ESPECTáCULOS › BONO HABLA DE SU MILITANCIA

“Esto es trabajo”

Por Enric González

Paul Hewson, bastante más conocido como Bono, nacido en Dublín (Irlanda) en 1960, de fe católica y músico de profesión, lo tiene casi todo. Su esposa, que fue su novia de juventud, y sus tres hijos viven relativamente al margen de su popularidad. Nunca ha necesitado guardaespaldas. Su banda U2 arrasa desde hace dos décadas. Es rico, famoso e influyente. Desde hace años utiliza todos los recursos de que dispone en su empeño por mejorar la situación del Africa subsahariana. Esta entrevista se realizó en el vuelo de retorno de la gira africana con Paul O’Neill.
–¿De dónde surge su interés por las cuestiones humanitarias?
–Soy dublinés. En todos los pubs y todas las casas se habla de política. Recuerdo muy bien que en mi familia las comidas de Navidad acababan con gritos y peleas a causa de la política. Los Hewson preferíamos eso a hablar de religión: mi padre era católico y mi madre protestante. Para evitar la clásica bronca irlandesa entre católicos y protestantes, dábamos repasos apasionados a la actualidad doméstica e internacional. Cuando crecí un poco, empecé a provocar a mis padres diciéndoles que su cristianismo era una simple rutina, una ficción de respetabilidad burguesa, y que la rebeldía implícita en la vida de Cristo no era visible en sus vidas católicas o protestantes. Me interesaron mucho, más tarde, la Revolución Sandinista y la Teología de la Liberación.
–Un día decidió pasar a la acción y trabajar como voluntario en un orfanato de Etiopía.
–Eso formó parte de un proceso más o menos largo. A principios de los ochenta, U2 formaba parte de un movimiento de protesta que apuntaba en dirección contraria a la cultura pop del momento. El pop eran los new romantics, Madonna, Wall Street, el elogio de la codicia y todo eso. A nosotros, en cambio, nos inspiraban The Clash y Bob Marley. Había dos personas, Bob Geldof y Sting, con las que yo discutía a menudo sobre el sentido del rock. Ambos consideraban que el rock sólo era música para bailar y disfrutar. Como se sabe, ambos acabaron cambiando de opinión. El caso es que un día Bob me llamó para hablarme de una hambruna en Etiopía y proponerme hacer algo. Me pareció asombroso, nunca habría esperado que él se interesara por los problemas de la humanidad. Pero tenía lo que hacía falta: indignación, tenacidad e inteligencia. U2 participó en el gran concierto Live Aid y en el disco. Se recaudaron 200 millones de dólares para paliar el hambre en Etiopía, un país que en ese momento yo sólo conocía por Radio Ethiopia, de Patti Smith. En ese momento yo empezaba a ganar dinero y podía permitirme una pausa en el trabajo, y decidí ver el problema con mis propios ojos. En 1985, sin decírselo a nadie, mi mujer y yo fuimos a trabajar a un orfanato situado al norte de Addis Abeba, como contribución personal. Vimos muchas cosas, pero dos de ellas determinaron mi actual forma de pensar. Vivíamos en una tienda de campaña y por la mañana, al despertar, encontrábamos miles de personas alrededor nuestro campamento, que era un campo de concentración al revés: el alambre de espino estaba colocado para que no entraran los de afuera. Muchísimas de esas personas que esperaban no podían ser atendidas y no era extraño encontrar cadáveres de niños y adultos a las puertas del campo. Un día, un hombre arrojó sobre mí a su hijo de dos años, pidiendo que me lo quedara: “En sus brazos, vivirá; en los míos, no”, me dijo. Eso fue... por decirlo de una forma fría, era un derroche intolerable de potencial humano. El otro incidente también tuvo que ver con un niño: un recién nacido que pesaba menos de un kilo, blanco, arrugadísimo, al que tuve en la palma de mi mano y que, gracias a los cuidados médicos, sobrevivió y se convirtió en un chico saludable. Otra cosa que averigüé fue que los 200 millones de dólares recaudados gracias a Live Aid eran poca cosa en el contexto africano: Africa pagaba cada cinco días 200 millones a los países ricos en concepto de devolución de viejos préstamos. Eso contribuía a la pobreza estructural del continente.
–Sus dotes parecen haber funcionado con la administración de George W. Bush.
–Todo ha sido muy difícil. Yo soy amigo de Bill Clinton, lo visitaba con alguna frecuencia en la Casa Blanca y logré convencerlo de que impulsara la condonación de la deuda. Lo cual me permitió descubrir cómo funciona la estructura constitucional estadounidense: da igual que diga el presidente, si el Congreso no lo respalda. Y el Congreso, de mayoría republicana, no estaba por hacer caso a Clinton o perdonar deudas. Cuando Bush ganó las elecciones me convertí en un cero a la izquierda: por mis conexiones con Bill Clinton, la nueva administración no quería saber nada. Primero contacté con gente que los conservadores consideraban respetable, como el banquero David Rockefeller y el ex presidente de la Reserva Federal, Paul Volcker. Gracias a su aval empezaron a recibirme los senadores republicanos. Mi encuentro con Condoleeza Rice, la asesora de seguridad nacional, fue decisivo.
–¿Le costó mucho ser recibido por Paul O’Neill?
–Muchísimo. La familia Bush no me tenía ninguna simpatía, desde una gira de U2 llamada Zoo TV, en 1992. Utilizábamos imágenes de George Bush padre para un vide omontaje que lo ridiculizaba, y yo solía llamar a la Casa Blanca desde el escenario para protestar por su política. O’Neill, por tanto, prefería no dejarse ver conmigo. Hasta que, gracias a Condoleeza Rice y otras personas que mediaron, me dejó pasar a su despacho una tarde del pasado otoño. Le llevé un libro de poemas irlandeses y le recordé que Irlanda, el país de donde procedía su familia, padeció una hambruna terrible en el siglo XIX. Luego le pregunté si había estado en Africa. “No me hable de Africa: yo he dirigido una fábrica en Guinea Conakry y sé lo que es eso.” Me soltó la habitual cantinela de corrupciones, incompetencia, etcétera. “No siempre es así –le expliqué–, ahora hay nuevos líderes y algunos países están aprovechando de forma muy eficaz la reducción de deuda y la ayuda que prestamos. En Uganda, por ejemplo, se ha triplicado el número de niños escolarizados.” Me pareció escéptico. Tres semanas más tarde, sin embargo, me telefoneó para anunciarme que pensaba viajar a Africa.
–Usted se ha contenido mucho durante el viaje. Se ha permitido alguna broma, pero su defensa de O’Neill ha sido constante...
–Si había que convencerle, era mejor la conservación de la discusión. Cuando se negocia, no hay nada peor que acorralar al adversario. Uno de los objetivos de la gira era llegar a los congresistas estadounidenses el mensaje de que la ayuda a Africa era económicamente útil y moralmente necesaria. Habría sido muy estúpido por mi parte hacer algo que dañara la imagen del secretario de Estado. Aquí no se trataba de lucirse ni de hinchar el ego: hay muchas vidas en juego.
–¿Está preocupado O’Neill por el riesgo que asume? Ha prometido ante el mundo entero que lucharía por conseguir agua potable para todos los africanos, que aumentaría de forma sustancial los recursos para combatir el sida...
–“Pueden despedirme, pero no cambiar mi opinión”. Eso es lo que dice, y usted le ha oído decirlo. Hemos hablado varias veces, a solas, sobre su apuesta por el desarrollo de Africa. De momento cuenta con todo el respaldo del presidente Bush.
–Ustedes dos, la “extraña pareja”, parecen llevarse muy bien. ¿Se han hecho realmente amigos?
–Si O’Neill logra cambiar la trayectoria del gigante estadounidense, si logra rescatar a los millones de africanos que están cayendo por las grietas de la mundialización, será mi amigo.
–¿Y si no?
–Pues no.
–Supongo que la relación se mantendrá al menos hasta otoño, cuando O’Neill tiene previsto anunciar sus planes concretos.
–Naturalmente. Seguiré insistiendo, aportando información y propuestas... Tenga en cuenta que el Fondo del Milenio, que debe ser la pieza básica de la futura ayuda, salió de una idea de Oxfam que yo planteé a Condoleeza Rice y luego a O’Neill. La gente con la que trabajo (el economista Jeffrey Sachs, técnicos de Oxfam y la fundación de Bono para la cancelación de la deuda) y yo estamos muy implicados en esto.
–Con esa tarea por delante, ¿podrá volver algún día a su profesión de músico?
–Esto es trabajo, la música es placer. Cada día tengo más ganas de volver a la música y a la vida despreocupada que corresponde a una estrella del rock irlandés... (risas). Pero aún queda por hacer. Ahora tengo que ver a Tony Blair, contarle el viaje e implicarlo a fondo. Idealmente, mi incursión en el terreno humanitario debería acabar el año próximo. Después de la cumbre del G-8 (las siete mayores potencias económicas, más Rusia). En agosto de 2003 se cumple el 40º aniversario del gran discurso de Martin Luther King, el discurso que comenzaba con la frase “he tenido un sueño”. Habrá muchos actos conmemorativos y me gustaría que en ellos se subrayara que el sueño de King no se limitaba a EE.UU. Era algo más grande y planetario.
–¿Y si O’Neill falla, si el año que viene no se perciben cambios, si el sueño no se cumple?
–Tendré que admitir que he sido un idiota y me he dejado tomar el pelo. Peor que eso: habré sido un turista en la tragedia de otros seres humanos. Prefiero no pensarlo. Prefiero ser optimista.

Compartir: 

Twitter

SUBNOTAS
  • “Esto es trabajo”
 
ESPECTáCULOS
 indice
  • MARCELO PIÑEYRO COMENZO EL RODAJE DE “KAMCHATKA”, UN FILM QUE APORTARA OTRA MIRADA SOBRE LA DICTADURA
    “Voy siempre a contramano para contar la realidad”
    Por Patricia Chaina
  • PAUL O’NEILL, SECRETARIO DEL TESORO DE EE.UU., Y BONO, LIDER DE U2, JUNTOS
    Una extraña alianza para salvar a Africa
    Por Esteban Pintos

Logo de Página/12

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.