ESPECTáCULOS › DANIEL FANEGO, EL ACTOR QUE INFILTRO LA REALIDAD EN LA GALA DEL HILTON

“Traté de aprovechar ese micrófono”

El Mejor Actor de Reparto de Telenovela fue uno de los pocos que introdujeron el “factor realidad” en la gala de los Martín Fierro. Aquí explica por qué se necesitan referencias del mundo real que corten la asepsia de la tevé.

 Por Julián Gorodischer

Hay uno que se planta en el escenario, saca un volante, irrumpe para dar un testimonio: es una pequeña estrategia de choque para resignificar un momento de la gala. En una pausa en la puja entre dos vedettes, en el intervalo entre el aumoniere de salmón y el lomo con gírgolas, alguien habla de actualidad. El auditorio, mudo. Podrán pensar que es demodée, hoy que los discursos sólo intercambian palabras dulces o saluditos a la pareja. Esto ya no es 2000, cuando el grito unánime reclamaba: “Que vuelva la ficción”. Ni 2002, cuando cada orador se sumaba al “Que se vayan todos”. Los famosos ya no ejercen militancias: si una gala, como la de los Martín Fierro, sirve para detectar en “qué está pensando la gente de la TV”, la última (el martes pasado, en el Hilton) refiere únicamente a mundos privados: familias, elencos, parejas de enamorados.
Pero el tipo sube, con el folleto de Teatro X la Identidad, reclama un apoyo a la iniciativa (que comienza el lunes 28 de julio, ver recuadro) y dice además que todos tenemos derecho “a saber quiénes somos”, convencido de que en la gala glamorosa también hay que generar una tribuna. “El micrófono es un género literario: los funcionarios se pelean por él, se lo usa para negociar con secuestradores... Por eso me parece importante ser preciso, más allá de los nervios que uno tiene, más allá de lo insalubre de este tipo de eventos –dice Daniel Fanego, premiado como Mejor Actor de Reparto en Telenovela–. Se puede aprovechar el micrófono para hacer un uso político”.
El “activismo en galas” es un género aparte que suele esperarse como el plato fuerte de una velada. Cada vez menos presente en los Oscar, apenas asomando en los Martín Fierro (a cargo de Magdalena, Eduardo Aliverti o Jorge Lanata), su práctica se fundamenta en varias certezas: es el momento de mayor atención televisiva, el de altos índices de rating, el que generará comentario y conversación por varios días sucesivos. “Cuando hay 30 puntos de rating, yo quiero difundir el esfuerzo de un trabajo militante. ¿Cómo no voy a utilizar el capital de popularidad por una causa en la que creo? No puedo abandonar mi inversión ideológica: tengo que hablar, decir algo, aprovechar para centrar la atención sobre un tema”.
–Y lo hizo en un año en el que la tele se cierra, más que nunca, en sí misma.
–La televisión está cerrada en sí misma porque es un lugar donde hizo pie el menemismo con fuerza, y va a costar mucho tiempo desarraigar ciertas creencias. Hay un facilismo para el éxito y los negocios que se estableció en los medios con comodidad, y persiste. Pero cómo puedo yo no ser político si hice la colimba en el año ’76 en el Hospital Naval, tengo compañeros desaparecidos... Muchas veces te detiene el miedo, pero otras es el cuerpo el que se manifiesta. Uno no decide.
–¿Le sorprende la asepsia de los famosos cuando tienen que decir algo no guionado?
–Nadie discute la Ley de Radiodifusión, ni la Ley de Intérpretes para los artistas. Nadie habla del canal Volver, donde aparecen actores que están desocupados sin cobrar un peso. Hay mucho miedo a hablar: la dictadura hizo un muy buen laburo y el menemismo lo perfeccionó. El desinterés del fin de siglo es la cultura de la no respuesta, la de un individualismo que hace que todo lo que tenga que ver con lo colectivo suene melancólico.
Cuando Fanego quiebra el tono anodino de la gala, intenta filtrar otras voces y aprovechar para una promoción en las antípodas de la Publicidad No Tradicional (PNT). “A los que me acusan de hacer publicidad, les diría que ésta no es paga. Quisiera saber si los que levantan la voz se atreven a mostrar lo que cobran por las PNT.” Hoy que lo corriente es el chivo incorporado a la trama, él no quiere que “se haga pelota la ficción” añadiendo un elemento tan realista. Por eso se negó a promocionar una cerveza, una hora después de que Los Roldán saturaran cada minuto de la historia con referencias a chocolates, autos, gaseosas y hasta un plan educativo del Gobierno de la Ciudad. Fanego cree que es una quita de trabajo para guionistas, publicistas y actores de publicidad. “Pero es muy difícil negarse –dice– cuando los canales alegan que es el modo de poder producir ficción. Por eso es importante que conozcamos el balance de las empresas privatizadas para discutir correctamente las cosas.” Así, el actor se va convirtiendo en un individuo en resistencia continua a la corporación, muy ligado a sus propios personajes de ficción, Alfredo Malaguer en Resistiré y Dalmiro Bernal en El Deseo.
–Ellos dos son individuos frente a la corporación. Malaguer está inmerso en la lupa, escondido en su mundo, emboscado. Y hasta en Dalmiro, apenas un terrateniente local que se vende a la multinacional, puede intuirse que quedará superado.
–¿Se entrecruzan creencias entre el actor y los personajes?
–Me costó muchísimo construir a Bernal. Con Malaguer me puse el guardapolvo, me corrí el pelo para el costado, y quedó. A Bernal le sigue pesando la sombra de Resistiré. Ya no sé cuál es Alfredo, cuál soy yo, cuál es Malaguer.
–¿Tiene que ver con que el sistema televisivo los produce uno tras otro?
–Los actores laburan doce horas en un medio sin reglas. A nadie le conviene un Estado sin reglas. Si estuviéramos más contenidos desde lo jurídico, si los ’90 no hubieran impuesto una baja de la producción cultural, sería más fácil encarar el trabajo. Yo diseño mi vida para tratar de depender menos de estos vaivenes, pero no puedo vivir sin trabajar. Estoy terminando de pagar mi casa.

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Los papeles que le asignan a Fanego suelen estar del lado opuesto del que él elige en la vida.
 
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