EL PAíS › OPINIóN

Cuando calienta el sol

 Por Mario Wainfeld

Martín Redrado llegó al Congreso, sonrisa en ristre y (todo un mérito) sin transpirar. Con buenos modos, pero sin ceder a su marca cuerpo a cuerpo, trasladó a la nube de movileros a la escalinata de entrada. “Todos estamos trabajando –adujo, corporativo– vayamos a las escalinatas para hacerlo bien.” Desoyó las preguntas que caían en tropel, venció la presión física. Se plantó en las escaleras, se puso un paso atrás de los policías de custodia. Saludó al conjunto, pronunció un haiku sobre la ocasión republicana y el precedente que se sentaba para el futuro manejo de las reservas. Giró sobre sí mismo e hizo mutis, sin contestar, ni pestañear ni dejar de sonreír. Demostró, por si hacía falta, su envidiable manejo escénico, mientras sigue la cuenta regresiva. Fue un toque acertado tras una serie de contramarchas en los últimos días, consecuencia de que su cuarto de hora ya pasó y de que su timing dista de ser el ideal. Repasemos, a vuelo de pájaro:

- Aunque alardeó en contrario, no planteó aclaratoria del fallo de Cámara que revocó la medida cautelar que lo reinstalaba en su despacho. La redacción de la resolución pecó de imprecisa pero la sustancia era clara: si actúa la Bicameral caducan los motivos para mantener a Redrado en su despacho.

- Tampoco interpuso un nuevo amparo para ser re-repuesto en el ejercicio de la Presidencia del Banco Central. Y sólo actuó una pantomima menor, asistiendo un domingo en pos de ser frenado en la puerta.

- Emitió un ultimátum haciendo saber que no declararía ante la Bicameral sin la derogación previa del DNU de remoción firmado por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Consiguió en segundos el pequeño milagro de ponerse a oficialismo y oposición en contra. Habló de “parodia”, desmereciendo a Julio Cobos y Alfonso Prat Gay, que tomaron nota del desaire. Plasmó, por escrito, una oferta que le pudieron rechazar, horas después se desdijo con el cuerpo y sin dar razones.

- No fue él mismo sino sus abogados quienes desmintieron unas declaraciones suyas publicadas en el diario Clarín. Ezequiel Cassagne no pronunció la frase “Clarín miente”, que tiene copyright kirchnerista, pero expresó exactamente eso. Pelearse con un sponsor mediático de tamaña fidelidad y porte es un desliz. La costosa task force de letrados que conchabó lo indujo a realizarlo. Más le valía curarse en salud porque la amenaza de dar a conocer maniobras financieras non sanctas de “los amigos del poder” lo metía en un brete. A diferencia de los ciudadanos de a pie (que, como regla, son libres de hacerlo o no) los funcionarios cargan con el deber de denunciar los presuntos delitos que caen bajo su conocimiento. Guardarse la data y zarandearla en función de la conveniencia propia no sólo es una torpeza: puede tipificar un delito. El, justificable, celo de sus profesionales le ganó a Redrado un distanciamiento más.

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El conglomerado opositor, en cuya vanguardia militan importantes empresas multimediáticas, se articula merced a un mínimo común denominador, que es reprobar al oficialismo. La afectio societatis merma no bien se trasciende esa frontera. Entre la dirigencia política, el principal factor de distanciamiento es la competencia interna, de cara a las elecciones del 2011.

Redrado galvanizó al Frente del Rechazo cuando se plantó frente a la Presidenta pero, una vez colocado el Fondo del Bicentenario en órbita parlamentaria, deja de tener un millón de amigos. Es un contendiente más, en una puja donde ya conviven demasiadas tribus y mayor número de aspirantes a caciques. El Golden Boy se describió en charlas de quincho, convenientemente transcriptas, como un “Cobitos”. Es una bravata que ahuyenta contertulios. Ni al vicepresidente Julio Cobos ni sus antagonistas del “Grupo A” los fascina la multiplicación de esa especie. La puja por el rédito simbólico de haber infligido una derrota al kirchnerismo es despiadada, nadie le cede un tranco de pollo a Redrado, que cruzó el Jordán apenas ayer, aún más tarde que Cobos.

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La mini Bicameral reproduce, en versión bonsai, el esquema parlamentario. El radical recuperado Cobos y el cívico Alfonso Prat Gay concuerdan a la hora de confrontar con el Frente para Victoria, en tanto dirimen supremacías. El vicepresidente debe sobreactuar ponderación, sin resignar firmeza anti K, tal el personaje que le viene redituando tanto. Como buen discípulo de Elisa Carrió, Prat Gay maximiza su rol antitético con el oficialismo. Tiene más juego y también más alicientes personales para ser intransigente con Redrado. Fue su precursor en el Banco Central, cuestiona su gestión desde hace años, mucho antes de que Cobos hiciera fórmula con Cristina Fernández. Lo bello se combina con lo agradable, poner bajo la lupa de la Comisión toda la gestión de Redrado (y no sólo su episodio de divorcio) es una revancha interesante, un buen elemento de diferenciación.

Ni Cobos ni Prat Gay pueden admitir que Redrado les robe cámara (valga la expresión) ni menos que los “conduzca” tal como amagó hacer el martes al imponer condiciones que implicaban un reproche al funcionamiento de la Bicameral. A esta altura de la soirée, tampoco les ha de entusiasmar un “consejo no vinculante” que ponga por las nubes al individualista y ambicioso presidente saliente del Central.

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En contraste con el habitual clima encrespado e intratable de la política doméstica, la Bicameral ha venido obrando con tino. Comenzó con citaciones veloces a los protagonistas más importantes, impuso “reserva de las reuniones” para ahorrar escenas circenses, hasta ahora la honró con un nivel comparativamente nimio de filtraciones. La ponderación sugiere una lectura compartida entre los protagonistas: en el verano el público se harta de las sobreactuaciones y las sobredosis de debate político. Tal como van resultando las cosas, el proceso resalta el error del Ejecutivo cuando quiso remover a Redrado salteando la intervención del Parlamento. Muy opinable el encuadre legal, endeble la instrumentación, desfasada en el tiempo la lectura de la correlación de fuerzas. Mantener la postura dos semanas fue un desgaste alto e improductivo.

Lo acontecido en estos días es una maqueta de lo que puede ser el año que comienza: la oposición cerrando filas ante las iniciativas de la Casa Rosada, debates centrados en lo institucional, dificultades para la acción de gobierno si no se revisan métodos desde ambas orillas.

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Se prorrogó la sesión, la terna Bicameral se muestra poco afecta a la nocturnidad o a las jornadas largas. El cuarto intermedio, nuevamente, fue sensato pues durará hasta la mañana de hoy.

La prolongación de los trámites hasta el dictamen debería ser breve, si todos apelan a la razón instrumental y piensan en la distancia del tema respecto de la agenda de las personas comunes. Cierto es que la sesión era reservada y eso constriñe las posibilidades de la transmisión pero ayer fue chocante la escasa atención concedida al suceso por los canales de noticias. Recuérdese cuántas amansadoras de horas fueron sostenidas por coberturas en vivo durante el conflicto de las retenciones móviles. Ayer –en sintonía con la conversación forzosa en hogares, trabajos, playas y mesas de café– el calor dominó la pantalla y el éter. También merecieron más notas un tan irrelevante como entretenido partido de la Selección, los aprontes para el campeonato de AFA y la polenta que puso Tevez contra el Manchester United. El sentido común manda: el futuro inminente de Redrado poco le importa a casi todo el Resto del Mundo, incluidos ellos a quienes fue funcional.

El hombre licuó su predicamento por creérsela demasiado, por su ensimismamiento. No detectó su creciente debilidad y pérdida de pertinencia: fuera de su despacho por manda tribunalicia, desprovisto de competencias por el Directorio y recelado por ex compañeros de ruta de la prensa y de la política.

Las coordenadas sugieren que muy poco importa si el “consejo” tarda unos días más o menos. Los protagonistas de uno y otro sector verbalizan lo contrario, pero en verdad el episodio está terminado, aún en su capacidad de daño. Apenas si se desconoce la fecha de confirmación del despido. Entre tanto, Redrado conservará la condición formal de Presidente del Banco Central. La estabilidad republicana, seguramente, impone que perciba su salario hasta ese preciso momento, ay, cada vez más cercano.

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