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Jueves, 28 de enero de 2010

DANZA › BRENDA ANGIEL PRESENTA 8CHO EN PARQUE CENTENARIO

Una milonga en el aire

La coreógrafa desarrolló una nueva poética de la danza tradicional porteña con bailarines sostenidos por arneses. La función gratuita es parte del ciclo Aires Buenos Aires.

 Por Carlos Bevilacqua

Como en tantas otras historias de inventos, fue una necesidad puntual la que llevó a Brenda Angiel a descubrir un nuevo lenguaje coreográfico. A principios de los ’90, la bailarina debía montar una obra sobre un escenario que tenía la particularidad de presentar tres frentes. Enfocada en ser lo más equitativa posible con el público, empezó a ensayar con intérpretes que tuvieran ubicaciones aleatorias, no ya sobre el piso, sino ¡en el aire! La puesta nunca llegó a estrenarse, pero fue lo de menos. “Me fascinó encontrarme ante un universo inexplorado, lleno de nuevas posibilidades”, evoca Angiel hoy, cuando tras dieciséis años de apasionadas exploraciones logró articular movimientos frescos, bellos y poéticos en 8cho, un espectáculo de tango distinto a todos. Su originalidad volverá a quedar expuesta hoy, a las 21, en el remozado anfiteatro de Parque Centenario, durante la tercera y última función de las organizadas por el gobierno de la ciudad como parte de su ciclo Aires Buenos Aires.

La imagen de un ser humano volando es algo fuerte de por sí, que materializa mil y un sueños, otras tantas fantasías y unas cuantas metáforas. Si en ese vuelo también logra bailar, resulta lógico que el público desborde de entusiasmo cada tres minutos. Angiel, a la vez directora, coreógrafa y protagonista de la obra, explica así el fenómeno: “Creo que lo que hacemos es accesible tanto para el ambiente de la danza como para el público en general. Y eso no quiere decir que esté haciendo algo comercial o vulgar”. De hecho, hasta los tangueros más puristas pueden encontrar una deliciosa poética en la decena de cuadros, basados en variadas ideas, que conforman el espectáculo. Los protagonistas pueden estar todos colgados o sólo algunos, y a diferente altura, según el caso, pero en general con la pareja como esa unidad nuclear típica del género.

Pero el género y lo típico no llegaron a afectar el tono liviano de lo que se ve en escena. “Al principio descarté un montón de coreografías terminadas porque no me cerraban. Cuando me liberé del mandato de hacer algo relacionado con la tradición, terminé llegando mucho al tango a través de imágenes y climas. La verdad es que sé poco de tango, pero me gusta jugar con todo y no pienso cómo lo puede llegar a tomar un milonguero o el público en general, pienso en divertirme”, asegura la creadora. El celebrado milagro del vuelo se produce a partir de un mecanismo simple y casi siempre visible: el bailarín aéreo se mueve contenido por un arnés enganchado a una soga elástica que a su vez pende del techo del escenario. La disciplina requiere entonces de un doble dominio de la danza en general y de su variante aérea, además de cierta temeridad. Virtudes en las que brillan, junto a Angiel, Ana Armas, Pablo Carrizo, Mauro Dann, Viviana Finkelstein, Juan Leiba, María Luján Mínguez y Cristina Tziouras.

Si bien el grupo De la Guarda surge como un posible antecedente en esto de volar con sentido artístico, la entrevistada se ubica como pionera en el rubro: “Ellos están más dirigidos al concepto de show acrobático. Lo nuestro es diferente y empezamos de cero. Yo les puse nombre a los movimientos, yo diseñé los arneses. Cuando empezamos no había nada parecido acá ni en el exterior. La primera vez que fuimos al Aereal Dance Festival de Estados Unidos, por ejemplo, había performances de circo pero muy poco que fuese esencialmente de danza”. Desde entonces, las presentaciones de sus espectáculos en el exterior fueron moneda corriente para Angiel, formada con grandes maestros de la danza tanto en Buenos Aires como en Nueva York.

A diferencia de obras anteriores de su compañía como Vuelos Aires (2004) y Air Condition (2006), 8cho presenta la danza como parte de un musical integral. Así, no sólo casi toda la banda sonora es generada en vivo por un sexteto liderado por el contrabajista Juan Pablo Arcangeli, sino que hay segmentos meramente instrumentales y otros para lucimiento de Alejandro Guyot, el talentoso cantor del quinteto 34 Puñaladas. Así lo justifica Angiel: “Me gusta que existan esos matices, invitando a la gente a que por momentos sólo escuche. Ya desde la puesta, la música tiene otro peso. Antes ponía a los músicos adelante y bien a los costados, esta vez preferí que estuvieran detrás pero en la zona central del escenario”.

El espectáculo, por sus características generoso en resonancias, tiene un nombre que a su vez admite varias lecturas. Ocho son los miembros del elenco, pero también las unidades de tiempo que cuentan los bailarines para medir la música. Simultáneamente, el número que hizo famoso a Riverito es el resultado de 2 x 4, compás original del tango, y un dibujo que acostado significa infinito. Más allá de la “posibilidad infinita” alguna vez atribuida al género como definición de identidad, la coincidencia parece aludir más a los universos que se abren, en sentido concreto y figurado, cada vez que uno abandona por un rato la tierra.

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“Llegué al tango a través de imágenes y climas”, dice Argiel, quien admite no conocer mucho el género.
 
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