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Grassi, la nueva denuncia

Un joven que siempre había defendido al cura ahora declaró en la Justicia que fue víctima de abusos reiterados. Página/12 revela el contenido de ese testimonio.

 Por Miguel Jorquera

Una nueva denuncia pone contra las cuerdas al cura Julio César Grassi, procesado por abuso y corrupción de menores. Esta vez, Luis Alberto Gutiérrez, ahora de 23 años, que formó parte del séquito del religioso en la Fundación Felices los Niños, describió con lujo de detalles ante la Justicia los vejámenes a los que lo habría sometido Grassi en su adolescencia. El joven se presentó espontáneamente en la Fiscalía VII de Morón los primeros días de julio para negar que hubiera sido abusado por el cura en la localidad santacruceña de El Calafate, donde existe una causa penal paralela en la que una pericia –que reveló Página/12– afirma que Grassi tiene el perfil psicológico de un “delincuente sexual”. Pero el joven, que vivió cinco años en la fundación, se quebró y detalló todas las veces que Grassi abusó de él a lo largo de casi dos años. Entre ellas las distintas oportunidades en que el sacerdote “lo obligó a meterse en su cama, lo desnudó, lo puso boca abajo, se abalanzó sobre él y apoyándole el pene erecto se movía como en una relación sexual, jadeando y totalmente excitado”.

La mañana del 6 de julio, Gutiérrez se presentó ante la fiscalía de Morón para volver a “desmentir” que Grassi hubiera abusado de él en El Calafate. Sobre el final de la declaración, una pregunta “formal” terminó por desatar un relato que abrió una nueva causa judicial contra el sacerdote y que provocó escalofrío a los miembros de la Justicia. Todo volcado en un expediente al que tuvo acceso Página/12.

–Entonces, ¿usted no fue abusado por el padre Grassi en El Calafate? –preguntó el fiscal Matías Javier Rappazzo.

–No –respondió Luis Gutiérrez.

–¿Grassi abusó de usted en algún otro momento? –repreguntó el fiscal como un formalismo para cerrar el testimonio.

–Sí, en Buenos Aires –contestó esta vez el joven.

El menor judicializado vivió en la Fundación Felices los Niños desde 1998 al 2003, donde quedó bajo la guarda de Grassi. Dijo que en el viaje a El Calafate entabló “una amistad” con el cura que luego continuó en la sede de la fundación, en Hurlingham. Tres o cuatro meses después del viaje, en septiembre, subió a despertar y cebarle un mate al cura en la habitación que Grassi tiene en la casa que comparte con un grupo de adolescentes. Allí comenzaron los abusos, según el extenso relato.

“Me agarró del brazo y me sentó en la cama. Tomó el mate, lo dejó en la mesa de luz, me agarró de la cintura y me dio un beso en la boca. El con la boca abierta, yo la dejé cerrada. Todo duró unos segundos. No sé, si por miedo o por la fuerza de Grassi quedé paralizado”, relató Gutiérrez. El joven logró zafar de esa situación, sobre la que guardó silencio, sin que mediara advertencia o amenaza. Era un sábado por la mañana, por la noche recibió la orden de volver a despertar al cura en su habitación del primer piso cerca de la medianoche para ir al programa de radio que Grassi tenía por la madrugada y al que iba acompañado por un puñado de chicos.

“Subí con la idea de convencerme –continuó Gutiérrez– que si no pasaba nada era como que lo que sucedió a la mañana no debía darle importancia.” Pero no fue así. Grassi –según el relato– “estaba despierto, lo envolvió con la frazada y lo metió en la cama. Con la misma fuerza que a la mañana, me tapó, me abrazó por la espalda”, a pesar de la resistencia que el adolescente opuso inicialmente, antes de que el miedo “me paralizara”.

Gutiérrez afirmó que durante “el rato” que duró esa situación, Grassi “aprovechó para tocarme todo el cuerpo, estaba excitado, por la forma en que respiraba, hacía movimientos de un acto sexual detrás mío, tenía el pene erecto, porque lo pude sentir”. Luego, Grassi se levantó como si nada hubiera pasado y como si toda la situación se hubiese dado con el consentimiento del adolescente. “Cosa que no era así”, remarcó el joven.

A eso le siguió el asedio permanente del sacerdote, a pesar de que el adolescente evitaba otro encuentro con el cura y hasta se inscribió en todos los talleres que había fuera del horario escolar para estar constantemente ocupado. Pero Grassi lo mandaba a buscar al colegio con Fabián Amarilla, un ex seminarista salesiano que siempre formó parte del séquito del sacerdote en la fundación, para que participara de distintas actividades reservadas para los chicos por los que Grassi tenía una “preferencia especial”. Invitaciones que Luis terminó por aceptar, “con tal de irme de clases”.

Otra noche en la que regresaron “muy tarde” a la sede de la fundación en Hurlingham, Luis ingresó junto a Grassi a la casa que compartían, pero cuando el joven amagó irse a su habitación, el cura lo tomó de la mano y se lo llevó hasta su pieza. Y hasta le pidió que hiciera silencio para no despertar a Flavio Mondolo –otro de los chicos del hogar que gozaba de las prebendas del sacerdote para con un grupo selecto de chicos– que dormía en “un cuartito” junto a Grassi. Recién ahí, Luis descubrió que las dos habitaciones –que el juez de Morón Juan Meade describió como una “suite nupcial”– se comunicaban con una puerta del mismo color del machimbre que las separa y que el cura se encargó de cerrar.

Ya en la habitación, Grassi “apagó la luz, se acercó y me quitó la remera mangas largas y me dijo que me quede a dormir allí y con él esa noche”. El cura se desvistió, acostó a Luis junto a él en la cama y lo abrazó por atrás. “Grassi se sacó el calzoncillo y, a pesar que yo le decía que no, él me pedía que hiciera silencio para no despertar a Flavio.” El cura –declaró Luis ante la Justicia– “me puso boca abajo y se subió arriba mío”, haciendo los mismos movimiento sexuales que describió en la situación anterior, además de “gemir y respirar fuerte”.

Luis no pudo sacárselo de encima. “Rápido, como desesperado, con un nivel de excitación mayor que la otra vez, me bajó los pantalones y el calzoncillo, y comenzó a moverse encima mío sin penetrarme”, siguió Luis. El ruido de la cama golpeando contra la pared frenó a Grassi y Luis aprovechó para saltar de la cama e irse de la habitación del cura. El adolescente llegó a su cuarto y se metió bajo la ducha por más de veinte minutos, a pesar de la insistencia de su mejor amigo, dentro de la fundación, que le golpeaba la puerta para que desocupara el baño. Aunque tampoco a él le pudo contar lo que le había pasado.

“Es la primera vez que lo cuento”, le dijo Gutiérrez al fiscal. Pero aseguró que “vivió muchas veces” esa situación, sin poder precisar la cantidad, durante parte de 2000 y a lo largo de todo 2001. Después de su declaración, Luis Gutiérrez ingresó al programa de testigos protegidos de la Justicia bonaerense. Grassi continúa sin fecha para el postergado juicio que se desmoronó en los tribunales de Morón.

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