores derivan más de su decisión y de una buena dosis de muñeca. Ningún dirigente leyó como él la crisis de los partidos políticos que venía de antes pero que se acentuó dramáticamente en las jornadas de 2001.
Tras acceder a la presidencia, Kirchner se fagocitó a sus dos ex compañeros-competidores con el solo dato de ejercitar el poder con mano firme, con éxito político y crecimiento económico. La aptitud de disciplinar peronistas –vía un gobierno con consenso– la hubiera tenido cualquier otro dirigente del PJ en similares circunstancias, Eduardo Duhalde o hasta el medroso Carlos Reutemann, por caso. Los peronistas saben que sus compañeros son verticales al éxito. Muchos de sus opositores, cegados por el antagonismo, adjudican a los justicialistas una irracionalidad y una facciosidad que, al menos en épocas de vacas gordas, los compañeros distan mucho de tener.
Pero, luego de domeñar y traccionar al PJ, Kirchner acometió una serie de labores bien heterodoxas para la lógica de la abrumadora mayoría de los dirigentes justicialistas. La mayor fue la batalla contra el duhaldismo en Buenos Aires que sus adversarios jamás comprendieron, por consiguiente ningunearon, y cuyas formidables implicancias algunos siguen negando.

Lo móvil y lo estático

Hasta 2003, las elecciones a presidente habían sido relativamente constantes. Dominaba un bipartidismo en el que el Frepaso intervino y cambió algunas cosas, por poco tiempo. Entre 1983 y 1999, inclusive, todas las votaciones arrojaron un ganador con alrededor de la mitad de los votos y un segundo con más del 30 por ciento. La mayoría de las veces el PJ y la UCR disputaron el oro y la plata. En 1995 el Frepaso salió segundo. En 1999, la Alianza UCR-Frepaso desplazó al PJ.
En 2003 eso cambió de modo formidable. Hubo casi quíntuple empate entre Carlos Menem, Kirchner, Ricardo López Murphy, Adolfo Rodríguez Saá y Elisa Carrió. Ninguno llegó al 30 por ciento del padrón. El Presidente, de modo previsible, sacó de la pista a los dos justicialistas.
Ahora, López Murphy ha traspapelado sus chances por un rato muy largo y Carrió quedó muy escorada.
En dos años, de cinco presidenciables quedó en pie sólo uno. Y se añadió Cristina Fernández de Kirchner.
A nivel nacional, la presencia de la UCR es irrisoria. El partido que en 16 años de recuperación democrática le ganó dos veces al peronismo la presidencia en elecciones libres hoy no tiene aspiraciones en esa liga ni un candidato a la altura.
Los líderes posibles se caen del mapa nacional, que cambia de modo convulsivo. Mientras esa escena es muy fluida, tal como señala el politólogo Sergio Malamud, la escena provincial es mucho más estática, previsible. En la renovación de gobernaciones en 2003, 21 de 23 distritos (en Corrientes no se votó) se mantuvieron en poder del oficialismo. En 2005 hubo un poco más de movimiento, incluidas dos provincias (Río Negro y Santa fe) en las cuales el partido dominante cejó tras 22 años de hegemonía. Pero la tendencia general se mantuvo, el partido de gobierno prevaleció en 20 de 24 distritos. El Congreso nacional refleja esa inercia, el radicalismo está sobrerrepresentado en diputados y senadores para su real 14 por ciento del electorado.
La pregunta del millón es si hay una relación lógica o causal entre la relativa predictibilidad de lo que votan las provincias y lo dinámica que es la política nacional. La pregunta no es de índole especulativa pues contiene otra, que es la de indagarse si Kirchner podrá seguir desordenando el poder territorial del PJ o si deberá enfrentar 2007 con la misma coalición que lo ayudó a gobernar hasta ahora y a ganar los comicios de la semana pasada.
Es un interrogante que atormenta a los compañeros gobernadores y que también se estará haciendo Kirchner.

La liga de ganadores

La voluntad presidencial de hacer un revoltijo en las estructuras provinciales del peronismo no merece ya ser puesta en duda. Pero es ostensible que el hombre se mueve también en base a pautas de real politik. Al duhaldismo lo mantuvo como aliado hasta que lo vio débil, recién entonces atacó. En este caso, estimó bien la relación de fuerzas y el momento de confrontar. En el futuro, todo está por verse.
El escenario alberga a una centro izquierda diezmada cuyo único emergente claro, Hermes Binner, tiene mucha más virtualidad en su provincia que en la nación. La centro derecha tuvo dos ganadores que predominan sólo en Capital y Neuquén.
La centro derecha sólo puede prosperar si succiona apoyos peronistas, lo que en algún sentido puede conspirar contra las ansias presidenciales. Los gobernadores peronistas ganadores no se apartarán del oficialismo dominante por pruritos ideológicos. Lo suyo es (tache lo que no le parezca) la indiferencia o la amoralidad en materia de medios. Tampoco vetarán (ya se comprobó esta vez) que Kirchner injiera en sus listas. Mas, si el Presidente pone en riesgo su control territorial, eso podría ser el casus belli que los arrojaría en manos del centro derecha. La relación costo beneficio puede ser muy peliaguda para el Presidente si es que la derecha crece, un supuesto muy pendiente de corroboración.

Misteriosa Capital

La mestiza coalición que apoyó al Presidente tuvo una victoria arrasadora que reconoció una llamativa excepción en los grandes centros urbanos. Fue batida en Capital, Rosario, Córdoba y Mendoza, primando sólo en Tucumán. Es una referencia llamativa, digna de resaltar, dado que las grandes ciudades suelen anticipar tendencias que luego se propagan al colectivo nacional. Pero es cierto también que los ganadores en los distritos díscolos no son antagonistas frontales al gobierno sino más bien aliados potenciales. La solitaria excepción a esa regla es Capital.
Kirchner dice anhelar un nuevo esquema en el que caduquen las viejas identidades partidarias y se expresen fuerzas de centro izquierda y centro derecha. Paradojalmente, la Capital es el territorio que más se parece a sus deseos y uno en que peor lo trataron los ciudadanos.
Arrimando la mira, vale consignar que los tres partidos que pelearon el podio porteño se inscriben (con la lógica imperfección criolla) dentro de los moldes de la centroizquierda y el centro derecha. Queda un universo balcanizado de algo más del 20 por ciento de los votantes bastante volcado a la izquierda y zonas linderas. No es, entonces, un marco tan hostil lo que subraya que algo (o mucho) se obró mal. Muy básicamente, se centró mucho la identidad peronista de la fuerza oficialista en el peor distrito de la nación para el peronismo. Tampoco fue acertado poner un candidato part time, tensado entre una batalla muy ardua y su labor de Canciller. Las malas ondas entre Rafael Bielsa y Alberto Fernández quizá no trascendieron a la masa ciudadana pero cuando falta mística y cohesión, algo siempre se transmite. También pudo ser esquemática la hipótesis de un universo preconstituido e inmutable de votantes de centroizquierda y centro derecha, renunciando implícitamente a interpelar a estos últimos.
El amateurismo de la campaña, las rencillas internas y varios errores eslabonaron un traspié tan anunciado como obviable. Ahora al oficialismo le queda construir un candidato para el 2007. Ni le será sencillo ni es imposible. Su aliado Aníbal Ibarra tiene encima la llaga de Cromañón, pero está dispuesto a abrir ciertas puertas de la actual gestión para lograr gobernabilidad y dar millaje a funcionarios kirchneristas.
El ARI de Elisa Carrió afronta un par de enigmas. El más peliagudo es si Enrique Olivera es buen prospecto para pujar por la Jefatura de Gobierno. Da la impresión de que no lo sería si Mauricio Macri fuera su rival, dado que el empresario expresa mejor al público común de centro derecha. Elisa Carrió podría preguntarse si no es tiempo de plantearse moderar sus ambiciones, en proporción al peso de su partido, y volcarse en pos del gobierno porteño. No parece que Lilita acepte, siquiera, formularse esos dilemas.
Macri tiene dos jugadas posibles y atractivas, la porteña y la nacional. La más cercana es la más factible pero tampoco ahí tiene la vaca atada.

La reforma necesaria

Suponer, a esta altura, que la ofensiva contra Duhalde fue una parodia es una paupérrima lectura de la realidad. Las imputaciones de tongo y las denuncias judiciales contra un fenómeno político de recepción masiva no dan pauta acerca de lo real pero sí sobre la pobreza de muchas fuerzas alternativas.
Kirchner no quiere presidir el PJ ni se resigna a la lógica del bipartidismo, pero tampoco está dispuesto a quedarse sin el poder que lo faculta a sus surtidas heterodoxias. Sus perspectivas de seguir modificando al peronismo con enérgicas intervenciones desde arriba no cesará ni dependerán sólo de su voluntad.
La lógica euforia oficial recae rápidamente en algunas desmesuras, entre ellas la de suponer, sin más, que la nueva política venció a la vieja, lo que le atribuye al carnet del Frente para la Victoria un ethos purificador o mágico.
Habría que matizar, hubo cambio pero también mestizajes bastante horribles y muy lubricados por el arribismo de la dirigencia peronista.
Kirchner, fuera cual fuese el montante de su poder, no estará en posibilidad de cambiar todas las correlaciones de fuerza ni de “armar” candidatos más potables en todos los distritos, ni mucho menos. Esa tarea interpela también a dirigentes justicialistas o a virtuales transversales exitosos, como Hermes Binner, Luis Juez, y Martín Sabbatella, que superaron al kirchnerismo que los enfrentó.
Hay límites a la voluntad política, máxime si ésta se ejercita de modo sensato. Pero hay algo que sí debería hacer el gobierno en su segundo tramo, aun arriesgándose a poner en estado de asamblea a la mayoría de sus aliados viejos o flamantes. Es acometer la reforma política, demasiado postergada. En especial se adeuda avanzar contra el financiamiento espurio de la actividad partidaria y proselitista, una lacra que aqueja a la política nacional. Y que está especialmente enquistada en la fuerza que ganó, de modo inobjetable, la compulsa de hace siete días.

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