EL PAíS › OPINION

Dos puntas tiene la Plaza

 Por Mario Wainfeld

El mapa del nuevo gabinete de Jorge Telerman, leído desde sus tiendas, no es el de la ruptura irrevocable que traduce Alberto Fernández. “Alberto Sileoni, el ministro de Educación que acordamos con el gobierno de la Nación, es un fenómeno, tiene toda la aprobación de Telerman y está firme en su puesto. Otro tanto sucede con Lía María, que también tiene nexos fuertes con la Rosada. Raúl Fernández sigue en el ibarrismo y con nosotros. No declaramos la guerra a nadie, sencillamente reformamos el equipo en una gestión muy corta, muy condicionada por su origen, que no puede permitirse titubeos”, sintetizan pared de por medio con la oficina del Jefe de Gobierno.

Los motivos invocados para las remociones son surtidos. “Donato Spaccavento autogeneró conflictos, no supo gerenciar el enorme presupuesto que se le asignó, mayor que el de Educación. El Tano es buen tipo, honesto pero se pasó de rosca y nos creó un problema severo, que no es de hoy ni de ayer ni de cuando Lavagna concedió el reportaje a Perfil”, rememoran al ladito de Telerman. A Spaccavento (muy valorado por el Presidente y la primera ciudadana, nada caro al corazón de Ginés González García) se lo critica por hiperquinesis y descontrol, a Ernesto Selzer prolijamente por lo contrario. “Su gestión no arrancaba, y si algo no nos sobra es tiempo.” Alejandra Tadei, siguen los telermistas, estaba destinada a salir. El jefe de Gobierno pensaba poner a un hombre de su riñón, Sergio Beros, pero no pudo porque éste no tenía matrícula profesional en Capital, había que encontrarle un sustituto. Agustín Zbar no se elige por ser “un alfonsinista” sino un amigo de Telerman, de su confianza política. En cuanto a Eduardo Hecker, rematan, no era posible mantenerlo en permanente conflicto con el ministro de Hacienda Guillermo Nielsen.

Toda gestión, pura gestión. “Lo demás son teorías conspirativas.”

- Un allegado a uno de los funcionarios salientes sistematiza esa versión y la direcciona políticamente, refutándola en lo esencial. “Problemas de gestión había, conflictos en el gabinete también. Pero si usted se fija bien, todos los removidos estaban enfrentados con Guillermo Nielsen. Así que Telerman optó por Nielsen en todos los casos, lo que sólo puede leerse con un sentido político que excede a las discusiones internas.” La línea Lavagna-Telerman-Nielsen, vamos. En la Casa Rosada, más vale, se piensa igual. “Hacen mal, se equivocan y niegan lo evidente”, destituyen a sus contendientes por partida triple.

- “Jorge no lo ve a Lavagna desde hace más de un año –se enoja apenas uno de los lugartenientes más cercanos del jefe de Gobierno–. Ya dijo (y repetirá cuantas veces sea necesario) que no competirá con el kirchnerismo en Capital. Es lógico que, en un distrito en el que todo se lee bajo el prisma nacional, los relevos se miren a través del prisma de Lavagna. Pero es equivocado.”

A Página/12 le toma un mínimo esfuerzo profundizar esa primera napa. Ningún dirigente actúa sin hacerse cargo de las consecuencias más predecibles de sus actos, propone parafraseando sin saberlo a Max Weber. Telerman no podía ignorar que su acción sería traducida en la clave de más inmediata coyuntura política, arguye este diario. De volea, el funcionario de Ciudad le añade una buena dosis de pimienta al discurso de la gestión. “Jorge es acuerdista, por convicción y por necesidad, vea cómo conformó su gabinete. Pero desde allá (su brazo señala a la línea imaginaria que atraviesa la Plaza arrancando desde Avenida de Mayo y Diagonal Norte) se dedican a atacarlo. Le dicen que acordó con Grosso, con Toma, a quien Jorge enfrentó en una interna del PJ. Echan a correr el rumor de privatización del Banco Ciudad, una infamia. A quien participa de un gobierno, en lugares relevantes, lo mínimo que se le puede pedir es acompañamiento. No es un secreto que Alberto Fernández nunca nos acompañó. Y en las últimas semanas crecieron las operaciones políticas contra Jorge. Y mientras lo acusan de buscar una alianza con la derecha posicionan a Scioli, que ahora resulta ser su candidato progresista”. Tras cartón, se vale de un gesto que está bien de moda. Flexiona los dedos índice y mayor de ambas manos, de modo simultáneo, hacia arriba y hacia abajo. Ese gesto quiere decir “comillas”. “Progresista”, “Scioli es progresista”, comenta y ríe con esa mezcla de sarcasmo y alegría propia de los políticos cuando critican a sus adversarios.

- Más allá de las primeras intenciones de las partes, es patente que se ha abierto un abismo entre el gobierno de la Ciudad y, por decir lo menos, el Frente para la Victoria (FPV) porteño. El escenario político local parece no dejar espacio para ese enfrentamiento. De momento, es verosímil suponer que Mauricio Macri puede conservar los votos de 2005. El ARI y la dispersa izquierda siempre tienen su convocatoria. Así las cosas, el FPV, el telermismo y el ibarrismo (hasta el lavagnismo, si pinta) no pueden aspirar, en conjunto, a convocar a más del 50 por ciento del electorado, siendo muy optimistas.

La proliferación de propuestas, aun con el sistema de doble vuelta, puede hacerle el campo orégano al macrismo. Es un cálculo sencillo, que cualquiera podría hacer racionalmente. Una pregunta racional, de manual, sería si todos los actores implicados obran racionalmente. Las malas ondas que atraviesan la Plaza de Mayo, en ambos sentidos, inducen a pensar que esa pregunta no tiene respuesta fácil.

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