EL PAíS › OPINION

La pesada herencia

El difícil arte de transmitir el poder. Precedentes difíciles y un presente holgado. Los reales márgenes de la discusión actual: leña al fuego o aterrizaje suave. La crispación y el abanico de opciones. Y apurarse a leer, antes de que sea (de) tarde.

 Por Mario Wainfeld

Cuesta creer que falten tres semanas para las elecciones presidenciales. El desinterés es palpable, la desmovilización casi absoluta. Tres motivos verosímiles, quizá no excluyentes ni únicos, ayudan explicar el fenómeno: la creciente despolitización, la expansiva coyuntura económica que invita a ocuparse de los intereses propios, la percepción extendida que hay una ganadora inexorable.

El clima, aburrido de tan templado, se completa con un dato infrecuente, no tan comentado: la sucesión democrática llegará en tiempos de crecimiento económico y de gobernabilidad. No es la media en la Argentina, por usar un eufemismo. El cronista cree que son imperfectas las comparaciones con épocas previas a 1983. Aun quebrando esa regla se advierte que es una mini hazaña que un gobierno democrático termine su mandato con prolijidad. Desde 1928 (cuando Marcelo Torcuato de Alvear le puso la banda a Hipólito Yrigoyen) no lo consigue ningún presidente no peronista. Raúl Alfonsín fue el que pasó más cerca, casi terminó su gestión y pudo dimitir cuando su sucesor estaba elegido.

Los peronistas tienen marcas mejores, tampoco ideales. Juan Perón y Carlos Menem fueron reelectos pero el riojano se quedó con dos exclusividades: completar el segundo período y transmitir el mando a un radical. Juan e Isabel Perón, Adolfo Rodríguez Saá y Eduardo Duhalde fueron destituidos.

Llegar a la meta es raro, lograrlo sin turbulencias, todo un hallazgo. La gobernabilidad, la relativa paz social, las finanzas más o menos establecidas, reservas robustas ordenan un cuadro de gobernabilidad alto para los standards locales. El cronista ubica esa descripción en el terreno de los hechos. En su opinión la combinación de sustentabilidad política y expectativas económicas es la mejor en más de medio siglo.

La estridencia de las polémicas políticas no consigue atraer la atención masiva pero sí disimular bastante esa circunstancia. La acumulación de poder político y el colchón de reservas fortaleció a Néstor Kirchner, dejando sumida en el olvido su limitada legitimidad de origen. El poder político, el peso del Estado, la previsibilidad general crecieron, mejorando el patrimonio colectivo, no sólo para el oficialismo. Sería una firme base de lanzamiento para una fuerza alternativa que venciera al oficialismo el 28 de octubre.

Un abanico chico: La intemperancia de la mayoría de la corporación política es enorme, mucho más pequeño es el abanico de opciones reales entre las fuerzas que pueden superar los dos dígitos del padrón nacional. Hay diferencias, claro está y son importantes. Pero los consensos imperceptibles exceden manifiestamente a los de otras épocas. Los tópicos centrales de la agenda opositora son la inflación, la situación energética y el debilitamiento de la institucionalidad que (según sus discursos) quedaría reparado, ipso facto, si cayera el kirchnerismo. Los relatos sobre la inflación son variados pero ninguno ataca la idea básica, bastante sencilla del “modelo” actual: paridad cambiaria “competitiva” y gran énfasis en las exportaciones, básicamente de commodities. Si se coteja sin prejuicios ese debate con los que precedieron a otras instancias políticas definitorias, lo que sobresale no es el disenso, sino la magnitud de las coincidencias.

Las polémicas realmente existentes son interesantes y determinantes, casi no hay quien postule giros de ciento ochenta grados. Seguramente la sustantiva es si se puede seguir creciendo al ritmo y con los riesgos que eligió Kirchner. El más patente es la inflación. Más deletéreo es el grado de peligrosidad futura que puede significar seguir acelerando a fondo.

Escriba, el autor del sugestivo blog Revolución-Tinta-Limón, se interroga “¿Qué está en juego en estas elecciones?” y se responde, atendiblemente, “La polaridad parece ser entre enfriadores de la economía vs. leña al fuego”. Si se desviste a esa porfía de las imputaciones de mala fe o demagogia, podría ser un debate al interior de cualquier partido, incluido el Frente para la Victoria. Asociar la voluntad de crecimiento con la demagogia o la intención de encauzarlo con los ajustes noventistas son recursos astutos, para evitar hablar en serio.

Y las mías son de acero: Dos noticias de la semana hubieran merecido, supone el columnista, más despliegue discursivo, acaso ser un eje de campaña: la compra de Acindar y la instalación de una importante fábrica de calzado deportivo en Chivilcoy. Son hechos reales, tangibles, de más largo aliento que el precio del tomate, mini escenarios dignos de abordaje serio.

La empresa ArcelorMittal compró un 34,7 por ciento de las acciones de Acindar, quedando como su dueña exclusiva. El desembolso total, informó este diario en nota de tapa, supera los 540 millones de dólares. El episodio provee una mínima refutación a quienes explican que ningún inversor extranjero fijaría su mirada en estas pampas. Y al unísono es un toque de atención sobre los problemas que supone la extranjerización de la economía. Un caso peliagudo, no apto para simplistas. O sea, un caso para dejar de lado en el discurso político que suele irse por el lado de los tomates.

Alpargatas no: El otro ejemplo es la apertura de la planta de la empresa brasileña Paquetá en Chivilcoy. Voces opositoras y algunas afines al gobierno ponen en duda que ciertos rubros de la economía, que consideran muy protegidos, puedan sobrevivir a la competencia de los países asiáticos. La industria del calzado y la de la indumentaria en general son casos clavados. La baratura de la mano de obra china o india es inalcanzable e indeseable para la argentina, aducen. Gastar energía y dinero en sostener esas actividades es una apuesta sin futuro que debería ir rotándose a promover otras que agreguen valor, innovación y tecnología. Es de cajón hablar de informática.

En el Gobierno se piensa diferente, Miguel Peirano explica que fábricas como la de Chivilcoy cumplen simultáneamente varias funciones virtuosas. Son mano de obra intensivas, en esta etapa pagan buenos salarios, ofrecen empleos para los que es relativamente sencillo capacitarse. O sea, atacan la desintegración territorial y el desempleo, dos males epocales.

El crecimiento del empleo no tuvo como émbolos “al campo” o a actividades de punta: se centró en la construcción, la metalurgia, la alimentación, la indumentaria.

Como en cualquier otro ejemplo imaginario, los horizontes nuevos suponen nuevos conflictos, merecedores de narrativas ricas y de intercambios de pareceres. Una campaña política podría ser una instancia estimulante al efecto. Podría, pero no es.

Gritos y susurros: Los opositores propalan vaticinios apocalípticos: stangflation, híper, colapso energético. Si se conversa con ellos de a uno, sin micrófono, matizan los augurios. La circunstancia general es promisoria –asumen– no es serio advertir su reversión en fecha determinada. La crisis energética llegará, no cabe fecharla en 2008.

El Gobierno también contradice intramuros sus arengas mediáticas. Alberto Fernández y el propio Presidente compiten a la hora de urdir un argumento más banal para negar su torpeza en el Indec y el incremento de la inflación. Néstor Kirchner, cuentan contertulios suyos en Nueva York, se enfurece si le mencionan el tópico y alega que Guillermo Moreno es su mejor funcionario. Puertas adentro, el jefe de Gabinete conversa cómo reconstituir el organismo, menester que está en las prioridades de Cristina Fernández y del ministro de Economía. De modo casi unánime, si no media un micrófono, los dirigentes oficialistas confiesan que hay que zurcir lo dañado. Mercedes Marcó del Pont, candidata porteña a segunda senadora, propone hacerlo por ley, dando una señal de la importancia de la cuestión.

En la Rosada se fumiga a cualquiera que musite que es necesario mejorar la ecuación ingresos fiscales-gastos de 2007. Pero la senadora Kirchner dice exactamente eso en su maratónico devenir por auditorios VIP. Dicho como apostilla, esta semana Lula “le juntó” a la flor y nata del empresariado brasileño que tuvo la cortesía de costearse desde San Pablo (la sede de sus negocios) hasta Brasilia (la de la reunión).

La candidata promete aumentar el superávit, en consonancia con las nuevas utopías de caja del Presidente. Kirchner acuñó un baremo para medir si un país es “serio”. Son los miles de millones de dólares que atesora de reservas. Todos los años, eventualmente todos los semestres, sube la cota, ahora fantasea con 80 mil millones. Nadie puede imaginar cómo hacerlo sin controlar un poco más las cuentas públicas.

Contrastes: La dificultad de los políticos para ganar el centro de la escena es una tendencia mundial, tanto como la asimetría entre la agenda que proponen y lo que discurren las gentes del común. Los medios dan cuenta de la crispación política incursionando en temas que jamás interpelaron multitudes: el Indec, el Consejo de la Magistratura. Una lectura acabada de los medios debería incluir el crecimiento del consumo que se cifra en páginas y páginas de publicidad de electrodomésticos, productos informáticos, autos. La realidad, si tal cosa puede definirse, está en las noticias y también en la situación económica que grafican los avisos.

Al cierre de esta nota, el sábado a la tardecita, el cronista advierte que ha soslayado un ejemplo fácil y accesible sobre las dificultades del discurso político para calar en el imaginario colectivo. Qué mejor ejemplo que este domingo, pleno de fútbol y rugby, que quizá sea memorable pero no por lo que digan o callen dirigentes o columnistas.

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