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Jueves, 28 de enero de 2010

LA SéPTIMA LUNA DEJó VARIAS POSTALES PARA EL RECUERDO

Una noche hecha de climas intensos

Fue una velada en la que Peteco brilló con el material de Aldeas, pero que también dejó lugar a un bello homenaje a María Elena Walsh, otro recuerdo para el gran armoniquista Hugo Díaz y una gran performance del Chango Spasiuk y su banda.

 Por Cristian Vitale

Desde Cosquín

Cuando la figura elevada, levemente sonriente, de Peteco Carabajal se aprestaba ayer, bien tarde, a co(n)fundirse con las de su clan (Cuti + Roberto + Mu-sha + todos los Carabajal actuales) el record iba a ser un hecho: el hombre-músico con más horas-presencia del festival en su 50º aniversario. Era casi la madrugada y el hijo dilecto de la gran familia de La Banda estaba por completar un agite casi sin precedentes: había sido parte del principio, aquella primera noche, junto a León Gieco, Víctor Heredia, Teresa Parodi y Jairo en el homenaje a Mercedes Sosa. Había cantado allí “Como pájaros en el aire”, una de las más altas de esa luna. Había girado, después, por el ajetreado y nutrido circuito de peñas. Había, también, cumplido con su propio recital, en la apertura de la séptima jornada –la de esta crónica– y, en esa misma, poco más tarde, confluido con Mavi Díaz y los suyos para bajar al presente la figura de Hugo Díaz. Había, por si faltaba algo, ensamblado voces y chacareras a full con La Juntada, en el número central de la fecha. Había hecho todo. Peteco, sereno y despreocupado, se convertía en el músico con más millas del festival. Dato estadístico que seguramente encontrará un lugar central cuando llegue la hora del balance.

Fue el día, también, en que los homenajes no centraron su sino en la Negra. La plaza se vistió de mujer, pero esta vez para que cuatro significativas y jóvenes voces de la música popular argentina (Paola Bernal, Verónica Condomí, Laura Albarracín y La Bruja Salguero) le entraran al acervo de María Elena Walsh, por diferentes caminos. Paola –junto a Arbolito, probable consagración del festival– con su caja y una voz profunda retumbando en las lejanías de una plaza silenciosa (“Baguala de Juan Poquito”), y el resto, paseando al inconsciente colectivo por la más tierna infancia, a través de sus propios lenguajes. Fue, también, el día del homenaje a ese santiagueño que hizo de la armónica una parte intrínseca de su ser. Hugo Díaz, después de un breve nexo en el que Jorge Marziali y Marita Londra evocaran a Armando Tejada Gómez en clave de guajira (“Alto profeta en su tierra”), revivió a través de un medium con sus genes (Mavi Díaz) y de otro con su impronta (Franco Luciani). Ambos recrearon una conmovedora versión de “Zamba del ángel” y motivaron el reconocimiento de la cantante: “Yo he heredado sus genes, pero él su talento”, dijo la hiperkinética Mavi. El tributo arrastró también a Marian Farías Gómez, a Raúl Carnota, cuyo recital solista en la peña La Salamanca rankea alto entre lo mejor del festival, a Koki y Pajarín Saavedra y, claro, otra vez Peteco ejecutando el violín “Cuando el diablo toca el bombo”, una vieja chacarera de dos padres ausentes: el suyo, Carlos, y el homenajeado.

Fue el día, propicio además, para que el Chango Spasiuk pudiera desplegar, sin ansiedades ni histerias de cartel, su chamamé introspectivo y universal. “Esta no es una música fast food de asimilación rápida, es una música para reflexionar. Yo creo que este festival llegó a los cincuenta años por el amor que todos tenemos por la música popular de este país: los músicos y toda la gente que está sentada aquí. Como dice Atahualpa, esto es como una antorcha que usan los pueblos para ver la belleza en al camino... esta música enorme que nos sostiene a todos como pueblo”, señaló el Chango en medio del concierto. Manta roja sobre las piernas, mirada calma, versión trasvasada de “Viejo caballo alazán”, un solo de violín que bordeó lo lírico y esa singular mirada sobre “Kilómetro 11” que muta solos, tempos medios y un comprometido trabajo musical por lo festivaleras de ciertas versiones. Heterodoxa, con interesantes arreglos para guitarra y un dueto entre acordeón y guitarra que la distingue aún más de las típicas. Fue el día de Tonolec, su jugada visita a “Cinco siglos igual” y un camino en busca de unir viejos mantras tobas con música electrónica. De Fulanas Trío y su “Elogio de la sombra” y de Eva Ayllón, aportando el momento continental de la noche con Chabuca Granda y sus estelas.

Pero, de regreso al principio, fue fundamentalmente el día de Peteco. Su momento, el primero de la noche, recorrió ligero y contundente, un puñado de canciones de Aldeas, su último disco, con la que le da nombre; “Perdón”, de Teresa Parodi; y la excelente “Mediterráneo”, de Serrat, vista por este santiagueño poeta con la infancia llena de tierra, y “Flor de cenizas”. “Cosquín ha sido, durante su historia, un lugar donde los artistas siempre han presentado a alguien... la de Cafrune a Mercedes Sosa ha sido una de las más emblemáticas. Yo me voy a atrever a presentar a alguien en quien confío y en quien he depositado grandes esperanzas porque es una realidad como autor, cantor e intérprete: Demi”, aprovechó Peteco y le dejó el lugar central de la escena a su hermano menor. Después, la mágica “Estrella azul” con su introducción en clave de reggae y un solo de guitarra provisto de feeling y buen gusto, concretó otro de los momentos-cenit de la jornada. El restante, más a tono con los cuerpos, fue hacia el final, cerca de clarear y otra vez con Peteco, metiendo baile al talento con los Coplanacu y Raly Barrionuevo como completud. La Juntada eclipsó la séptima luna con el pulso caliente en la sangre, con “La olvidada”, cuando aún falta una ancha senda por recorrer.

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Peteco Carabajal viene desplegando una actividad digna de figurar en el recuento de records.
Imagen: Dafne Gentinetta
 
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