PSICOLOGíA

El sentido de la vida del filósofo

Acerca de “la práctica de la filosofía como herramienta para ayudar a las personas en las cuestiones del vivir cotidiano”, en el contexto de la crisis de la cultura contemporánea.

Por Leopoldo Kohon

La aparición del libro Más Platón y menos Prozac, del norteamericano Lou Marinoff, ha tenido por lo menos dos consecuencias. Por un lado la práctica de la filosofía como herramienta para ayudar a las personas en las cuestiones del vivir cotidiano comenzó a tener mayor presencia en los medios de comunicación. Por el otro se activó el cuestionamiento de esta práctica desde las perspectivas tradicionales, principalmente desde el psicoanálisis. Como si en relación a la subjetividad humana no se pudiera plantear otro abordaje que el psicoanalítico.
Hay que aclarar que ni Marinoff ni su libro dan cuenta acabada del hecho de que la filosofía está siendo convocada como herramienta ante lo más concreto e inmediato de la experiencia de las personas, en Alemania, Israel, Estados Unidos, Francia e Inglaterra y en la Argentina. Este fenómeno es una consecuencia y una necesidad ante la crisis cultural en la que estamos sumergidos desde hace tres o cuatro décadas y sobre la que mucho se reflexiona en filosofía.
Una crisis cultural es necesariamente una crisis existencial de las personas que viven en esa cultura. Allí se enraízan muchas problemáticas personales. La filosofía, interpelada con intención operativa, puede generar metodologías y herramientas de alto poder creador, prácticas que ayuden a sintonizar con el estado actual del mundo y abran espacios para nuevas maneras de ser y vivir (nuevas formas de subjetividad).
Lo que importa es pensar el sentido y las maneras de operar de esta práctica filosófica. Las crisis culturales a lo largo de la historia tienen que ver con la devaluación y el debilitamiento del sentido hegemónico: la crisis actual es consecuencia de la saturación del sentido utilitarioproductivista, que organiza la realidad y la vida en Occidente desde hace cuatro o cinco siglos. El “progreso” sobrepotenció sus capacidades productivas, de dominio utilitario sobre las cosas y las personas, y se desarrolla más allá del ámbito que le dio razón de ser. Así, el progreso personal y social, que hasta hace unas décadas daba sentido pleno a la existencia, pierde fuerzas y se agiganta el fantasma del sin-sentido.
Cuanto mayor es el desarrollo técnico-productivo, mayores son la pobreza, el deterioro del hábitat, la desocupación y la violencia. En este contexto de saturación se debilita la experiencia de vivir de aquellos que no alcanzan a buscar su razón de ser por fuera de lo conocido y establecido. Pero, al mismo tiempo, nuestras maneras de existir (pensar, sentir, relacionarnos, organizar nuestro tiempo) siguen tomando su forma de un imaginario que es deudor de ese mundo que está acabando. Ante esto las personas necesitamos potenciar nuestra creatividad en la propia experiencia de vivir; saber que las cosas no sólo pueden ser como están siendo sino también de otras maneras y actuar en consecuencia; abrir nuestra imaginación práctica en la situación del mundo y no someternos a la repetición de viejos horizontes de sentido ya saturados, que debilitan, apocan y superficializan la vida.
Y precisamos hacer esto no sólo en el marco general de las ideas y paradigmas que organizan la realidad, sino en la inmediatez de nuestra experiencia, donde está comprometida nuestra vida y donde podemos, en sintonía con el estado del mundo, conquistar la soberanía instituyente de nuevas formas de ser y vivir.
¿Puede la filosofía ayudar en esta demanda? No sólo puede sino que ésta es la tarea para la que ha sido concebida. La pregunta filosófica por el sentido de la existencia debe ser ejercida en lo más inmediato de la vida, y la filosofía puede ayudar a las personas en este trance. Esta práctica filosófica no trata sólo de pensar lo genérico del Ser y de la vida, sino también de ayudar a las personas a pensar su propia vida, a elegir y afirmar cómo quieren vivir. Esta práctica actúa muy cerca de las cosas, como herramienta para que cada cual rediseñe su existencia y asuma las acciones responsables para con el rumbo que su deseo señala.
Esta inmediatez con lo concreto de la existencia plantea dos requisitos metodológicos: no hacer de la filosofía un oráculo, que en tanto tal dice o aconseja; y no quedarnos en la pura reflexión, sino incluir de manera constante la pregunta por el “cómo” y por las acciones convenientes.
Las críticas que vienen del psicoanálisis apuntan principalmente a la limitación que significa dejar de lado lo inconsciente. Si esta práctica de la filosofía se presentase en todas sus versiones de la manera que sugiere el texto de Lou Marinoff, esta crítica sería atendible, dado que lo inconsciente parece no formar parte de la concepción de la subjetividad de este autor. Pero esto no significa que todos los “filósofos prácticos” repitamos el “olvido” en que él incurre. En filosofía también hay toma de partido, y a esta altura de la historia hace falta mucha fiebre positivista para no considerar la mirada freudiana como una lupa para ver y destrabar la subjetividad humana. Pero la visión de los pensadores fuertes siempre desborda su punto de origen, y pensar que lo inconsciente es algo que sólo incumbe a los psicoanalistas es como pensar que la ley de gravedad sólo incumbe a los físicos.
Por otro lado puede ser importante actualizar la idea de inconsciente. Con ella podemos referir no sólo a las inscripciones que en él ocurrieron en el devenir de la experiencia personal, sino también a las que nos constituyen en tanto partícipes de una cultura determinada. En una época de profunda crisis cultural como la que vivimos, preguntarnos por lo que sugiero llamar nuestro “inconsciente ontológico” es de vital importancia en el cuidado y cultivo de la vida. Allí radica en gran medida la posibilidad de lograr autonomía para rediseñar la experiencia y la subjetividad de cada cual.
Convendría sumar potencialidades y entrecruzar saberes tanto a nivel de las prácticas como de las metodologías. De este modo habrá más asesores filosóficos que tengan en cuenta las herramientas básicas del psicoanálisis, y psicoanalistas que hagan del pensamiento filosófico una herramienta más en su tarea.

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