EL PAíS › OPINION

Cada domingo una final

 Por Mario Wainfeld

Boca perdió a mitad de semana en México. Campeaban la mala onda y los intercambios de reproches entre los xeneizes. Ayer goleó, hoy Martín Palermo ha de estar en la tapa de todos los diarios. La sucesión de partidos y sus cambiantes alternativas, multiplicados por las pasiones y los medios, construyen microclimas excitados, cambiantes. Con las elecciones puede ir sucediendo algo semejante. Un calendario que escalonará distritos diferentes durante pocos meses puede entusiasmar y enfriar a cualquier tribuna.

Las dos primeras votaciones, en Catamarca y Entre Ríos, proveyeron victorias previsibles a los aliados del oficialismo nacional, que disfruta como la tribuna de Boca, pero haciendo menos alharaca. En ambos casos, la competencia recién comienza y las extrapolaciones son un albur. En ambos casos, nadie se privará de ellas.

Cada provincia es un pequeño universo, con comportamientos electorales particulares. Hasta 1999, Entre Ríos se caracterizaba por bastante alternancia entre peronistas y radicales, resuelta en elecciones reñidas. Héctor Montiel fue gobernador boina blanca, dos veces, en sincronía con las presidencias de Alfonsín y De la Rúa. En 1999 le ganó al peronista Héctor Maya por menos de dos puntos, entre ambos se llevaron más del 95 por ciento de los votos.

Jorge Busti, en espejo, viene siendo el justicialista más representativo. También llegó al Ejecutivo dos veces: en 1987 con lo justo, en 2003 con innovadora amplitud. Ayer lo sucedió su delfín. La Constitución provincial no permite la reelección inmediata. Busti tropezó cuando quiso reformarla, anoche mismo anunció que tratará de aprovechar el ímpetu ganador para lograrlo cuanto antes.

El balance entre lo legal y las decisiones ciudadanas muestra un distrito históricamente bicolor cuyos resultados parecen acusar cierto impacto de las tendencias nacionales.

Esta nota se cierra sin conocerse los guarismos definitivos. Con esa mirada provisoria, sujeta a sintonía fina ulterior, parece notarse una consolidación de la primacía peronista. Es la segunda elección consecutiva que prevalece cómodo, ampliando su distancia con el radicalismo, que conserva un núcleo duro, pero pierde competitividad.

Urribarri, un candidato que todos ven como vicario y sin carisma, rasguña la mitad de los votos útiles. Da la impresión de que polarizó a su favor una pseudo interna contra otros dos dirigentes de origen peronista, Jorge Solanas y Emilio Martínez Garbino. Nada es lineal en materia electoral, pero es de libro que el kirchnerismo puede especular con hacer suyos todos los votos del bustismo y una buena fracción de los de los otros peronistas. Se trata de un universo de casi el 70 por ciento del padrón en el que eventuales candidatos opositores deberán tratar de pescar a río revuelto, y no les será fácil.

El catamarqueño Brizuela del Moral y Urribarri eran, desde semanas atrás, grandes favoritos. Las encuestas, esta vez, fueron premonitorias. Los oficialistas se impusieron por paliza y comenzaron lo que el cronista sospecha será una vasta racha de revalidaciones para gobernadores e intendentes. El voto local es bastante más conservador que el nacional, que ha sido más pendular y ha tirado a la banquina a muchos más dirigentes.

Los mandatarios provinciales suelen tener una matriz común, un conservadorismo popular muy atento al color local que suelen combinar con un conocimiento minucioso de su territorio.

A esos datos, de luenga vigencia, se añade uno propio de este siglo. Es el peso imaginario de la crisis de 2001 entre los votantes. Con ese término de referencia preciso y ominoso entre ceja y ceja, no es insensato que los ciudadanos se apañen con lo que tuvieron este cuatrienio y se resistan a cambiar. Lo que hay no está tan mal, cotejado con lo que había hace poco: crecimiento, resurgimiento de las economías regionales, más empleo, salarios públicos pagados en término, turismo en muchas comarcas. Esa lectura de la realidad puede ser gran aliada de los gobernadores que van en pos de la reválida. O de un presidente en igual trance.

Las victorias en la Copa entonan para el Clausura. Los triunfos territoriales estimulan para otras bregas. De todos modos, partidos son partidos y las elecciones se resuelven cuando se computa el último sobre. Con esa prevención ineludible puede sugerirse que el tono a la vez conformista y participativo de estas primeras compulsas y el aplastante oficialismo que revelaron deben insuflar mucho más optimismo al oficialismo nacional que a sus contradictores.

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