EL PAíS › MUESTRAS DE APOYO EN LA PUERTA DE LA CLíNICA

“¡No festejen, Gorilas!”

 Por Alejandra Dandan

La cartulina no estaba demasiado a tono con la moderna fachada del edificio, pero lo importante iba adentro: “¡No festejen, Gorilas –arrancaba en trazo grueso un marcador–, hay Kirchner para rato!”. Cuando lo vio, María del Carmen Vaccaro largó una carcajada. “¡Pero mirá qué bueno!”, dijo, de paso por ahí, parada en la puerta del Sanatorio de Los Arcos, aventada por el correntón de frío. “Vine porque los amo”, se largó. “A los dos, y vine para orar por ellos, sé que están haciendo lo mejor para el país y no me olvido de cómo estaba la cosa cuándo subieron.”

Con el correr del día, en la vereda de enfrente de la clínica, las sombras de las viejas bodegas Giol quedaron tapadas por las señales de las agrupaciones políticas: cartelones de la JP, La Cámpora y la Túpac Amaru se superponían. En el sanatorio, el tránsito hacia el quinto piso, donde aún se recuperaba Néstor Kirchner, era de acceso restringido. Sobre el frente vidriado, un hombre de seguridad de Presidencia redoblaba una férrea columna de vigilantes del lugar.

Manuel Alzina, de la Tupac, logró colarse en el edificio. “Yo quería ir para llevarle el saludo de Milagro Salas al doctor.” Arriba, en el restringido quinto piso, no lo atendió el doctor, pero sí Juan Manuel Abal Medina. Roña Castro salía apresurado. “Nosotros tenemos memoria de lo que expresa Néstor Kirchner para los sectores populares”, largó Manuel, ya abajo, poco después. Habló de trabajo, de cooperativas, de salud. Y también se acordó de Racing, que las tres veces que a Kirchner lo internaron, Racing perdió el día antes. “Ahora lo importante es que esté fuerte”, agregó. “Eso sí: lo que no puede el Grupo Clarín, Racing lo puede.”

A esa hora, la puerta de acceso al Sanatorio de Los Arcos se llenaba de murmullos. Que ya sale, que no, que sale a la madrugada, que sale mañana. Que Cristina está ahora con él, que está Oscar Parrilli. Que, obvio, no se puede pasar.

“¡¡¡Fuerzaaaa Néstor!!!”, disparó alguien, entre bocinazos, calle abajo. “¡¡¡Dale River campeón!!!”, gritó algún despistado, desde un micro que venía de la cancha y se iba hacia el Oeste. Antonio Di Girozamo se acercó a la entrada y buscó algún espacio libre para su vieja bandera. La moribunda bandera del Frente Transversal, que en sus tiempos de gloria llegó hasta Jujuy, quedó pegada con cinta adhesiva sobre el logo de una puerta, faena que tuvo que ser rediseñada cuando un guardia pidió que, por favor, arriba del logo no.

Poco a poco, el vidrio quedó tapado. La entrada de Los Arcos por unas horas fue distinta: un territorio político, pero a la vez religioso. Había hojas escritas a mano, papeles pegados con cinta. Banderas. Pasacalles, cartulinas: “Fuerza Néstor, Argentina te necesita”, “Fuerza compañero”, “Néstor te bancamos”, “Fuerza pingüino”.

Una mujer de 76 años se acercó a leer una leyenda. Creyente profunda de la Virgen del Santo Espíritu, Enriqueta Baeza sabía que esa virgen aparece a unas cuatro cuadras de la estación de Lomas de Zamora en una placita, todos los días 7. A la tarde, antes de salir de su casa, prendió una vela a la Virgen y en la cartera guardó una estampa para pedir ayuda para “Néstor”. “Ahora, si sale bien de esto –dijo–, voy a ir el 7 a ver a la Virgen.”

Sobre las paredes continuaban trepando nombres de otras agrupaciones políticas. “Anoche, apenas nos enteramos, intercambiamos mensajes de texto con algunos compañeros”, explicó, pegado a una baranda, Pablo Velázquez, de Proyecto Comunidad, una agrupación de cooperativas de viviendas que nació durante la crisis de 2001, de las distintas asambleas, contó Pablo. “Y que un día nos dimos cuenta de que a la bestia que nos saltaba de adentro había que ponerle un sentido político.” Son peronistas, dijo, en un proceso donde el peronismo hoy es kirchnerismo. Al lado de Pablo quedó parada una de sus compañeras. Como otras agrupaciones, desde que corrió la noticia de la internación, algunos referentes se fueron acercando, de a dos o de a tres, e hicieron relevos. “Me sorprendí cuando lo vi en los diarios –indicó Pablo–. Al principio, hasta pensé que era un chiste de Clarín.”

En la sucesión de cartelitos aparecían las marcas inevitables de los intendentes del conurbano, candidatos, aspirantes; el nombre de Carlos Castagneto que aparecía arriba, abajo, al costado y afuera. Un escenario de tapices colosales que parecía reemplazar a los militantes. El hombre del Frente Transversal que iba poniendo ahora su segunda bandera espantaba presuntos fantasmas. La orden que se bajó de arriba, dijo, fue que no vengan tantos para no embotellar el tránsito del hospital.

Casi a la hora en la que Kirchner finalmente abandonó a hurtadillas el quinto piso, Nicolás Tapia hurgaba algo entre tanto letrero del tal Castagneto. Nicolás, jujeño, del movimiento Octubres, casi de casualidad en Buenos Aires, se preparaba para el encuentro de la juventud con Néstor Kirchner, previsto para mañana en el Luna Park. “Y bueno, nos enteramos y vinimos a dar el apoyo –contó–, pero ando mirando porque he visto que nos taparon el letrero.”

Poco más allá, al lado de la entrada, alguien colocó otro letrero. “Estoy aquí como siempre para dar todas las batallas”, firmado: “Néstor Kirchner”.

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