ESPECTáCULOS › PAUL O’NEILL, SECRETARIO DEL TESORO DE EE.UU., Y BONO, LIDER DE U2, JUNTOS

Una extraña alianza para salvar a Africa

En apariencia, tienen poco en común. Sin embargo, tan disímiles personajes mantienen fluido contacto, compartieron una gira por cuatro países africanos y se declaran admiración mutua.

 Por Esteban Pintos

Esta es la extraña pareja del año. Paul O’Neill es el hombre más poderoso de la administración económica del gobierno más poderoso de la Tierra. Tiene 67 años, ocupó cargos en los gobiernos de Gerald Ford y George Bush, dirigió durante quince años la empresa Alcoa –la más grande productora de aluminio del mundo– y actualmente es el secretario del Tesoro de los Estados Unidos. Los argentinos, políticos, economistas, funcionarios y el hombre de la calle también saben de quién se trata. Bono es una de las estrellas de rock más populares de Occidente. Tiene 42 años y en los últimos veinte años ocupó el lugar central en U2, una de las bandas más importantes de la historia del género. Desde su lugar de privilegio mediático promocionó diversas campañas de organizaciones no gubernamentales como Greenpeace, Amnesty International y Drop the Debt. Con U2, llegó a la Argentina en febrero de 1997 durante la gira Pop Mart Tour, con tres shows a lleno en el estadio de River Plate ante unas 150.000 personas en total, y en donde concluyó cada actuación con Las Madres de Plaza de Mayo sobre el escenario. Así presentados estos consortes políticos, ¿pueden semejantes personajes coincidir en algo o al menos, discutirlo, de igual a igual?
Sí. Juntos, el funcionario y la rock star emprendieron el pasado 20 de mayo una gira de 11 días por cuatro países africanos (Ghana, Sudáfrica, Uganda y Etiopía). “Al principio, me negué a encontrarme con él. Creí que se trataba de una estrella pop que pretendía usarme”, contó O’Neill. noventa minutos después, todo cambió. “Le dije, si puedo mostrarle dónde debería poner su dinero, ¿usted iría?”, relató Bono. “Es una persona seria, profundamente preocupado por estos temas y ¿saben qué? Sabe mucho sobre eso”, concluyó O’Neill. Se había formado una pareja, la extraña pareja. El viaje tenía como objetivo comprobar in situ la necesidad, el sentido y los potenciales beneficios que tendría el aumento de la ayuda humanitaria y de desarrollo que el gobierno de los Estados Unidos dedica al continente negro. En estos momentos, se trata de 10.000 millones de dólares anuales, cifra que representa apenas un 0,1% del producto bruto interno estadounidense y sorprende en la comparación con otros países del primer mundo. Por ejemplo, Dinamarca multiplica esa ayuda por 10, Gran Bretaña por 3 y Japón y Alemania por 2.
Fueron, vieron y volvieron, redimidos en más de un sentido, cada uno a sus ocupaciones actuales: O’Neill, a monitorear la economía global desde su puesto de máximo poder Bono; a continuar con sus funciones de lobbista, seguramente el más famoso y carismático del mundo. Su función paramusical ocurre luego de cerrar una de las temporadas más productivas de su banda: la banda vendió 6 millones de copias de su último disco All that you can’t leave behind, recibió cuatro premios Grammy y recaudó el año pasado, según informó la revista Rolling Stone, 62 millones de dólares.
En esa contradicción básica entre el político-economista-empresario conservador y el rockero-celebridad-carismático progresista, parece residir el núcleo de la cuestión. ¿Por qué lo hicieron? O’Neill gusta mostrarse como un hombre inflexible, superdotado (superdateado) sobre cuestiones económicas, tan detallista y oportuno como para subirse a un avión junto a músico de rock, viajar al Africa y así conocer de lo que habla. O mejor dicho, aquello a lo que se muestra bastante esquivo: entregar dinero para salvar vidas y desarrollar las pequeñas economías de países con escalofriantes cifras de mortandad infantil, analfabetismo y muertes por contagio del virus HIV.
El secretario del tesoro de los Estados Unidos sostiene, y así lo reiteró durante la extraña gira, que la ayuda no tiene sentido si cae en manos de gobiernos corruptos. También cree que toda ayuda debe estar, además, avalada por un potencial beneficio futuro. Tal es su visión del mundo y la desequilibrada relación entre el país que representa y los menos desarrollados, que lo sufren. Bono, en tanto, cree en una primera victoria: haber logrado que el hombre “con la billetera más grande del mundo” escuche su proposición y declare, al regresar, “he vuelto con mi mente abierta, y una pregunta fundamental: ¿cómo pueden el pueblo de los Estados Unidos y los países mejor desarrollados del mundo ayudar de la mejor manera a los africanos y sus gobernantes electos, a conseguir finalmente la prosperidad deseada?”. La pregunta no tiene por ahora, al menos de parte del funcionario, una respuesta en los hechos. Eso recién ocurrirá cuando el Congreso de los Estados Unidos decida sobre la conveniencia de enviar la ayuda reclamada. Bono justifica sus pasos políticos con una simple apelación al sentido común (ver aparte), desde su atractiva posición de hombre público con el que millones de personas desearían –al menos– conversar durante cinco minutos. Sentándose a la mesa de los poderosos, llevó los límites de activismo político de un artista hacia un nuevo territorio, hasta ahora desconocido. En este rol y con ese convencimiento católico, la raíz de su educación en Irlanda, llegó a declarar recientemente “no tengo nada que ver con el entretenimiento en estos momentos. Estoy para movilizar a la gente para cambiar el mundo, No puedo cambiar el mundo pero nos comprometemos con gente que sí puede hacerlo”. Hablando de religión, le dijo al periodista Anthony De Curtis en una entrevista publicada por la comunidad interreligiosa en Internet Beliefnet: “Hay gente honrada trabajando en todo el arco iris de creencias sistematizadas”. Así lo creyó cuando inició su lobby humanitario, aun ante quienes no sabían quién era. Una anécdota: el ex presidente Bill Clinton contó alguna vez que el secretario del Tesoro de su administración, Lawrence Summers, llegó al despacho oval de la Casa Blanca y le dijo: “Un tipo vino a verme en jeans y remera, y sólo tiene un nombre, pero estoy seguro que es listo. ¿Sabés algo de él?”
La organización que representa el músico irlandés y en nombre de la cual se reunió con los hombres más poderosos del mundo, desde George W. Bush al papa Juan Pablo II, pasando por Bill Gates, George Soros, Colin Powell y Jacques Chirac, se llama DATA. Se trata de una entidad sin fines de lucro, cuyas siglas en inglés tienen doble significado: por un lado, es Deuda (Debt), Sida (Aids) y Comercio (Trade) en Africa, las cuestiones urgentes a resolver. Pero también es: Democracia (Democracy), Responsabilidad (Acountability) y Transparencia (Transparency), lo que se requiere de los gobiernos africanos en devolución de la ayuda económica. DATA reclama un segundo plan Marshall, o una versión corregida y aumentada de aquél, un tipo de ayuda hacia Africa como el que Estados Unidos destinó a Europa luego de la Segunda Guerra Mundial (Bono se siente beneficiado de aquella intervención, habiendo nacido en Irlanda, en 1960), esta vez para contribuir a revertir cifras de vergüenza. Según estadísticas que DATA difunde en su página web, Africa es el continente más pobre de la Tierra, con una expectativa de vida promedio de 49 años (en países seriamente afectados por el sida, el promedio desciende a 29), con 50 millones de niños sin educación básica, con un nuevo infectado de HIV cada 25 segundos y uno de cada tres habitantes con problemas de nutrición.
Imbuido del convencimiento de un hombre religioso, la habilidad de un negociante acostumbrado, un considerable ego (necesario en estos casos, debe suponerse, para tratar de igual a igual con poderosos) y el carisma de un entretenedor de masas, Bono abraza su causa y persigue la utopía. En el camino, sinuoso y nada despejado, se encontró con O’Neill, a quien públicamente no se le conocen utopías. Por sobre ellos dos, los hombres que forman la extraña pareja 2002, el conservador y el rebelde, cae la inconstratable realidad de un continente sumergido en la pobreza. Allí, debe suponerse, debería concluir cualquier cuestionamiento a tan particular alianza. Pero mientras tanto, la pregunta ¿quién usa a quién? insiste en permanecer soplando en el viento.

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Bono compartió con O’Neill un panel de discusión durante el Foro Económico Mundial, celebrado en febrero de este año en Nueva York.
 
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