ESPECTáCULOS › DESDE MAÑANA, 43 CORSOS ANIMARAN EL CARNAVAL DE BUENOS AIRES

“Las murgas no van a bajar la guardia”

En todo el mes, noventa y dos agrupaciones murgueras subirán a los tablados porteños. La evolución natural del fenómeno tiende a la profesionalización, pero la motivación sigue siendo la misma: celebrar con espíritu crítico.

 Por Mariano Blejman

Algunos se hacen llamar Enemigos del Casorio, otros son los Atrevidos por Costumbre, o Los Viciosos de Almagro, o los Envasados en Origen, o Endiablados de Villa Ortúzar, o Alucinados de Parque Patricios, o Los Quitapenas, o la Pasión Quemera o Los amantes de La Boca, entre otros nombres. Pero en las vísperas de su fiesta mayor, los murgueros se preguntan si los nuevos aires políticos del sur devolverán al Carnaval su lugar en el calendario. Es que apenas tomaron el poder los militares, en 1976, las botas borraron los dos días de feriado que le correspondía a la fiesta de Momo, rey del Carnaval, por eso de no juntar mucha gente en la calle. Unos cuantos años después, noventa y dos murgas se subirán a los tablados porteños para recorrer 43 corsos barriales extendidos por Buenos Aires durante los sábados y domingos de febrero.
Algo pasó en el medio. Desde 1994, las murgas marcharon cada año por el centro en busca de la recuperación del feriado de carnaval. Y, a su paso, arrastraron una estela de gente cada vez más grande. El fenómeno venía creciendo cuando se sancionó la ley de Patrimonio Cultural en el ‘97 y la cantidad de murgas pasó de 30 a 180 en siete años. “Para estos corsos sólo quedó seleccionada la mitad”, explica Gustavo López, secretario de Cultura del gobierno porteño, que apoya el feriado, pero opina que corresponde a una decisión del Poder Ejecutivo Nacional.
Las murgas porteñas han adquirido una función social determinante en aquellos sectores postergados. Tal vez sin darse cuenta, funcionan como un anzuelo marginal que pica talentos urbanos para llevarlos al mundo del arte. Por eso, la masa de artistas del carnaval que reúne unos 10.000 participantes, parece preguntarse este año cómo salir, entre otras cosas, a criticar a un gobierno nuevo que todavía parece en estado de primavera, sin perder su acidez característica. Quien sintetiza la sensación es Marcelo Fucci, de Los Verdes de Monserrat. “Nosotros decimos que ‘aguante no es apoyar’”, dice Fucci, cuya agrupación nació el 24 de marzo de 1996, a 20 años del último golpe militar. “La murga es una herramienta social que tiene contenido, expresión corporal, música, baile y canciones. Este gobierno es nuevo y mucho no se le puede criticar, pero tampoco lo bancamos. Este año habrá muchas canciones referidas a Latinoamérica, a levantar la frente. Estamos olvidados en un país que odia a los bolivianos, a los peruanos, a los paraguayos. Desde el norte nos enseñaron a discriminarlos pero son nuestros hermanos.”
La letra de Latinoamericanos, de Los Verdes, ha dejado de lado la sátira política esparcida durante los gobiernos anteriores para convertirse en un asunto que con mejor prosa escribía José Martí: “Vamos, cambiemos esta historia / latinoamericano / la frente vamos a alzar / que se vayan los yanquis / que no vuelvan más / vamos hermano, se puede cambiar”, entonan. La mayoría de las murgas comienzan a pensar las nuevas letras a comienzos de cada año. Según cuenta Fucci, se piensa en lo malo que pasó y de allí se trabaja en las letras. Por eso este año habrá varias canciones contra el ALCA y contra el neoliberalismo. Además, los verdes de Monserrat viajaron a Jujuy durante el año: “Estar en una provincia que parece de otro país nos abrió la cabeza”.
Marcelo Luna, de Los Endiablados de Villa Ortúzar, piensa que “Carlos Menem se mandaba una cagada tras otra y De la Rúa tenía muchas características de ‘lentitud’ que hacían fácil la sátira. A Kirchner le preparamos una canción que dice que a la hora de firmar decretos todos le tienen confianza, porque con un ojo mira y con el otro repasa”, canta. Las canciones parodian la mishiadura, la realidad política, mediática y social. Pero para subirse al corso, hay que vestir las murgas y la industria de Momo todavía no hizo sustitución de importaciones. Elsa “La Loba” Calvo, de Los Insaciables de la Paternal, cuenta que “la cosa está jodida”. “Nos resulta cada vez más difícil: la tela y las lentejuelas aumentaron al triple y nosotros cobramos menos que antes. Cuando estaba Menem se empezó a importar el raso, los parches de los bombos, laslentejuelas. Recién ahora se está recomenzando a fabricar en Argentina”, dice Elsa, que compraba a $ 2,50 el metro y ahora le sale $ 6.
Las exigencias de calidad no son caprichosas: desde que se conformó la comisión evaluadora junto al gobierno, las murgas han tenido que hacer un esfuerzo importante para mejorar la producción. “Nos evalúan, pero el presupuesto no aumenta. Nos toman examen, pero no tenemos plata para los elementos. Estamos llenos de brillos, plumas y flecos, pero somos pobres”, se queja La Loba. Ese es el estado de la risa. Para el 2004, Los Insaciables de la Paternal tampoco están haciendo crítica política, sino picante. El tema central es la sexualidad. “No surgió la crítica política porque están escribiendo los adolescentes”, dicen. A pesar del auge murguero, la evolución casi natural del fenómeno tiende a la profesionalización. Muchas de las agrupaciones (divididas históricamente entre las de barrio y taller) se han achicado en integrantes. Algunas, simplemente por exceso de miembros.
Como sea, la murga porteña se adueña de la ironía al comienzo de cada febrero. Pero la ironía siempre está dirigida hacia los demás, nunca contra ella misma. “Con todo lo que hay que criticar, ¿encima vamos a cantar contra nosotros?”, se defiende La Loba, con aires corporativos. La murga, la expresión más organizada del Carnaval, es el canto al barrio, el proyecto colectivo en tiempos de crisis, que algunos sitúan nacido en la década del ‘30. Es el mayor fenómeno artístico de la calle. Con un presupuesto de unos 340.000 pesos, los corsos realizados por entidades y organizaciones de La Boca, Villa Urquiza, Boedo, Palermo, Parque Patricios, Barracas, Villa del Parque, Mataderos, Belgrano, Almagro y Flores, entre otros, verán desfiles a razón de cinco por noche.
Gladys Heredia, de Ilusiones de Palermo, explica la estructura: “La murga tiene una entrada, una glosa, una crítica, una canción y una retirada. Así que siempre hay críticas al gobierno ¡porque hay que criticarlos!”, se enoja Heredia. Luciana Vainer, de Los Quitapenas, conocedora de los barrios porteños, opina que “este país siempre nos da temas”. Una de sus críticas se llama El rock de la cárcel y se refiere a la gente que tendría que estar presa y no lo está, a los que sí están presos “y ojalá sigan adentro, a las denuncias del arrepentido Pontaquarto, a Menem”, adelanta Vainer. “Nosotros proponemos que se vaya observando lo que hace el pingüino, porque estamos pendientes de lo que está pasando. Y los murgueros no vamos a bajar la guardia.”

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Las murgas se hicieron fuertes en los barrios, y en los últimos años los talleres le dieron otro perfil.
 
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