ESPECTáCULOS › CULTURA EL CONGRESO DE LA LENGUA, LA LLEGADA DE NUN, LA MUESTRA DE FERRARI, EL BOOM EDITORIAL

Un año pleno de debates que seguirán abiertos

Se discutió si hablamos español o argentino, si la cultura
es prioridad nacional, si la libertad de expresión tiene
límites. Mientras tanto, renació la industria editorial.

 Por Silvina Friera

Esa cenicienta postergada de la agenda estatal ya no tiene la ñata contra el vidrio. La cultura y los libros argentinos fueron los protagonistas principales de este año, que afortunadamente termina con un gran triunfo para la libertad de expresión: la Justicia revocó la clausura de la muestra retrospectiva de León Ferrari. El primero que en 2004 encendió la chispa para sorpresa, indignación y escándalo de artistas e intelectuales fue el ex secretario de Cultura de la Nación, Torcuato Di Tella, cuando dijo que la cultura no era una prioridad para este Gobierno. Lo hizo después de que el escritor Horacio Salas renunciara a la dirección de la Biblioteca Nacional. Con el nombramiento del binomio Elvio Vitali-Horacio González el principio de incendio se apagó, al menos en la Biblioteca. Pero los que pensaron que eran los famosos quince minutos de fama de la cultura, no tuvieron en cuenta que Di Tella conseguiría su objetivo: instalar definitivamente el tema, aunque el costo fuera su dimisión. Había tocado fondo cuando horas antes del inicio del III Congreso Internacional de la Lengua Española, que se desarrolló en Rosario, lanzó la que sería su última boutade: aclaró que el Gobierno tenía que estar más preocupado por “solucionar la cuestión del hambre en Santiago del Estero” que por ver “quién es la puta o la pelotuda” que maneja el Fondo Nacional de las Artes. Su reemplazante, el politólogo José Nun, conservó buena parte del equipo de colaboradores de su antecesor, anunció una reestructuración del organismo y designó al economista Héctor Valle, uno de los fundadores del grupo Fénix, al frente del Fondo de las Artes.
Después de dos años de estancamiento y de extrema cautela en la industria editorial, con los precios muy por encima de los bolsillos de los consumidores, editores e imprenteros consiguieron recuperarse del cachetazo post-devaluación. Y basta con leer las cifras para afirmar que “el muerto ha resucitado”. Según datos de la Cámara Argentina del Libro, en 2004 se editaron 18.062 títulos –un 28 por ciento más que en 2003– y 54.742.331 ejemplares, con una tirada promedio de 3000 ejemplares por título. Este año ha sido el de mayor cantidad de títulos publicados desde 1982. Pero los números también demuestran que han cambiado cualitativamente las preferencias de lectores y editores: el 33,7 por ciento de los libros publicados pertenece al género literario, y el 64 por ciento de las obras es de autores argentinos. Sin embargo, encabeza la preferencia de los lectores el género de divulgación histórica, con Los mitos de la historia argentina, del historiador Felipe Pigna. A diferencia de otros años, esta vez no fueron la novela histórica ni los libros de autoayuda ni las investigaciones periodísticas los best-sellers del 2004. A fines de octubre, se publicó la nueva novela de Gabriel García Márquez, Memoria de mis putas tristes, que desde entonces encabeza el ranking de los libros más vendidos de ficción. Merece una mención especial el fenómeno que ha generado la nueva edición popular de El Quijote –editada por la Real Academia Española y prologada por Mario Vargas Llosa–, que lleva más de 12.000 ejemplares vendidos.
La narrativa nacional no sólo se recuperó sino que está viviendo una etapa de florecimiento. Las grandes editoriales y las mal llamadas pequeñas –quizá lo sean solo por la infraestructura– como Adriana Hidalgo, Interzona, Beatriz Viterbo y Ediciones de la Flor, publicaron a escritores jóvenes como Lucía Puenzo, Mariana Enriquez, Alejo García Valdearena, Andrés Neuman, Gabriela Bejerman, Florencia Abbate, Patricia Suárez, Pablo Ramos, María Fasce, Sergio Bizzio y Matías Serra Bradford, entre otros. Pero también hay una generación intermedia que viene conquistando libro tras libro un espacio en los catálogos editoriales como Rodrigo Fresán, Carlos Gamerro, Diego Guebel, Miguel Vitagliano, Sergio Chejfec y Federico Jeanmaire. Los consagrados cumplieron con su cupo de publicación. César Aira lo hizo con Yo era una chica moderna y Edward Lear; Héctor Tizón sacóuna nueva novela, La belleza del mundo y un libro de ensayos, No es posible callar; Isidoro Blaisten cumplió con el desafío de entregar su primera y única novela Voces en la noche; Edgardo Cozarinsky arremetió con El rufián moldavo; Andrés Rivera con Cría de asesinos y Tomás Eloy Martínez con El cantor de tangos, por mencionar algunos de los autores y los títulos que poblaron las vidrieras de las librerías argentinas. Para el devaluado bolsillo de los argentinos, este año hubo una buena noticia: Anagrama, la editorial de Jorge Herralde, decidió editar algunos de sus mejores títulos en el país para abaratar los costos de esos libros, que ahora con el euro a cuatro pesos serían textos prohibitivos.
En el III Congreso Internacional de la Lengua Española, las polémicas más intensas surgieron de la oposición diversidad.homogeneidad lingüística, y las identidades posibles dentro del español que se habla alrededor del mundo. ¿Hablamos español, castellano o argentino, o más aún, porteño, rosarino o cordobés? ¿Estará bien asumirnos promotores de un congreso de la lengua española si no vivimos en España? Más allá de algunos encontronazos, hubo consenso sobre el slogan de “unidad en el respeto de la diversidad”. La lengua española es mestiza y gozará de buena salud en la medida en que siga siendo así, fue la conclusión más generalizada. Pero el optimismo que despertó el encuentro respecto del futuro del castellano no debería opacar las amenazas sino iluminar esas zonas oscuras que el entusiasmo neutraliza, como el sistemático empobrecimiento de la lengua en los medios de comunicación, especialmente en los audiovisuales, que privilegian un uso depurado del color local de los hablantes. El escritor Héctor Tizón fue categórico: “Hablar un lenguaje neutro es como ducharse con un impermeable”. Qué duda cabe que el primer paso para preservar una lengua es fortalecer el sistema educativo. Y en este aspecto también hubo consenso: la educación sigue siendo una de las materias pendientes para la mayoría de los países latinoamericanos, y Argentina no es la excepción.

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La Feria del Libro siguió su derrotero multitudinario.
 
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