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Miércoles, 26 de julio de 2006

CINE › DARIO GRANDINETTI, LA VIDA ENTRE ESPAÑA Y ROSARIO, PEDRO ALMODOVAR, GUSTAVO POSTIGLIONE Y ELISEO SUBIELA

“La ficción es para actuar, para eso hay actores”

El actor acaba de rodar junto a Postiglione, encarnando a un director que decide filmar la película de su propia vida. Pasional y firme a la hora de defender sus convicciones, Grandinetti abre el fuego: “Hay una apología del cine sin actores, de la cual forma parte la prensa. Yo he leído comentarios sobre la conmovedora mirada entre un perro y un señor. ¿Me lo dicen en serio?”

 Por Julián Gorodischer

¿Cuál es la diferencia entre una chica y un chico Almodóvar? A ellas les corresponde el frenesí neurótico, a ellos la introversión. Darío Grandinetti dice que sí, que puede ser, que le pasó. ¿Qué espera el manchego de un varón? “No sé si es específico de Pedro –corrige–, tiene que ver con España: los hombres somos más reservados. Aunque depende de qué lugar de España se trate: una cosa es Castilla y otra es Andalucía, porque el castellano o el catalán son un poco más retraídos. En cualquier caso, el mundo de Pedro es atractivo en general; uno siente que forma parte de un hecho artístico.” El mito alrededor de Grandinetti lo pinta muy parecido a su personaje Marco, de Hable con ella, definible según una línea del guión de esa película (sobre un amor sin palabras entre un escritor y una mujer en coma): “El silencio es la elocuencia del cuerpo”.

Acaba de volver de su temporada rosarina, donde filmó La peli, de Gustavo Postiglione, una nueva experiencia del director de El asadito, algo menos improvisada y con mayor presupuesto que las anteriores –dice Grandinetti–, esta vez sobre un director de cine que abandona la vocación por culpa de un amor contrariado. El rodaje reciente induce a hablar de Rosario, a explorar esa zona de la melancolía que se dispara en contacto directo con la tierra. Volvió a la suya y encontró todo nuevo, distinto, pero igualmente familiar. “Habla poco Gustavo”, dice sobre su director y amigo. “Volvimos de un veraneo compartido en La Pedrera y enseguida me mandó el guión de La peli. Mi personaje abandona su proyecto cinematográfico y, a cambio, se dedica a hacer la película que es su propia vida. Es una decisión muy personal, llevado por el enloquecimiento en el que se encuentra cuando la mina lo abandona. Nunca llega a ser una tragedia.” Y se dejó empapar de la nostalgia de la Rosario que se lleva aún a sus largas temporadas en España, que no es la del Monumento a la Bandera sino “la de gente que habla de una manera distinta, y no por la tonada sino porque se traga las eses, como aspiradas. Y es también esa forma de comportarnos con cierta indolencia que tenemos los rosarinos, y que se ve en los personajes. Postiglione no se propuso retratar una ciudad; apareció naturalmente”.

Grandinetti conforma el quinteto de los argentinos para el mundo (junto a Miguel Angel Solá, Federico Luppi, Ricardo Darín y Leo Sbaraglia, españolizados y adoptados como nativos de allá por el propio Almodóvar, Jaime Chavarri (con quien filmó Las cosas del querer II) o Imanol Uribe, que lo dirigirá en La carta esférica, basada en la novela de Arturo Pérez Reverte. Un día la crisis cortó una relación fluida entre el público argentino y muchos de sus actores, y él se fue a hacer de argentino en España, aunque ahora le ofrezcan un gallego o un catalán. ¿Será la señal de que se asimiló, aun no viviendo allá? “Hacer de argentino nunca fue una mochila para mí”, asegura. “La problemática es la misma para un español o un argentino radicado: ya formamos parte del paisaje. Distinto es si te toca hacer un policía, un miembro de la guardia civil.”

–¿Cómo recuerda la primera impresión frente a Almodóvar?

–Desilusión, ja, en el sentido de que no son mitos, ni nada oohhh. Almodóvar es un tipo más normal de lo que me habían hecho esperar. Un director que tiene muy claro lo que quiere, con un criterio muy amplio para recibir la contrapropuesta. Y en otros momentos me decía: “No, quiero que esto sea así”. La diferencia es la historia que uno lo ponga a cada nombre, pero a la hora del trabajo, no podés no despojarte.

–¿Le habló de juntarlo con Cecilia Roth en una próxima película?

–Sería bárbaro; me encantaría. El otro día ella se enojó: coincidimos en el Festival de Cine de Lima, y había leído en una nota que no habíamos trabajado juntos. Me dice: “Boludo, trabajamos juntos en Atreverse”. Haber trabajado con Doria es algo que no debería olvidarse.

¿Cuál de los Grandinetti posibles habrá impactado al director de La mala educación? Tal vez el que se permitió hacer de primo bobo en Esperando la carroza, única caricatura freaky de su carrera, o el Oliverio de El ladooscuro del corazón, de Eliseo Subiela, en esa promocionada y muy vista (por casi un millón de espectadores) “irrupción de la poesía en el cine”. ¿Qué cambió en el lapso de diez años? Ese estreno de Subiela fue recibido como un quiebre, ¿el fin del realismo imperante hasta el momento?, pero la segunda parte fue interpretada como el colmo del kitsch. “En diez años todo cambió lo suficiente para que incluso, tal vez El lado I no hubiera conseguido nada. El lado II tiene cosas muy valiosas; me hace pensar que resiste el paso del tiempo. Yo no sé si alguien haría una película así hoy. El movimiento de ruptura debe producirse per se. Me consta que Eliseo no dijo ‘ahora voy a cambiar el lenguaje del cine’ ni ‘ahora voy a hacer algo por lo que se van a caer todos de culo’. Hizo honestamente lo que tenía ganas de hacer.” ¿Lo habrá visto desenfadadamente barroco, Almodóvar? ¿Habrá entendido esos monólogos en off sobre el amor, ese recitado de poemas de Girondo, como un rulo posmo sobre los límites entre la emoción y la sensiblería? El problema, en cualquier caso, no es con Subiela ni con Almodóvar. Pero sí expondrá, en este encuentro, sus irreconciliables diferencias...

–¿Por qué no forma parte de la producción de los argentinos sub 35?

–Se ve un cine de bajo presupuesto, con no actores. Así se lo llama. Cosa que daría para más de una sesión de terapia. La ficción es para actuar, y para actuar hay actores. Tienen miedo de enfrentarse a alguien que sepa de qué se trata el oficio. Y todo está disfrazado de barbaridades que se dicen, como que no los hacen actuar. Es una apología del cine sin actores, de la cual forma parte la prensa. Yo he leído comentarios sobre la conmovedora mirada entre un perro y un señor. ¿Me lo dicen en serio? Yo no vi El perro (de Carlos Sorín); a mí me gusta el cine de actores.

–Evidentemente no trabajaría con personas comunes...

–Todo depende... Cada uno puede hacer lo que quiera. Pero me molesta que se haga apología de eso. Que se levante la bandera de lo importante que es trabajar sin actores. En realidad no me molesta; me rompe profundamente las pelotas. No saben lo que es la actuación...

–¿Una frontera generacional?

–Nunca sentí que otros directores despreciaran a los actores o no los quisieran. Yo vislumbro un desprecio por el actor. La verdad es que se ha dicho poco, pero no son pocos los que piensan como yo. Sí es verdad que se dice poco. Lo que espero de un director es que confíen en mí, nada más. Luego el director es el director. El tema es confiar mutuamente.

Hombre de cánones y clásicos, afecto a lo consolidado, cultiva el polemismo frontal de la discusión de ideas como match y el bar de Corrientes como ring privilegiado. ¿Todavía se estila? “Aquí se ganó un Oscar hace más de veinte años”, sigue. Es interesante observar el proceso de nacimiento de la ira, ese minuto en que el actor deja de decir que algo le molesta para afirmar que le rompe profundamente las pelotas. “Es como cuando se decreta el nuevo boom o la crisis del teatro, del cine argentino. Los diarios necesitan enmarcar un momento que siempre cambia y vuelve. La afluencia tiene que ver con el poder adquisitivo de la gente, y con ninguna otra cosa.” Que su cuenta pendiente sea trabajar con Adolfo Aristarain, que nombre a Roberto Cossa y a Mauricio Kartún como dramaturgos sin relevos aparentes, ¿habla de su apego al pasado/pisado, o de no poder/ querer correr más riesgos? ¿De qué habla en todo caso? “Entre una película fallida hecha con honestidad y una acertada pero que tiene los ingredientes necesarios para que la gente la vea, prefiero el caso fallido. Elijo al tipo que decide contar una historia porque está convencido de eso.”

–Sí, pero...

–A mí me encanta Daniel Burman, me gustó mucho Rodrigo Moreno, me parece que ahí hay un cineasta. Todo el tiempo estoy haciendo películas con directores nuevos. Es como dijo Julio Chávez: cada nuevo director es una esperanza.

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“Almodóvar es un tipo más normal de lo que me habían hecho esperar”, detalla Grandinetti.
 
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