EL PAíS › LA ECONOMíA BRASILEñA Y SUS POSICIONES EN LA RONDA DE DOHA

Las razones de la diferencia

Brasil se desmarcó por sorpresa de sus aliados tradicionales y terminó más cerca de EE.UU. en la pelea por el comercio internacional. Las estructuras que explican estos cambios.

 Por Fernando Krakowiak

El nuevo fracaso de la Ronda de Doha no fue una sorpresa. En noviembre de 2001, los países que integran la Organización Mundial del Comercio (OMC) acordaron retomar una serie de negociaciones multilaterales para profundizar la liberalización comercial. El antecedente inmediato era la Ronda Uruguay, donde se logró la mayor reforma del sistema global de comercio, sentando las bases para la conformación de la OMC. Sin embargo, esta nueva iniciativa surgida en Qatar tuvo problemas desde un comienzo por las diferencias irreconciliables entre las naciones centrales y las periféricas en temas clave para el desarrollo como agricultura e industria. Las recetas neoclásicas ya no tienen tantos adherentes como en los ’90 y lo que en principio debía llevar tres años de negociación ya lleva siete en un escenario cada vez más empantanado. Igual en la frustrada reunión de Ginebra de la semana pasada hubo lugar para el asombro: Brasil se desmarcó imprevistamente de sus socios del G-20, como China, India y Argentina y terminó jugando con Estados Unidos. Anoche el presidente Lula da Silva llegó al país para participar hoy de un encuentro empresario de cooperación y articulación productiva que había sido pautado hace varios meses. Sin duda, la pirueta brasileña en la OMC será la excusa ideal para analizar la relación bilateral.

Los problemas entre los integrantes del G-20 surgieron porque Brasil se mostró dispuesto a apoyar una propuesta del director general de la OMC, el francés Pascal Lamy, según la cual los países en vías de desarrollo se debían comprometer a rebajar sus aranceles un 54 por ciento en promedio en la mitad de los productos industriales que importan. A cambio, Estados Unidos reduciría su techo de subsidios a 14.500 millones de dólares anuales y la Unión Europea a 33.000 millones. “No puede ser que los países desarrollados ofrezcan poco en agricultura y pidan mucho en bienes industriales. Debemos garantizar la continuidad de políticas que permitan un desarrollo industrial”, afirmó el canciller Jorge Taiana al hacer pública su disconformidad. Sin embargo, su par brasileño Celso Amorim sorprendió al aceptar la propuesta, la cual finalmente no prosperó fundamentalmente por la oposición de India y China.

La decisión de Brasil puede haber resultado sorpresiva, pero expresa un mayor desarrollo industrial que Argentina, lo que sin duda lo está volviendo más flexible frente a las ofertas de los países más ricos. Por ejemplo, desde 1952 Brasil cuenta con un Banco Nacional de Desarrollo (Bndes) para fortalecer su política industrial y de infraestructura con créditos de largo plazo. En 2006, la entidad desembolsó 24.063 millones de dólares, más que el BID (6088) o el Banco Mundial (20.743), e incluso registró una ganancia neta de 2961 millones, motivada en parte por el bajo nivel de incumplimiento de su cartera (0,68 por ciento). El BICE argentino, en cambio, ese mismo año otorgó créditos por apenas 397 millones de pesos (unos 128 millones de dólares). Es decir, 185 veces menos que su par del Mercosur.

El papel del Bndes sido clave para favorecer una mayor competitividad de la economía brasileña. Un caso emblemático es el de la industria aeronáutica, un sector con un enorme potencial tecnológico y capacidad de generar externalidades positivas para otras áreas. Un informe del propio Bndes destaca que, entre 1998 y 2002, los desembolsos anuales de la entidad destinados a Embraer, empresa dedicada a la fabricación de aviones de mediano porte, pasaron del 3,8 al 13,8 por ciento del total, lo que le permitió a la firma incrementar su facturación de 377 a 2600 millones de dólares, elevando su participación en el total de las ventas externas brasileñas del 0,5 al 4,3 por ciento en el mismo período. Argentina, en cambio, no tiene industria aeronáutica. La propia presidenta Cristina Fernández de Kirchner lo reconoció durante la conferencia de prensa del sábado pasado: “En los años ‘40 o ‘50, teníamos, por ejemplo, un desarrollo de nuestra aeronáutica mucho más importante que la que en ese momento tenía Brasil. Pero Brasil, producto de políticas constantes, perseverantes, homogéneas, hoy tiene una empresa como Embraer y nosotros no tenemos absolutamente nada”, aseguró.

Además fortaleció su estructura primaria a través de una fuerte expansión de la agricultura y la ganadería a precios competitivos e integrándola con su industria. En el caso de la carne, por ejemplo, dos de los frigoríficos que más crecieron en los últimos años son JBS-Friboi y Marfrig. JBS fue fundado en 1953 por José Batista Sobrino. Hace siete años tenía apenas tres plantas y hoy supera las veinte. En septiembre de 2005 adquirió Swift Argentina con un crédito del Bndes. En marzo del año pasado, sus acciones comenzaron a cotizar en la Bolsa de Comercio de San Pablo y en julio sorprendió al comprar la compañía estadounidense Swift Foods. Así se convirtió en la multinacional con mayor capacidad de faena del mundo (47.100 cabezas por día). Marfrig, por su parte, fue quien se quedó con Quickfood y otros frigoríficos argentinos como Argentine Breeders & Packers y Estancias del Sur.

Otra apuesta de los brasileños es al futuro a través de fuertes inversiones en biotecnología, nanotecnología y agronegocios. No sólo incentivando a los grandes jugadores sino también a las pymes innovadoras, a través de un fondo llamado Criatec destinado al aporte de capital semilla.

Todos estos elementos permiten entender un poco mejor la posición de Brasil en la OMC. Ellos sienten que tienen un destino de grandeza y apuestan fuerte a eso. Se ven a sí mismos como una potencia y en ese esquema la Argentina no es vista como un par, sino como un satélite. Celso Amorin lo dijo con honestidad brutal al explicar la posición de su país en Ginebra: “No podíamos quedar rehenes de la Argentina”.

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La presidenta Cristina Kirchner recibió a Lula. Luego comieron juntos, con Néstor Kirchner.
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