EL PAíS › OPINION

La utopía ferroviaria

Por Horacio González

El fin de la Argentina ferroviaria es una de las tantas injusticias que se ha abatido sobre el país, afectando las fuentes de vida colectivas de un modo inusitado. Los ferrocarriles, aun aceptando que su trazado agroexportador llevó a la economía nacional a un evidente sometimiento, eran una alianza entre hulla y ciudadanía, entre acero y poblados irrigados por el horario ferrocarrilero, entre guardabarreras e inmigración, entre imaginativa arquitectura de línea férrea y casitas suburbanas, entre vida laboral compleja y sindicalismo ferroviario, entre identidad profesional y horarios más o menos meticulosos, entre una módica literatura de viajes y el boleto de ida y vuelta de cartón picado por los guardas. Roberto Arlt situó uno de sus mejores aguafuertes en un viaje de Once a Moreno, y quizás al pasar por Haedo tuvo su mejor inspiración. También Haedo sirve a algunas escenas de la genial historieta de Carlos Nine, Keko El Mago. Hoy podrán darse todas las explicaciones más elocuentes sobre los hechos de Haedo –que espontáneo, que inducido, que la impaciencia es extrema, que las destruidas condiciones de vida llegaron a su límite más dramático–, pero no hay país posible sin restitución urgente de aquellos vínculos vitales entre ferrocarril y trabajo, entre vías férreas y democracia viajera, entre derecho al transporte digno y fuerzas productivas ferroviarias. Es menester restituir nuestras utopías ferroviarias, que se componen de un usufructo social íntegro de la justicia viajera, el viaje democrático sin coacciones ni atropellos. Por orden de Roberto Arlt y Keko El Mago.

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