PSICOLOGíA › EL SUJETO EN RELACION CON EL “OTRO MORTIFERO Y FEROZ”, DEL NEOLIBERALISMO

Vano es tratar de aplacar al Poder

Un ensayo sobre la relación entre el sujeto y el Poder –encarnado en el Neoliberalismo– procura “señalar las trampas que desde dentro de nosotros mismos se oponen a que podamos rebelarnos contra ese Otro mortífero y feroz” y explica en qué sentido, en la presente coyuntura histórica, “debiéramos comportarnos como hombres primitivos”.

Por Juan Carlos Volnovich *

Seguramente no soy el primero ni seré el último en afirmar que para nosotros, los argentinos, hay un antes y un después del 20 de diciembre, cuando la subordinación resignada dejó lugar a la respuesta indignada de las cacerolas.
No obstante, queda por responder una infinidad de interrogantes que podrían sintetizarse de la siguiente manera: ¿cómo se gestionó el pasaje de esa subordinación resignada a la rebeldía indignada? ¿Qué lo decidió?
Desde el psicoanálisis, la respuesta pasa inevitablemente por dilucidar las relaciones del sujeto con el Poder. Freud fue muy explícito cuando en Psicología de las masas y análisis del yo afirmó que “en la vida anímica individual aparece integrado siempre, efectivamente, ‘el otro’, como modelo, objeto, auxiliar o adversario, y de este modo, la psicología individual es al mismo tiempo y desde un principio, psicología social, en un sentido amplio, pero plenamente justificado”.
En efecto: el “otro” nos permite comprender cómo la estructura social determina lo más individual. Porque ese “otro” omnipresente en el origen individual es, inevitablemente, resultado del “otro” social, del sistema de producción y de la cultura en la que cada uno se inscribe. De manera tal que el “otro” no tiene por qué quedar clausurado en su presencia empírica de objeto; no tiene por qué soldarse con una existencia estrictamente material. Ese “otro” es el papá, la mamá, el hermanito, la maestra y el médico, pero es, también, un “Otro” social que vive en el seno de lo individual. Para el caso, ese “Otro” es un poder despótico que tiene la forma de Neoliberalismo.
Entonces, como lo que me interesa es desmontar los fundamentos subjetivos del Poder –quiero decir: los procedimientos por los cuales el Poder logra capturar al sujeto apoyándose en una complicidad consciente e inconsciente y sostenerse por consenso–, intentaré señalar las trampas que desde dentro de nosotros mismos se oponen a que podamos rebelarnos a ese “Otro” mortífero y feroz. También, las estrategias que nos permiten a veces, sólo a veces, romper las ataduras.
Desde el nacimiento en adelante, la relación del sujeto con el discurso político transita por las marcas que ha dejado en el inconsciente la relación con el “Otro”. La construcción de nuestra subjetividad se erige, así, sobre la herida que dejó abierta el desamparo original del bebé frente a la mamá o los adultos responsables de la vida o la muerte. La situación de extrema indefensión social, la experiencia de inermidad por la que transitamos, no hace otra cosa que reavivar la marca que el “Otro” grabó en nosotros y, de esta manera, nos predispone, nuevamente, para quedar subordinados al Poder.
Así, en una sociedad como la nuestra, abandonada a un proyecto de exterminio, el discurso del “Otro” se inscribe en el inconsciente como deseo de muerte y frecuentemente se expresa a través de acciones destructivas hacia los demás y hacia uno mismo. Violencia ejercida, violencia padecida, da lo mismo porque en nosotros se borra el límite entre víctimas y victimarios. Ese “Otro” incorporado en el seno de lo propio explica la destructividad pero, sobre todo, la auto destructividad que nos habita.
El Poder exige sacrificios: sacrificios humanos. El Poder exige sacrificios pero, además, busca el consenso. Y lo logra. No debemos olvidar que el sistema actual de miseria y exclusión de grandes mayorías que se impuso junto al enriquecimiento desmesurado de unos pocos, se llevó a cabo con un alto grado de consenso. Triste es reconocerlo pero, capturados por el discurso del Poder, hemos colaborado para sostenerlo. Más o menos, a regañadientes o complacientes, queriendo o sin querer, todos contribuimos a reforzar la omnipotencia del Poder. Y el Poder se impuso promoviendo la identificación que liga el deseo a las representaciones mortíferas que el mismo Poder ofrece. El terrorismo de Estado que sufrimos durante los años de plomo se inscribió como trauma social, pero la democracia no impidió que la dictadura del discurso económico renovara esa experiencia traumática. Así, la masa quedó cautivada por el Poder: atrapada y fascinada. Y la adhesión o la indiferencia despolitizada hacia el discurso del Poder nos convirtió en sujetos borrados y tarados. Máscaras sin rostro. Eco, y no voz.
Cuando del sometimiento a un Poder despótico y feroz se trata, tanto más se castiga la obediencia. Vana es la ilusión de obtener premios y conquistar los favores del Poder ofrendándole la renuncia a las más elementales satisfacciones. Vana es la iniciativa de aplacar las iras del Poder con una política de privaciones. El Poder se ensaña con los obedientes y es indulgente con los delincuentes o, por lo menos, con aquellos que han obtenido satisfacciones ocasionales. Esta dialéctica siniestra es válida para las circunstancias individuales y, también, para las cuestiones sociales.
El sistema que reclamaba sometimiento al Poder económico nos exigió sacrificios impostergables. Deudas que había que pagar no importaba a qué costo social, so pena de recibir castigos terribles. Intentamos pagarlas. Es más: las pagamos. Los sacrificios se hicieron sin reparar en la larga lista de excluidos que quedaban en el camino; sin piedad para los humillados e indigentes que perecieron en el intento. Sin embargo, la deuda no fue cancelada sino que aumentó. En lugar de un premio por haber cumplido de manera sumisa con la demanda del Poder, recibimos el castigo que se nos prometía para el caso en que desobedeciéramos. Una vez más volvió a funcionar en lo social la dialéctica siniestra que Freud describió con lucidez para el psiquismo individual.
En efecto, ¿a qué otra cosa alude Freud cuando dice que la “conciencia moral” se comporta “tanto más severa y desconfiadamente cuando más virtuoso es el hombre”? ¿Qué mecanismo mental nos hizo olvidar lo que a partir del psicoanálisis se ha hecho conocimiento compartido. A saber: que la conciencia moral ejerce –con razón– un plus de crueldad con los santos, ya que las privaciones y las carencias que los santos soportan no hacen otra cosa que potenciar la tentación y, por lo tanto, incrementar el sentimiento de culpa?
Todo eso fue olvidado y reemplazado por la ilusión compartida de que debíamos pagar la deuda externa como única manera de ganarnos el amor del FMI, evitar caer en el “default” y ahorrarnos sus calamitosas consecuencias: suspensión de la importaciones, falta de crédito exterior, catástrofe social y económica. Pues bien, como en un fantástico ejemplo del retorno de lo reprimido, todas aquellas acciones destinadas a evitar el horror no han hecho otra cosa que convocarlo.
“El pueblo de Israel se consideraba hijo predilecto del Señor, y cuando ese gran Padre le hizo sufrir desgracia tras desgracia, de ningún modo llegó a dudar de esa relación privilegiada con Dios ni con su poderío y justicia sino que creó a los profetas, que debían reprocharle su pecaminosidad, e hizo surgir de sus sentimientos de culpabilidad los severísimos preceptos de la religión sacerdotal. ¡Es curioso cómo, de qué distinta manera se conduce el hombre primitivo! Cuando le ha sucedido una desgracia, no se achaca la culpa a sí mismo sino al fetiche, que evidentemente no ha cumplido con su cometido, y lo muele a golpes en lugar de castigarse a sí mismo.” (Freud: El malestar en la cultura).
Si le sacamos “pueblo de Israel” y lo reemplazamos por argentinos, si cambiamos por FMI a “Señor”, “gran Padre” y “Dios”, obtendremos una precisa caracterización freudiana de la realidad Argentina del 2001/2.
¿Seremos capaces de aprender de la experiencia?
¿Seremos capaces de comportarnos como “hombres primitivos”? ¿Seremos capaces, en lugar de castigarnos a nosotros mismos, de dirigir y sostener nuestra indignación hacia aquellos que no han cumplido con su cometido, o seguiremos votando a nuestros verdugos y alimentando con la indiferencia a nuestros enemigos?

* Psicoanalista.

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