EL PAíS › FORTUNATO MALLIMACI *.

Para poder mirar lejos

La sociedad argentina se encuentra hoy frente a un nuevo desafío. A diferencia de otros momentos históricos con fuertes expectativas de cambios estructurales (en 1983, cuando recomenzaba el camino democrático o con el peronismo en 1989 o la Alianza en 1999), hoy amplios sectores de la ciudadanía asumen esta etapa con modestas expectativas en el corto plazo, pero con grandes ganas de creer en que es posible revertir la crisis terminal vivida y sufrida en los últimos años.
La sociedad y el Estado son complejos en Argentina... Hay deseos profundos en amplios sectores para que la decadencia institucional tenga fin, para que un mínimo de dignidad y Justicia vuelvan a estar presentes en las relaciones sociales tanto a nivel nacional como internacional y para que el Estado cumpla su rol integrador. Pareciera que luego de las promesas incumplidas de llegar o creernos en el Primer Mundo o del fracaso en las “relaciones carnales con los EE.UU.”, vamos descubriendo que está en nosotros mismos, en nuestras virtudes y flaquezas, el rehacer una memoria de indignación ética ante la impunidad y construir una República donde todos entremos.
¿Quién hubiera pensado a fines de 2001 y en los primeros meses de 2002 que era posible reconstruir en el corto plazo la gobernabilidad y confianza institucional? ¿Quién hubiera sospechado o vaticinado en aquellos meses con cinco presidentes, que en mayo del 2003 un nuevo equipo gubernamental asumiría a partir de elecciones con participación de más del 80% del electorado? Nadie imaginó que la asunción del nuevo presidente iba a contar con la presencia del líder del partido de los Trabajadores ahora convertido en presidente del Brasil, con el comandante Fidel Castro en representación del pueblo cubano, con el atacado presidente Chávez de Venezuela y tantos otros líderes latinoamericanos.
Sin embargo, esta compleja sociedad argentina sigue fracturada culturalmente, fragmentada socialmente y mayoritariamente empobrecida. Los grandes grupos económicos y financieros han acumulado vastos y diferentes recursos de poder y pelearán por defenderlos. Un primer paso lo dieron con la complicidad del ex presidente Menem. Su burla a la voluntad popular nos quitó el placer y la legitimidad de expresarnos en las urnas el domingo pasado. El nuevo presidente sabe, a través de las encuestas, que hubiera contado con una amplia adhesión pero no tuvo la unción simbólica y sacral que surge del acto central en la democracia: el voto popular.
Así como debemos estar atentos a las maniobras de los grandes grupos económicos, financieros y empresas privatizadas, también hay temas y problemas a resolver por el nuevo gobierno que reaparecerán a la brevedad: presencia de un Estado que regule y controle a un “mercado desbocado”; normas y reglas que sean respetadas por los grupos e instituciones más poderosos del país incluidas las empresas mediáticas; políticas productivas que incluyan a millones de empobrecidos y sin trabajo; otra distribución de la riqueza para quebrar la progresiva desigualdad que vivimos; una cultura de la responsabilidad y solidaridad que salga al cruce del “sálvese quien pueda”...
Para poder mirar lejos se necesita crear un nuevo consenso que dispute, especialmente en y con los heterogéneos sectores populares, la actual hegemonía neoliberal (en muchos casos convertida en cultura menemista) en lo que respecta el rol del Estado, de los partidos políticos, de las organizaciones sociales, del mercado, del esfuerzo individual, de la seguridad cotidiana y del “orden” que lo acompaña, de las promesas de salvación, de las instituciones dadoras de sentido... Sin la osadía de un pensamiento crítico, de propuestas para el aquí y el ahora y sin movimientos sociales que los acompañen en el largo plazo, será muy difícil cambiar el sentido al actual accionar de millones de personas, para los cuales la experiencia sufrida del hoy se ha convertido en tiempo sin límites. A diferencia de otros momentos pareciera que aflora una voluntad colectiva de realizar estos cambios con racionalidad y generosidad, lo que se traduce en exigencias tanto al Gobierno como a sus opositores. La perdurabilidad de esa voluntad y de un cierto voto de confianza dependerá de que se comiencen a reconstruir los lazos sociales destruidos; a fortalecer credibilidades hoy debilitadas y sobre todo, a rehacer un imaginario nacional donde se pueda volver a apostar a un proyecto de país más digno y democrático junto a las otros naciones de América latina.

* Profesor de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA), Investigador del Conicet.

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